Cien días, economía

Cien días, economía
El arranque de un gobierno de diferente partido es siempre difícil. Así le ocurrió a Vicente Fox en 2001, y a Peña Nieto en 2013. El primero, además, enfrentó una grave recesión en Estados Unidos, la más importante para nuestras exportaciones, que para fines de ese año se sumó al ingreso de China a la OMC, cerrando de forma definitiva nuestro acceso al mercado estadounidense. Peña Nieto no tuvo ese golpe externo, pero sí la caída de la inversión residencial, producto del cambio de reglas para construcción de vivienda.

El primer mes de gobierno de Vicente Fox, diciembre de 2000, la inversión tuvo una ligera caída, apenas 1%, que pronto se convirtió en un gran bache: el primer trimestre de 2001 reportó -5% en este indicador. El promedio del año entero, 2001, fue de -7%. Con Peña Nieto, la caída era notoria desde antes, porque los cambios de reglas en construcción de vivienda empezaron a tener impacto desde mediados de 2012. En su primer mes la inversión cayó casi 5%, pero se moderó durante el año, para terminar en -3.3%.

López Obrador no tenía enfrente ni un cambio de reglas ni una recesión del principal cliente, pero tomó la absurda decisión de cancelar la construcción del NAIM, en octubre. Al mes siguiente, la inversión caía 2.4%; en diciembre, la caída fue de 6.4%. El nivel del índice de inversión en diciembre fue de 103 puntos, inferior al promedio de 109 en que estuvimos de enero a octubre. No hay indicios de que haya mejorado en los primeros meses de este año, porque sus componentes –vehículos, maquinaria y construcción– o están parados, o han caído las ventas. Si no hay cambio en la tendencia, la inversión caerá 5% en el primer trimestre, y posiblemente sea similar en todo 2019.

Es muy importante comprender que la caída en inversión no resulta de asuntos económicos ni internos ni externos, sino de la pérdida de confianza de los inversionistas. Si ésta se recuperase, podríamos ver datos muy diferentes. Pero recuperar la confianza no es una cosa sencilla, y es muy probable que, si ocurre, tarde meses en cristalizar. El golpe que significó la cancelación del NAIM, sumado a los ilusos proyectos del gobierno (refinería, Tren Maya), y a la conferencia mañanera, que sólo siembra confusión, han convencido a los inversionistas de que México no es confiable, de forma que sólo con rendimientos exorbitantes estarían dispuestos a colocar aquí su dinero.

La caída de inversión debería preocupar, porque no hay otra fuente de crecimiento a la vista. El gasto del gobierno será inferior este año, en parte porque así ocurre el primer año de gobierno, especialmente con un partido distinto y, sobre todo, ahora que desplazaron a la mayor parte de las personas que sabían que hacer, y en parte porque las transferencias no tienen un impacto en el PIB, salvo cuando se transforman en consumo de los receptores.

Pero el consumo está también detenido, a pesar de los altos niveles de confianza, como ya hemos comentado en otras ocasiones. De forma que si el consumo no crece, el gasto se contrae (ligeramente) y la inversión cae 5%, el crecimiento en 2019 será de -1%.

Es una estimación que queda fuera de lo que los analistas han publicado, y bastaría con un ligero crecimiento del consumo, de 2%, para que el crecimiento de la economía fuese cero y no negativo. No parece estar ocurriendo ahora.

El tema de fondo es el siguiente: si la inversión no se recupera y continúa la trayectoria actual, la economía se contraerá. Y no veo cómo habría más inversión con la forma actual de gobernar. Eso cuesta destruir la confianza con una decisión absurda.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.


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