Recientemente, descubrí y leí un ensayo de Rob Riemen llamado Para combatir esta era. Consideraciones urgentes sobre el fascismo y el humanismo. Mientras lo leía, inevitable dejar de pensar en nuestro país y en los temas del día a día como nación, pero que además subyacen a la historia de la humanidad. En tiempos como los que vivimos, y a propósito de lo simbólicas que resultan estas fechas para reflexionar, la obra de Riemen se nos muestra categórica.
De sobra sabemos que la transformación de nuestro país para bien demanda una constante actualización teórica y filosófica sobre los modos de hacer la política. Intelectuales, regentes y ciudadanos responsables deben, en favor de una democracia saludable, ser conscientes de la dinámica que ha marcado la modernidad como una disputa constante entre fascismos latentes y humanismos pertinentes. A continuación, unas palabras sobre el texto de Rob Riemen que considero más que apropiadas para hacerle frente a esta era.
“Desde 1945, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, nos obligamos a creer que los fantasmas del pasado jamás volverían. Así, la humanidad asumió que el nazismo en Alemania o el fascismo en Italia habían sido solo una pesadilla. En esos años murieron millones de personas en campos de concentración por discursos xenófobos y racistas. Pero para 1945 ya todo había pasado. La pesadilla había terminado. El fascismo y el nazismo se convirtieron en recuerdos del pasado. Y ahí se dejaron. Con la creación de la ONU y la difusión masiva del liberalismo y la doctrina de los derechos humanos, asumimos que jamás volveríamos a vivir un Holocausto. O eso quisimos creer. ¿Pero realmente nunca volveremos a ver en el poder a personajes como Hitler o Mussolini?”.
En su extraordinario ensayo, Riemen es pesimista: asegura que, en pleno siglo XXI, el retorno al fascismo está más cerca de lo que creemos. Los campos de exterminio de Treblinka o Auschwitz no son sino museos donde los turistas pueden tomarse selfies. La humanidad se ha olvidado que esos lugares son los vestigios que dejó el fascismo: una ideología que convirtió a un grupo en criminales y que asesinó a millones de seres humanos inocentes, en presunción de una pretendida superioridad y generando un discurso de odio y división que legitimó la violencia. Pero el fascismo no se ha ido y probablemente no se irá. Seguirá, según Riemen, como una amenaza latente para las democracias liberales de Occidente.
De acuerdo con Riemen, para 2010 en los Países Bajos se estaba consolidando un movimiento fascista. Debemos preguntarnos si la retórica del fascismo puede implantarse con éxito en un país desarrollado como ése, ¿entonces puede implantarse donde sea? Desde México hasta India, pasando por el Congo y Francia, la humanidad debe estar alerta: el fantasma del fascismo siempre está al acecho, dispuesto a tomar el poder. Riemen hace una amplia revisión del término “populismo”, pues como todos sabemos, el concepto ha perdido significado. Los medios de comunicación y la academia se la pasan acusando a diversos líderes políticos de “populistas”. Nicolás Maduro, en Venezuela, es el populista por excelencia. Pero también otros han recibido acusaciones similares: Evo Morales en Bolivia, Donald Trump en Estados Unidos, Vladímir Putin en Rusia, Xi Jinping en China o Robert Mugabe en Zimbabue han sido incluidos en la lista de políticos populistas.
México no es la excepción: Andrés Manuel López Obrador ha sido adjetivado como populista y ahora pragmático. Lo podemos comparar con Hugo Chávez, Nicolás Maduro o Donald Trump. ¿Pero no será que se les acusa de “populistas” por miedo a aceptar la realidad?, se pregunta Riemen en su libro. Detrás del populismo escondemos nuestro mayor temor: el retorno del fascismo. Nos cuesta trabajo aceptar que no hemos acabado con el enemigo. No somos capaces de asimilar que esos líderes que hoy llamamos “populistas” mañana pueden encabezar gobiernos “fascistas”.
