El movimiento Nuitdebout —que significa “noche en pie”, en francés— se gestó de manera más o menos espontánea para protestar contra la nueva Ley del Trabajo propuesta por el Gobierno socialista de Manuel Valls. Sus activistas organizan asambleas nocturnas en la plaza de la República, en París, donde pueden participar oradores de diferentes proveniencias para expresar sus inconformidades y descontentos. En cierta ocasión —me cuenta un conocido que estuvo allí— subió a la tribuna un africano, natural de Níger, para denunciar la explotación de las minas de uranio que realiza Areva, la gran corporación francesa del sector energético, y señalar que los de su pueblo, los tuareg, ni siquiera “necesitan electricidad para mantener su modo de vida”. Las primeras acusaciones, de presunto saqueo de recursos naturales y daño al medio ambiente, despertaban ya las simpatías de la concurrencia pero cuando el denunciante evocó esa condición de primigenia y paradisiaca pureza las adhesiones se multiplicaron. O sea, que la vida ideal no requeriría de mayores asistencias industriales ni mucho menos de dañinas tecnologías y, al parecer, un estado de absoluta simpleza es totalmente deseable para los tozudos adversarios de la globalización.
También en estos pagos hemos observado airadas expresiones de oposición a toda suerte de proyectos aduciendo que se viola la sacrosanta integridad de la “madre tierra” y que se alteran los usos y costumbres de sus habitantes. En Oaxaca se han cancelado millonarias inversiones porque los parques eólicos —esos campos sembrados de inmensas hélices que aprovechan los vientos para generar electricidad— se construirían en zonas donde, más allá del tema de la renta que se pueda pagar a sus propietarios o de los problemas derivados de la reconversión de tierras ejidales, no deben ocupar un territorio que debe mantenerse exactamente como está ahora, en las mismas condiciones, por los siglos de los siglos. Las argumentaciones son muy interesantes, como la que expone Alfredo Bravo Olivares, investigador de Economía Política de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en un reportaje publicado en el sitio digital sinmmbargo.mx: “A través de la educación moderna, las políticas neoliberales han transformado la forma en que la gente piensa, le quitan su forma de concebir sus tradiciones, su cultura y su forma de vida, sobre todo a los más jóvenes, que ya tienen una idea de vida distinta a lo que tienen sus padres y los ancianos en el campo y en el mar, que es de lo que viven. En las escuelas, muchos jóvenes están a favor de los parques eólicos, sin darse cuenta que atentan contra la forma de vida de sus padres y de las generaciones que vienen”. Por su parte, Carlos Sánchez, indígena zapoteco y opositor a la construcción de parques en la barra Santa Teresa y en Juchitán, declara, en un estudio de Santiago Navarro y Renata Bessi, aparecido en Avispa Midia: “La madre tierra está enferma, la enfermedad es el calentamiento global, provocado por los dueños del dinero. Ellos creen que con el dinero se puede comprar la vida. Quieren lucrar hasta con la misma enfermedad que ellos mismos han provocado a la madre tierra. Con el pretexto de disminuir el calentamiento global llegan a nuestros territorios para controlar nuestros bosques, montañas, lugares sagrados y nuestra agua. Están provocando una devastación en nuestro tejido social”.
Uno pensaría que la generación de energía limpia, a partir del viento, es algo esencialmente bueno para el planeta. Pues, resulta que no. Es un negocio de empresas multinacionales, para empezar. Los pobladores del istmo de Tehuantepec hablan de una “etapa de reconquista” en la que participan corporaciones españolas como Iberdrola, Fenosa o Demex. Y, entraña igualmente un “despojo”: la utilización de las tierras para instalar enormes aspas en lugar de que sirvan para seguir cultivando maíz como siempre, se vive como un auténtico quebrantamiento de los usos y costumbres. El académico de la UNAM y el indígena oaxaqueño no podrían ser más explícitos en sus imputaciones: ambos coinciden en su nostalgia de esa “forma de vida” contra la que, miren ustedes, están “atentando” hasta los propios jóvenes de las comunidades oaxaqueñas (por culpa del neoliberalismo, desde luego). Pero, entonces, ¿no hay que construir parques eólicos? De cualquier manera, ya hay muchos que están funcionando en la región, a pesar de todos los pesares y de que, según los denunciantes, no aporten ningún beneficio a la población local.
