El Presidencialismo Mexicano: los nudos históricos (tercera parte)

El Presidencialismo Mexicano: los nudos históricos (tercera parte)
Estimado lector, reciba por adelantado mi agradecimiento por tomarse el tiempo de encontrase de nuevo entre estas líneas con este aprendiz de escribiente, atento a que continuemos con la tercera parte de los nudos históricos del presidencialismo mexicano.

En una primera entrega reflexionamos por una parte, sobre los nudos históricos y, por la otra, sobre los nudos institucionales; en la segunda parte señalamos que el mecanismo institucional que se usa para nombrar a los ministros de la Corte, representa un nudo institucional mediante el cual, el jefe del ejecutivo y la partidocracia tradicionalmente ha sujetado y subordinado al poder judicial.

En esta ocasión, hablaremos del segundo nudo institucional que ha servido al presidencialismo mexicano –y a la partidocracia, durante las últimas dos décadas, aproximadamente- para sujetar y subordinar al poder legislativo; se trata de la no reelección legislativa, vigente a nivel constitucional desde 1933: nudo institucional y contrarreforma cercana a los 90 años de vida.

La cámara de diputados que representa la soberanía popular, sin reelección inmediata e ilimitada, pierde su condición de popular y de soberana. Esa soberanía popular -que enseña la teoría-, queda erosionada, expropiada, secuestrada por el presidente en turno y los diferentes liderazgos de la partidocracia. Luego entonces, lo mejor que puede hacer ese congreso secuestrado, es elegir magistrados que también serán rehenes del ejecutivo y la partidocracia.

Sobre el método que se usa actualmente para designar a los ministros de la Suprema Corte del poder judicial, se podrá decir que es el mejor y que es el más usado por las democracias más avanzadas del planeta, pero se omite decir que en esas democracias, en la mayoría de los casos, hay reelección indefinida de los integrantes del poder legislativo.

La no reelección es el otro nudo institucional. Con nuestra democratización a medias, no se pluralizaron las cámaras, y por ende, tampoco la representación, sólo se pluralizaron los cacicazgos. El vínculo que une al ciudadano y al representante, está roto desde 1933, por eso se engendró el presidencialismo mexicano.

Al respecto, es importante mencionar que las leyes que produce un legislador que se reelige, siempre serán diferentes a las que genera un legislador sin derecho a ser reelecto, que sólo buscará legislar para poder dar continuidad a su carrera política.

Dicho en otras palabras, el legislador que se reelige, buscará legitimidad entre sus electores, que son quienes tienen el control sobre su carrera política; en un país donde no se reelige al legislador, el control de su carrera política está en manos de los diferentes cacicazgos partidistas, que usan la actividad legislativa en muchos casos, sólo para no vivir en el error.

Con la democratización a medias, el presidente sólo perdió parte del control total que ejercía sobre las cámaras, pero éste no pasó a los ciudadanos, sino a grupúsculos que lucran con el discurso democrático, pero carecen de proyecto, -desde el más joven hasta el más viejo-.

Con la elección federal de 2018, esos cacicazgos partidistas perdieron pedazos de poder que la arrancaron a los ex presidentes de la transición, pero no para el bien común y el equilibrio de poderes, sino para ellos, sólo para ellos –botín, sólo botín-; por eso les duele tanto el triunfo del lopezobradorismo.

Y bueno, con la vocación hiper-presidencialista del presidente en turno, lo más probable es que los nudos sigan ahí, porque así conviene; los ciudadanos dispersos y hechos bolas no podemos hacer mucho. Las organizaciones de la sociedad civil extraviadas en sus propias confusiones, tampoco.

Aunque el régimen político mexicano tenga las características propias de una poliarquía como las que menciona Robert Dahl, México no es una democracia como las descritas por el politólogo estadounidense; la diferencia la hace el principio de la no reelección, que también genera efectos perniciosos sobre la elección del poder judicial.

Nos espanta el ciclo de democracias iliberales que se inicia en el mundo y en cual ya estamos inmersos y no somos capaces de entender que no hemos podido concluir nuestro proceso de transición a la democracia.

Poder judicial y legislativo sujetos al ejecutivo, son piedras angulares del presidencialismo mexicano, si no se deshacen esos nudos, no podremos cambiar el sistema: esos nudos institucionales llevan casi un siglo de estabilidad y permanencia, también son nudos históricos.

En el proceso de transición a la democracia, esos mismos nudos hicieron posible la captura de las instituciones -incluidos los órganos constitucionales autónomos- por parte de los cacicazgos partidistas; el poder que se pensó se le quitaba al ejecutivo, se traspasó a las diferentes mafias partidistas, que cooptaron y capturaron instituciones y presupuestos.

Si la elección federal de 2018 casi acabó con la partidocracia, sus tentáculos subsisten en diferentes organismos gubernamentales, y otros presuntamente autónomos. No son contrapesos, son gobiernos paralelos y opacos.

Bueno, estimado lector, ya sabe que seguimos en el nudo histórico, porque aún no hemos podido cambiar el sistema; ya sabe cuáles son los nudos institucionales y si usted quiere, ya tiene las bases para un nuevo proyecto de reforma.

Si es voluntad del Creador del universo, y de todo cuanto existe, nos leeremos la próxima semana.


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