El miedo, nos dice Riemen, es el sentimiento que explota el fascismo para su propio beneficio. En 1933, a unos cuantos años de estallar la Segunda Guerra Mundial, el presidente estadunidense Franklin D. Roosevelt aseguró que los seres humanos “de lo único que debemos tener miedo es del miedo mismo”. Fue un discurso conmovedor. Roosevelt se erigía, en ese momento, contra el fascismo. Prometía combatirlo en todas sus manifestaciones. Y tenía que hacerlo.
Hoy, en 2017, la realidad económica a escala global es preocupante. Millones de personas viven en pobreza, la desigualdad es profundísima y en países como el nuestro enfrentamos serios problemas de inseguridad. Cuando observamos esos problemas, la primera emoción que experimentamos es el miedo. En casi todo el mundo, líderes políticos sedientos de poder se presentan ante la sociedad con soluciones fáciles, aunque irrealizables, para problemas complejos. Nos piden que creamos en que se puede volver a “ser grande otra vez” como Donald Trump o que “la esperanza” nos sacará adelante, como López Obrador. Ofrecen el paraíso y la salvación por un solo voto. Prometen erradicar el hambre, la pobreza, la violencia y la desigualdad en un santiamén. Y es claro: prometer no empobrece, pero sí empodera. Una vez en el poder, el paso del populismo al fascismo es tan pequeño y tan borroso que muchos líderes, si no es que todos, terminan por instaurar un régimen fascista (otra vez Riemen). Porque su discurso es siempre en esencia violento.
El fascismo cumple su lucha dialéctica frente a su opuesto: el humanismo. Hoy podemos construir nuevos humanismos que nos permitan luchar contra el odio. El regreso del fascismo siempre es posible, pero nunca inevitable; podemos todos, como asegura Riemen, ser “combatientes contra nuestra era”. ¿Debemos esperar sentados a que los fascistas, aprovechándose de nuestros miedos e ilusiones, tomen de nuevo el poder? En nuestras manos, con los valores y las instituciones democráticas que hemos fundado, está la posibilidad de luchar, siguiendo a Nietzsche, contra el poder ciego de lo actual. Ir a contracorriente. Construir un nuevo humanismo.
Debemos evitar que el miedo irracional mueva a las masas, pues enfrentar el fascismo, donde quiera que se manifieste, es una forma de proteger el espíritu de nuestra civilización. Aprovecho esta última línea para felicitar a todos mis lectores y desearles una feliz Navidad. Que la crítica reflexiva sea nuestro mejor regalo para combatir esta era.
http://twitter.com/liebano
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
De sobra sabemos que la transformación de nuestro país para bien demanda una constante actualización teórica y filosófica sobre los modos de hacer la política. Intelectuales, regentes y ciudadanos responsables deben, en favor de una democracia saludable, ser conscientes de la dinámica que ha marcado la modernidad como una disputa constante entre fascismos latentes y humanismos pertinentes. A continuación, unas palabras sobre el texto de Rob Riemen que considero más que apropiadas para hacerle frente a esta era.
“Desde 1945, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, nos obligamos a creer que los fantasmas del pasado jamás volverían. Así, la humanidad asumió que el nazismo en Alemania o el fascismo en Italia habían sido solo una pesadilla. En esos años murieron millones de personas en campos de concentración por discursos xenófobos y racistas. Pero para 1945 ya todo había pasado. La pesadilla había terminado. El fascismo y el nazismo se convirtieron en recuerdos del pasado. Y ahí se dejaron. Con la creación de la ONU y la difusión masiva del liberalismo y la doctrina de los derechos humanos, asumimos que jamás volveríamos a vivir un Holocausto. O eso quisimos creer. ¿Pero realmente nunca volveremos a ver en el poder a personajes como Hitler o Mussolini?”.
En su extraordinario ensayo, Riemen es pesimista: asegura que, en pleno siglo XXI, el retorno al fascismo está más cerca de lo que creemos. Los campos de exterminio de Treblinka o Auschwitz no son sino museos donde los turistas pueden tomarse selfies. La humanidad se ha olvidado que esos lugares son los vestigios que dejó el fascismo: una ideología que convirtió a un grupo en criminales y que asesinó a millones de seres humanos inocentes, en presunción de una pretendida superioridad y generando un discurso de odio y división que legitimó la violencia. Pero el fascismo no se ha ido y probablemente no se irá. Seguirá, según Riemen, como una amenaza latente para las democracias liberales de Occidente.
