Educación para el fracaso

Educación para el fracaso
Hemos comentado dos retos que enfrenta México: impunidad y escasez de recursos colectivos. Hay un tercero de igual importancia, el sistema educativo. Ellos tres, y sus interacciones, me parece que explican casi por completo las deficiencias que tenemos como país.

Como usted sabe, prácticamente el 90% de los jóvenes mexicanos de 15 años han estudiado educación básica completa, es decir, primaria y secundaria. Hace 25 años eso no ocurría, y en buena medida por eso se lanzó el programa de educación, salud y alimentación, Progresa, que con distintos nombres ha sido el programa social más importante y exitoso de México. Su objetivo, evitar que los niños (y sobre todo las niñas) dejaran la escuela y no terminaran educación básica, se cumplió. Sin embargo, la idea, que eso rompería la transmisión de pobreza de padres a hijos, fracasó. Es decir, se alcanzó la nada despreciable meta de tener a todos los niños en la escuela, pero al final nos encontramos con que la educación no les ha servido absolutamente de nada, al menos en cuestión económica. Las primeras noticias de que las cosas podrían no funcionar nos las dio la prueba PISA de 2003, cuando nos enteramos de que los niños y niñas sí iban a la escuela, pero no estaban aprendiendo. Quince años después, así sigue, a pesar de varios intentos de transformación y de la reforma educativa (que apenas inicia). Como es normal, hay varias explicaciones de por qué el fracaso. Una dice que el problema está en el mercado laboral, que no incorpora a los jóvenes; otra afirma que esos jóvenes no están calificados para incorporarse. De manera general, hay un conjunto de explicaciones que colocan la falla en las empresas y empresarios, y por ello buscan soluciones en un gobierno que les obligue a actuar de forma diferente. Y hay otro conjunto de explicaciones que encuentra la falla en las herramientas que tienen los jóvenes, que les hacen imposible ser productivos.

Algo de verdad hay en ambas. Como usted sabe, los humanos somos medio brutos y medio abusivos, por ponerlo bonito, de forma que habrá muchos empresarios que abusan de sus trabajadores (incluyendo un par de millones de amas de casa que esclavizan a sus trabajadoras domésticas). Debe haber límites, que permitan el trabajo “decente”, como ahora se le llama, y eso nos regresa al tema de impunidad. Sin embargo, también tenemos un problema serio con las habilidades y actitudes de los jóvenes.

Usted debe recordar que dos de cada tres jóvenes mexicanos son incapaces de resolver problemas elementales, de seguir instrucciones simples. Y tal vez también recuerde que logramos colocar en nivel de excelencia a sólo tres de cada mil jóvenes de 15 años. Al interior de América Latina, nuestros jóvenes obtienen un resultado promedio que sólo superan los de Chile y Uruguay, pero cuando comparamos la proporción de jóvenes en nivel de excelencia, sólo superamos a República Dominicana. Es decir: en el promedio somos casi los mejores, en nivel de excelencia casi los peores.

Esto es producto de un sistema educativo sumamente igualitario. El más igualitario del mundo: todos acaban mal, prácticamente sin importar la escuela a la que asisten. Por ello, muchos jóvenes ya no pueden seguir a preparatoria (media superior), y de plano no entran, o abandonan. Algunos logran seguir, e incluso obtienen licenciaturas, porque abundan prepas y universidades “patito”. Tarde o temprano, la realidad los alcanza.

El sistema educativo mexicano tiene un énfasis erróneo en la igualdad, abusa de la memorización y repetición, impide el desarrollo de creatividad y liderazgo, dando como resultado jóvenes con pocas capacidades, y poca confianza en sí mismos. Vaya que es un reto.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.


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