La corte de apelaciones a la que recurrió Luiz Inazio Lula da Silva decidió, de forma unánime, no sólo ratificar la culpabilidad del político brasileño, sino incrementar la pena recomendada por el fiscal, de 9 a 12 años. Aunque queda todavía el último recurso, el Tribunal Supremo, la situación parece muy negativa para el expresidente más popular del Brasil.
De acuerdo con reportes de medios, sus seguidores se quejan de que esto es una maniobra política orquestada por las élites, que no lo quieren ver de vuelta en la presidencia. Afirman que gracias a él pudieron salir de la pobreza, y eso es lo que no le perdonan sus opositores. Indudablemente, hay algo de cierto en la interpretación de los fieles de Lula: fue durante su gobierno, de dos periodos, que Brasil cosechó las reformas impulsadas por el gobierno anterior, en un momento muy favorable, desde la perspectiva internacional.
Lula fue presidente de Brasil de 2003 a 2011. En esos años, el gran crecimiento de China provocó un alza significativa en la demanda de bienes primarios, de los que Brasil tiene en abundancia. Las exportaciones de hierro y soya, principalmente, y una mayor producción de petróleo, le permitieron a ese país crecer a tasas que no habían visto desde los años setenta. Lula importó ideas de distintas partes para su política social, incluido México, y distribuyó una parte no menor de ese crecimiento a grupos que nunca habían logrado salir de la pobreza. Su popularidad era tan elevada, que logró que su ministra Dilma Rousseff, nada carismática, fuera su sucesora.
A ella le tocó enfrentar el cambio de aires en cuestión internacional. China dejó de crecer hacia mediados de 2014, la demanda de bienes primarios se derrumbó, y con ella el crecimiento de Brasil. Así, mientras que el promedio de crecimiento anual por habitante superó el 3% en los gobiernos de Lula, en los últimos seis años ha sido de -1% (en dólares PPP). Es casi una década perdida.
Por esa razón, el apoyo político de Dilma se diluyó muy rápidamente, y la investigación en su contra por decisiones inadecuadas procedió en el Congreso, culminando en su retiro de la presidencia. En el caso de Lula, la investigación no es por malas decisiones, sino por corrupción: se le acusa de recibir un departamento de parte de un constructor con contratos en su gobierno. Y la acusación debe tener sustento, en tanto que ha sido ratificada en dos instancias.
Brasil ha avanzado de forma espectacular en la independencia en procuración e impartición de justicia, lo que nos llena de envidia en México. A diferencia de las opiniones populares hace una década acerca del éxito económico de Brasil, que esta columna no respaldó, ni entonces ni ahora, en cuestión de estado de derecho, no queda sino admirarlos, y tratar de imitarlos a la brevedad.
La economía brasileña tiene grandes ventajas frente a la mexicana: un país cuatro veces mayor, con el doble de población, y con amplísimos recursos naturales. En cambio, tiene una industria muy rezagada frente a la nuestra, aunque ellos produzcan aviones. El efecto neto es que Brasil ha tenido un crecimiento inferior al de México. Por ejemplo, de 1993 a la fecha, el crecimiento promedio de Brasil es de 1.2% anual por habitante, mientras que el de México es de 1.3%. Ninguno de los dos es maravilloso, claro está.
El gran avance en estado de derecho que ha logrado Brasil puede estar en riesgo. Lula y sus seguidores argumentan que se trata de persecución política, y si no se le permite competir, pueden poner en duda el proceso electoral. Parece un caso más de impunidad con base en apoyo popular, como varias que hemos visto en México.
Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey.
Twitter: @macariomx
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero
De acuerdo con reportes de medios, sus seguidores se quejan de que esto es una maniobra política orquestada por las élites, que no lo quieren ver de vuelta en la presidencia. Afirman que gracias a él pudieron salir de la pobreza, y eso es lo que no le perdonan sus opositores. Indudablemente, hay algo de cierto en la interpretación de los fieles de Lula: fue durante su gobierno, de dos periodos, que Brasil cosechó las reformas impulsadas por el gobierno anterior, en un momento muy favorable, desde la perspectiva internacional.
Lula fue presidente de Brasil de 2003 a 2011. En esos años, el gran crecimiento de China provocó un alza significativa en la demanda de bienes primarios, de los que Brasil tiene en abundancia. Las exportaciones de hierro y soya, principalmente, y una mayor producción de petróleo, le permitieron a ese país crecer a tasas que no habían visto desde los años setenta. Lula importó ideas de distintas partes para su política social, incluido México, y distribuyó una parte no menor de ese crecimiento a grupos que nunca habían logrado salir de la pobreza. Su popularidad era tan elevada, que logró que su ministra Dilma Rousseff, nada carismática, fuera su sucesora.
A ella le tocó enfrentar el cambio de aires en cuestión internacional. China dejó de crecer hacia mediados de 2014, la demanda de bienes primarios se derrumbó, y con ella el crecimiento de Brasil. Así, mientras que el promedio de crecimiento anual por habitante superó el 3% en los gobiernos de Lula, en los últimos seis años ha sido de -1% (en dólares PPP). Es casi una década perdida.
Por esa razón, el apoyo político de Dilma se diluyó muy rápidamente, y la investigación en su contra por decisiones inadecuadas procedió en el Congreso, culminando en su retiro de la presidencia. En el caso de Lula, la investigación no es por malas decisiones, sino por corrupción: se le acusa de recibir un departamento de parte de un constructor con contratos en su gobierno. Y la acusación debe tener sustento, en tanto que ha sido ratificada en dos instancias.
Brasil ha avanzado de forma espectacular en la independencia en procuración e impartición de justicia, lo que nos llena de envidia en México. A diferencia de las opiniones populares hace una década acerca del éxito económico de Brasil, que esta columna no respaldó, ni entonces ni ahora, en cuestión de estado de derecho, no queda sino admirarlos, y tratar de imitarlos a la brevedad.
La economía brasileña tiene grandes ventajas frente a la mexicana: un país cuatro veces mayor, con el doble de población, y con amplísimos recursos naturales. En cambio, tiene una industria muy rezagada frente a la nuestra, aunque ellos produzcan aviones. El efecto neto es que Brasil ha tenido un crecimiento inferior al de México. Por ejemplo, de 1993 a la fecha, el crecimiento promedio de Brasil es de 1.2% anual por habitante, mientras que el de México es de 1.3%. Ninguno de los dos es maravilloso, claro está.
El gran avance en estado de derecho que ha logrado Brasil puede estar en riesgo. Lula y sus seguidores argumentan que se trata de persecución política, y si no se le permite competir, pueden poner en duda el proceso electoral. Parece un caso más de impunidad con base en apoyo popular, como varias que hemos visto en México.
Profesor de la Escuela de Gobierno, Tec de Monterrey.
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Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
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