Aunque lo parezca, no debe ser calificado el año que concluye como el de las sorpresas electorales: la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, el fracaso del gobierno colombiano en el referendo por la paz, la derrota del PRI en junio, el triunfo de Donald Trump en la elección presidencial de Estados Unidos. Lo inesperado se aprecia así por quienes no entienden el singular ánimo social que existe en muchas partes del mundo y particularmente en nuestro país.
Lo que debe dejarnos a todos este 2016 son razones para ver con preocupación lo que ocurre. No es la derrota del sistema o el anhelo de cambio lo que altera la tranquilidad, sino lo que puede quedar en su lugar. En los países más desarrollados los sectores sociales perdedores de la globalización están dispuestos a impulsar proyectos políticos nacionalistas con contenidos de intolerancia, xenofobia y socialmente regresivos. En esos países con facilidad se llega a la falsa conclusión que el deterioro social tiene que ver con los migrantes indocumentados y la apertura económica al mundo. También persiste la idea inexacta de que la liberalización comercial y financiera ha tenido efectos perniciosos.
En este contexto algunos culpan a la información digital y particularmente al Facebook por promover actitudes en los electores fundadas en la mentira y el prejuicio. Se señala que el descrédito de la democracia por el surgimiento de estos proyectos antiliberales se explica por la derrota de la prensa convencional a partir de la competencia desleal de los medios digitales. Es cierto que en la red prolifera información falsa, la exaltación de antivalores y el insulto a la razón, pero también es el espacio que da lugar a información veraz, a la denuncia pública y al reclamo social que de otra manera no se expresaría en los medios regulares. Lo digital corta para los dos lados: una parte muy mala y negativa y otra muy buena y positiva.
La crisis de la prensa liberal viene de tiempo atrás; ciertamente se acentúa con los medios digitales, además, el intento de los periódicos de incursionar comercialmente en los espacios digitales no ha tenido el mejor de los resultados. Los casos de éxito son aislados y temporales. La prensa todavía no ha encontrado una fórmula para contener el desplazamiento del que es objeto a causa de internet. También la televisión está viviendo su propia crisis; disminuye su mercado, lo digital se vuelve arrollador y el entretenimiento se impone sobre las tareas informativas o de calidad editorial en los medios electrónicos.
Si bien su poder es innegable, resulta un exceso culpar a la información digital por la proliferación de los proyectos antisistémicos y populistas. Las redes sociales y la información digital fueron muy importantes para que Estados Unidos fuera gobernado por un presidente de origen afroamericano. Las redes sociales han sido pieza fundamental en la caída de dictadores y han sido fuente de denuncia y de participación activa en las sociedades. Hay proyectos noticiosos e informativos en el ciberespacio de extraordinaria calidad precisamente porque no padecen el agobio económico y restricciones que significa la empresa de medios convencional.
Desde 2015 en este espacio hemos llamado la atención de manera reiterada que México y el mundo viven un cambio social profundo que en política favorece la alternancia y da mayor espacio a lo antisistémico. Las redes contribuyen a este proceso, pero no lo explican del todo. Lo que sí es claro es que las condiciones existentes favorecen las propuestas radicales de cambio. Que los instrumentos convencionales para su medición, como son las encuestas tradicionales, han perdido precisión para anticipar lo que viene porque no se pregunta de la mejor forma y se confunde al encuestado con el votante. Sucedió en Reino Unido con el brexit, en Colombia con el plebiscito, en México muchos de los estudios erraron para ver lo que era claro, que la alternancia iba a ser la norma; y en Estados Unidos, que el señor Trump tenía más apoyo de lo que parecía.
El 2017 no tiene por qué ser diferente, incluso puede ser todavía más radical en sus expresiones disruptivas por dos consideraciones: primera, no se han modificado las causas que provocan los cambios; segunda, los procesos del pasado inmediato tienen efectos que reproducen el malestar y descontento con el orden de cosas, la razón más importante para entender lo que está ocurriendo.
Uno de los temas a observar en 2017 es el comportamiento de los antisistémicos ahora en el poder. En 2016 se pudo apreciar el caso más emblemático en México, que es en Nuevo León con el ahora gobernador Jaime Rodríguez Calderón. El optimismo y amplio aval con el que llegó se fue diluyendo en la medida en que no se pudo corresponder con la expectativa ciudadana que le llevó al poder. Hay un sentimiento de desencanto con él.
¿Qué habrá de suceder con Donald Trump presidente? En el mundo entero esa es la principal interrogante. En México hay preocupación. Los temas son importantes, pero deben contemplarse en una perspectiva más amplia y ver que las promesas de campaña no solo son difíciles de cumplir, sino que algunas son hasta contraproducentes para la economía estadunidense.
El problema es que frente a la imposibilidad de cumplir compromisos se opte por medidas emblemáticas que sí puedan tener un efecto negativo grave al país y a la paz mundial. El presidente estadunidense está acotado por el Congreso con mayoría republicana, los Poderes locales, la pluralidad y el peso de la opinión pública. Trump y su equipo están dispuestos a desafiar muchas de estas contenciones y en el afán de ganar se pueden promover acciones que modifiquen las coordenadas que cuestionan o limitan al poder presidencial, particularmente las de carácter militar.
