Harán un minucioso inventario de las botellas de alcohol con las que cuentan en sus cavas y cantinas para poder resurtirlas antes de que sea demasiado tarde.
Planearán sus ‘outfits’ y se dirigirán a las tiendas nacionales o internacionales más prestigiadas para comprar sus atuendos de marca. Que conste, que el buen gusto no necesariamente se incluye en la lista de ropa que desean.
De la comida ni hablar, lo mejor de lo mejor ¿frijoles? Qué va! Si ellos son pura distinción.
Créame, ellos ganan tanto dinero y creen trabajar tanto, que sin duda están convencidos que merecen las mejores vacaciones.
Pero dentro del coraje que da saber que les patrocinamos sus lujos y no sólo a ellos, sino también a sus familias, entenados, súper cuates y amantes, lo positivo es que nosotros también vamos a descansar de ellos.
Porque al final, con o sin ellos, las cosas siguen igual. Quizá salga por ahí un trasnochado a tratar de hacer una fiesta el día siguiente de las elecciones de los Estados Unidos, declarando barbaridades tales como: ‘siempre supe que Hillary sería la próxima presidenta’ o ‘era lógico que una gran nación no le daría ninguna oportunidad al farsante de Trump’, con eso de que lo verán derrotado, pues ahora sí les saldrá lo mexicano.
Y hasta ahí, luego a entregarse a los placeres de la buena vida patrocinada por el dinero de todos nosotros, para que, el año siguiente, regresen con fuerza renovada a hacer lo mismo… nada.
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