De acuerdo con Riemen, para 2010 en los Países Bajos se estaba consolidando un movimiento fascista. Debemos preguntarnos si la retórica del fascismo puede implantarse con éxito en un país desarrollado como ése, ¿entonces puede implantarse donde sea? Desde México hasta India, pasando por el Congo y Francia, la humanidad debe estar alerta: el fantasma del fascismo siempre está al acecho, dispuesto a tomar el poder. Riemen hace una amplia revisión del término “populismo”, pues como todos sabemos, el concepto ha perdido significado. Los medios de comunicación y la academia se la pasan acusando a diversos líderes políticos de “populistas”. Nicolás Maduro, en Venezuela, es el populista por excelencia. Pero también otros han recibido acusaciones similares: Evo Morales en Bolivia, Donald Trump en Estados Unidos, Vladímir Putin en Rusia, Xi Jinping en China o Robert Mugabe en Zimbabue han sido incluidos en la lista de políticos populistas.
México no es la excepción: Andrés Manuel López Obrador ha sido adjetivado como populista y ahora pragmático. Lo podemos comparar con Hugo Chávez, Nicolás Maduro o Donald Trump. ¿Pero no será que se les acusa de “populistas” por miedo a aceptar la realidad?, se pregunta Riemen en su libro. Detrás del populismo escondemos nuestro mayor temor: el retorno del fascismo. Nos cuesta trabajo aceptar que no hemos acabado con el enemigo. No somos capaces de asimilar que esos líderes que hoy llamamos “populistas” mañana pueden encabezar gobiernos “fascistas”.
El miedo, nos dice Riemen, es el sentimiento que explota el fascismo para su propio beneficio. En 1933, a unos cuantos años de estallar la Segunda Guerra Mundial, el presidente estadunidense Franklin D. Roosevelt aseguró que los seres humanos “de lo único que debemos tener miedo es del miedo mismo”. Fue un discurso conmovedor. Roosevelt se erigía, en ese momento, contra el fascismo. Prometía combatirlo en todas sus manifestaciones. Y tenía que hacerlo.
Hoy, en 2017, la realidad económica a escala global es preocupante. Millones de personas viven en pobreza, la desigualdad es profundísima y en países como el nuestro enfrentamos serios problemas de inseguridad. Cuando observamos esos problemas, la primera emoción que experimentamos es el miedo. En casi todo el mundo, líderes políticos sedientos de poder se presentan ante la sociedad con soluciones fáciles, aunque irrealizables, para problemas complejos. Nos piden que creamos en que se puede volver a “ser grande otra vez” como Donald Trump o que “la esperanza” nos sacará adelante, como López Obrador. Ofrecen el paraíso y la salvación por un solo voto. Prometen erradicar el hambre, la pobreza, la violencia y la desigualdad en un santiamén. Y es claro: prometer no empobrece, pero sí empodera. Una vez en el poder, el paso del populismo al fascismo es tan pequeño y tan borroso que muchos líderes, si no es que todos, terminan por instaurar un régimen fascista (otra vez Riemen). Porque su discurso es siempre en esencia violento.
El fascismo cumple su lucha dialéctica frente a su opuesto: el humanismo. Hoy podemos construir nuevos humanismos que nos permitan luchar contra el odio. El regreso del fascismo siempre es posible, pero nunca inevitable; podemos todos, como asegura Riemen, ser “combatientes contra nuestra era”. ¿Debemos esperar sentados a que los fascistas, aprovechándose de nuestros miedos e ilusiones, tomen de nuevo el poder? En nuestras manos, con los valores y las instituciones democráticas que hemos fundado, está la posibilidad de luchar, siguiendo a Nietzsche, contra el poder ciego de lo actual. Ir a contracorriente. Construir un nuevo humanismo.
Debemos evitar que el miedo irracional mueva a las masas, pues enfrentar el fascismo, donde quiera que se manifieste, es una forma de proteger el espíritu de nuestra civilización. Aprovecho esta última línea para felicitar a todos mis lectores y desearles una feliz Navidad. Que la crítica reflexiva sea nuestro mejor regalo para combatir esta era.
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