“El paro cívico fue un secuestro colectivo.” [El Deber, 22/02/2018]
Lo dicho por la señora presidente de la Cámara de Diputados de la Asamblea Legislativa Plurinacional de Bolivia tras el exitoso —para quien participó o haya visto las imágenes en cualquier medio— y no partidario paro cívico del 21F me permitió una visión muy esclarecedora de los próximos años aunque por razones diametralmente opuestas a las de ella.
La frase —que explícitamente reconoce el resultado del paro (no importa cuán consciente fue ese reconocimiento) y que, además, ya en julio anterior, cual libreto ideológico, la dijo en Venezuela un funcionario madurista refiriéndose a las masivas protestas que pararon ese país— es muy válida para entender cómo será Bolivia hasta el 22 de enero de 2020 y después inclusive: un país plagiado por la disputa del prorroguismo, matizado cada vez más por la economía en contracción —con varios condicionantes damoclianos: la renovación de contratos de exportación de gas (urgidos de descubrimientos exitosos y explotaciones efectivas) y el largo período sin ingresos para compensar el take or pay con Brasil; el alto y creciente endeudamiento público y privado, y el perverso equilibrio entre la burbuja inmobiliaria y el pago de los créditos bancarios (según la Asfi, 48% de los prestatarios son buenos pagadores, lo que hace que 52%, más de 785 mil, no lo son), entre otros y más allá de discursos y columnas exitistas—, el aislamiento regional, el colapso del bloque del socialismo 21 —debacles económicas populistas, corrupción incluida— y, de colofón, la esperada definición de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya, todo ello junto con una oposición partidaria dispersa y asaz enfrentada entre sí en beneficio oficialista —como recién en la Asamblea—; un país secuestrado en la dicotomía del SÍ y el NO y con un futuro próximo de oposición partidaria reactiva y disgregada, sólo enarbolando la bandera del fin del evismo, de un lado, y del otro, oficialista, con el discurso de glorias apropiadas (la bonanza de crecimiento y distribución fue una coyuntura externa) y expectaciones con un proyecto de desarrollo (la Agenda del Bicentenario) basado en presupuestos que fueron y ya no son.
En final de cuentas y más allá de sus objetivos políticos, partidos de oposición y oficialismo se debaten en encrucijadas comunes: En ambos, ningún líder —excepto aún Evo Morales Ayma para el oficialismo y descartando a Carlos de Mesa Gisbert por autoexclusión— tiene confianza ciudadana suficiente; ambos urgen de un Proyecto País, del que adolece el arco atomizado y reactivo de partidos opositores mientras el oficialismo urge de recrearlo, sumando a lo explicado para la Agenda del Bicentenario el que muchas de sus banderas originales —Madre Tierra, indigenismo, socialismo comunitario— quedaron en discurso o excluidas, reduciéndose las bazas a resultados favorables en la CIJ, hipotéticas alzas de los commodities —irreales por buen tiempo— e ilusorio regreso al poder de nuevos gobiernos socialistas 21.
En conclusión, doy tres hipótesis de segura confirmación: i) la oposición partidaria, para sobrevivir, necesita de una profunda refundación sin sectarismos y de un Proyecto País; ii) con las vigentes reglas electorales, el oficialismo camina a un suicidio —moral y político— con Morales Ayma de candidato por su creciente rechazo y otro mayor —electoral— sin él por el “efecto Caudillo”, y iii) las plataformas ciudadanas continuarán en su avance propositivo, impelidas de cohesionarse como única forma de proponer nuevos liderazgos efectivos.
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