Finalmente, es preciso señalar que como personas, comunidad o país el futuro se construye en función de uno mismo. Hay una amplia agenda de tareas. Allí es donde se debe actuar para mejorar lo que hemos logrado, o para protegerlo de nuestros propios anhelos sociales de cambio que no siempre, como ocurrió en este año que termina, se procesan adecuadamente.
http://twitter.com/liebano
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Lo que debe dejarnos a todos este 2016 son razones para ver con preocupación lo que ocurre. No es la derrota del sistema o el anhelo de cambio lo que altera la tranquilidad, sino lo que puede quedar en su lugar. En los países más desarrollados los sectores sociales perdedores de la globalización están dispuestos a impulsar proyectos políticos nacionalistas con contenidos de intolerancia, xenofobia y socialmente regresivos. En esos países con facilidad se llega a la falsa conclusión que el deterioro social tiene que ver con los migrantes indocumentados y la apertura económica al mundo. También persiste la idea inexacta de que la liberalización comercial y financiera ha tenido efectos perniciosos.
En este contexto algunos culpan a la información digital y particularmente al Facebook por promover actitudes en los electores fundadas en la mentira y el prejuicio. Se señala que el descrédito de la democracia por el surgimiento de estos proyectos antiliberales se explica por la derrota de la prensa convencional a partir de la competencia desleal de los medios digitales. Es cierto que en la red prolifera información falsa, la exaltación de antivalores y el insulto a la razón, pero también es el espacio que da lugar a información veraz, a la denuncia pública y al reclamo social que de otra manera no se expresaría en los medios regulares. Lo digital corta para los dos lados: una parte muy mala y negativa y otra muy buena y positiva.
La crisis de la prensa liberal viene de tiempo atrás; ciertamente se acentúa con los medios digitales, además, el intento de los periódicos de incursionar comercialmente en los espacios digitales no ha tenido el mejor de los resultados. Los casos de éxito son aislados y temporales. La prensa todavía no ha encontrado una fórmula para contener el desplazamiento del que es objeto a causa de internet. También la televisión está viviendo su propia crisis; disminuye su mercado, lo digital se vuelve arrollador y el entretenimiento se impone sobre las tareas informativas o de calidad editorial en los medios electrónicos.
Si bien su poder es innegable, resulta un exceso culpar a la información digital por la proliferación de los proyectos antisistémicos y populistas. Las redes sociales y la información digital fueron muy importantes para que Estados Unidos fuera gobernado por un presidente de origen afroamericano. Las redes sociales han sido pieza fundamental en la caída de dictadores y han sido fuente de denuncia y de participación activa en las sociedades. Hay proyectos noticiosos e informativos en el ciberespacio de extraordinaria calidad precisamente porque no padecen el agobio económico y restricciones que significa la empresa de medios convencional.
Desde 2015 en este espacio hemos llamado la atención de manera reiterada que México y el mundo viven un cambio social profundo que en política favorece la alternancia y da mayor espacio a lo antisistémico. Las redes contribuyen a este proceso, pero no lo explican del todo. Lo que sí es claro es que las condiciones existentes favorecen las propuestas radicales de cambio. Que los instrumentos convencionales para su medición, como son las encuestas tradicionales, han perdido precisión para anticipar lo que viene porque no se pregunta de la mejor forma y se confunde al encuestado con el votante. Sucedió en Reino Unido con el brexit, en Colombia con el plebiscito, en México muchos de los estudios erraron para ver lo que era claro, que la alternancia iba a ser la norma; y en Estados Unidos, que el señor Trump tenía más apoyo de lo que parecía.
El 2017 no tiene por qué ser diferente, incluso puede ser todavía más radical en sus expresiones disruptivas por dos consideraciones: primera, no se han modificado las causas que provocan los cambios; segunda, los procesos del pasado inmediato tienen efectos que reproducen el malestar y descontento con el orden de cosas, la razón más importante para entender lo que está ocurriendo.
Uno de los temas a observar en 2017 es el comportamiento de los antisistémicos ahora en el poder. En 2016 se pudo apreciar el caso más emblemático en México, que es en Nuevo León con el ahora gobernador Jaime Rodríguez Calderón. El optimismo y amplio aval con el que llegó se fue diluyendo en la medida en que no se pudo corresponder con la expectativa ciudadana que le llevó al poder. Hay un sentimiento de desencanto con él.
¿Qué habrá de suceder con Donald Trump presidente? En el mundo entero esa es la principal interrogante. En México hay preocupación. Los temas son importantes, pero deben contemplarse en una perspectiva más amplia y ver que las promesas de campaña no solo son difíciles de cumplir, sino que algunas son hasta contraproducentes para la economía estadunidense.
El problema es que frente a la imposibilidad de cumplir compromisos se opte por medidas emblemáticas que sí puedan tener un efecto negativo grave al país y a la paz mundial. El presidente estadunidense está acotado por el Congreso con mayoría republicana, los Poderes locales, la pluralidad y el peso de la opinión pública. Trump y su equipo están dispuestos a desafiar muchas de estas contenciones y en el afán de ganar se pueden promover acciones que modifiquen las coordenadas que cuestionan o limitan al poder presidencial, particularmente las de carácter militar.
Finalmente, es preciso señalar que como personas, comunidad o país el futuro se construye en función de uno mismo. Hay una amplia agenda de tareas. Allí es donde se debe actuar para mejorar lo que hemos logrado, o para protegerlo de nuestros propios anhelos sociales de cambio que no siempre, como ocurrió en este año que termina, se procesan adecuadamente.
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Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
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