Oaxaca es uno de los estados más pobres del país y esta realidad es previa a cualquier incursión de las multinacionales energéticas. La comparación con Níger es desproporcionada porque estamos hablando de una de las naciones más desfavorecidas del planeta. Tampoco es comparable el sector nuclear con la generación de electricidad a partir del viento. Pero, los opositores de la parisina plaza de la República y los activistas de Juchitán se hermanan, ahí sí, en su oscuro rechazo a la modernidad.
revueltas@mac.com
También en estos pagos hemos observado airadas expresiones de oposición a toda suerte de proyectos aduciendo que se viola la sacrosanta integridad de la “madre tierra” y que se alteran los usos y costumbres de sus habitantes. En Oaxaca se han cancelado millonarias inversiones porque los parques eólicos —esos campos sembrados de inmensas hélices que aprovechan los vientos para generar electricidad— se construirían en zonas donde, más allá del tema de la renta que se pueda pagar a sus propietarios o de los problemas derivados de la reconversión de tierras ejidales, no deben ocupar un territorio que debe mantenerse exactamente como está ahora, en las mismas condiciones, por los siglos de los siglos. Las argumentaciones son muy interesantes, como la que expone Alfredo Bravo Olivares, investigador de Economía Política de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en un reportaje publicado en el sitio digital sinmmbargo.mx: “A través de la educación moderna, las políticas neoliberales han transformado la forma en que la gente piensa, le quitan su forma de concebir sus tradiciones, su cultura y su forma de vida, sobre todo a los más jóvenes, que ya tienen una idea de vida distinta a lo que tienen sus padres y los ancianos en el campo y en el mar, que es de lo que viven. En las escuelas, muchos jóvenes están a favor de los parques eólicos, sin darse cuenta que atentan contra la forma de vida de sus padres y de las generaciones que vienen”. Por su parte, Carlos Sánchez, indígena zapoteco y opositor a la construcción de parques en la barra Santa Teresa y en Juchitán, declara, en un estudio de Santiago Navarro y Renata Bessi, aparecido en Avispa Midia: “La madre tierra está enferma, la enfermedad es el calentamiento global, provocado por los dueños del dinero. Ellos creen que con el dinero se puede comprar la vida. Quieren lucrar hasta con la misma enfermedad que ellos mismos han provocado a la madre tierra. Con el pretexto de disminuir el calentamiento global llegan a nuestros territorios para controlar nuestros bosques, montañas, lugares sagrados y nuestra agua. Están provocando una devastación en nuestro tejido social”.
Uno pensaría que la generación de energía limpia, a partir del viento, es algo esencialmente bueno para el planeta. Pues, resulta que no. Es un negocio de empresas multinacionales, para empezar. Los pobladores del istmo de Tehuantepec hablan de una “etapa de reconquista” en la que participan corporaciones españolas como Iberdrola, Fenosa o Demex. Y, entraña igualmente un “despojo”: la utilización de las tierras para instalar enormes aspas en lugar de que sirvan para seguir cultivando maíz como siempre, se vive como un auténtico quebrantamiento de los usos y costumbres. El académico de la UNAM y el indígena oaxaqueño no podrían ser más explícitos en sus imputaciones: ambos coinciden en su nostalgia de esa “forma de vida” contra la que, miren ustedes, están “atentando” hasta los propios jóvenes de las comunidades oaxaqueñas (por culpa del neoliberalismo, desde luego). Pero, entonces, ¿no hay que construir parques eólicos? De cualquier manera, ya hay muchos que están funcionando en la región, a pesar de todos los pesares y de que, según los denunciantes, no aporten ningún beneficio a la población local.
Oaxaca es uno de los estados más pobres del país y esta realidad es previa a cualquier incursión de las multinacionales energéticas. La comparación con Níger es desproporcionada porque estamos hablando de una de las naciones más desfavorecidas del planeta. Tampoco es comparable el sector nuclear con la generación de electricidad a partir del viento. Pero, los opositores de la parisina plaza de la República y los activistas de Juchitán se hermanan, ahí sí, en su oscuro rechazo a la modernidad.
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Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
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