En agosto próximo se cumplirán 71 años de los bombardeos atómicos sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki; siete décadas de que el presidente Harry S. Truman diera la estocada final a la participación del Imperio de Japón en la Segunda Guerra Mundial del lado de las potencias del Eje; ¿fue una estrategia militar? Sí; ¿fue una venganza por los bombardeos de Pearl Harbor? Quizá también. La importancia de retomar este asunto radica en la visita oficial que realizó el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama a la ciudad de Nagasaki el viernes pasado; ahí pronunció un emotivo discurso en donde remembró a todos los soldados caídos, pero sobretodo recordó que los hechos acaecidos en dicha ciudad fueron provocados por una fuerza terrible liberada en un pasado no tan lejano.
Obama reconoció las atrocidades de la guerra, así como a sus víctimas, sin embargo, en su discurso no se encontró palabra alguna que aludiera al perdón. Si bien en un conflicto armado un alto número de bajas enemigas forma parte de la victoria de un bando, las bajas civiles siempre serán difíciles de asimilar. En Hiroshima el lanzamiento de la bomba atómica de 50 kilos de uranio bastó para terminar con la vida de 166,000 personas, residentes civiles casi en su totalidad. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría, Estados Unidos se podía jactar de tener el arma más mortífera de lo que llevaba transcurrido el Siglo XX, la Unión Soviética pronto entendió la importancia de crear un antagonista igual de destructivo y terrorífico, la carrera armamentista por poco termina con la vida en el planeta.
Hoy ya no es momento de guerrear, grandes avances institucionales y políticos han permitido crear bloques de relativa paz gracias a la consolidación de la democracia, aunque me sigue llamando la atención la sofisticación de las armas que año con año las grandes potencias presumen y relucen ante el mundo, sin duda el poderío militar se configura como un pilar en el desarrollo de un país, Obama fue muy transparente en ese sentido, a pesar de llamar en el país asiático a construir la paz, la realidad en nuestro vecino del norte es otra, considerándose por iniciativa propia como el policía del mundo, Estados Unidos no cesa de acrecentar su arsenal nuclear, en ese sentido no parece haber quedado completamente clara la lección.
Desde un análisis simbólico, la visita a Hiroshima se puede perfilar como un cierre de ciclos bélicos del siglo pasado, los igualmente emotivos y acertados discursos pronunciados por Obama en Turquía respecto al Islam y su cultura política y religiosa, dejan entre ver que el presidente de Estados Unidos pretende pasar a la historia como un mandatario relativamente pacifista y sobretodo conciliador, este argumento se refuerza con la negativa del propio presidente de invadir Siria para combatir directamente al Estado Islámico así como en la reducción considerable de tropas norteamericanas en suelo afgano e iraquí.
Es difícil no recordar las atrocidades y las graves consecuencias de la guerra, más difícil aún considerarlas como una mera estrategia militar de la época referida; es por ello que el llamado a la paz pronunciado no solo por políticos europeos, asiáticos o americanos no basta para configurar un nuevo modelo que evite en todo momento las confrontaciones, sino que es necesario que los pueblos entiendan y primen el diálogo por sobre el conflicto en todo momento.
Obama reconoció las atrocidades de la guerra, así como a sus víctimas, sin embargo, en su discurso no se encontró palabra alguna que aludiera al perdón. Si bien en un conflicto armado un alto número de bajas enemigas forma parte de la victoria de un bando, las bajas civiles siempre serán difíciles de asimilar. En Hiroshima el lanzamiento de la bomba atómica de 50 kilos de uranio bastó para terminar con la vida de 166,000 personas, residentes civiles casi en su totalidad. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría, Estados Unidos se podía jactar de tener el arma más mortífera de lo que llevaba transcurrido el Siglo XX, la Unión Soviética pronto entendió la importancia de crear un antagonista igual de destructivo y terrorífico, la carrera armamentista por poco termina con la vida en el planeta.
Hoy ya no es momento de guerrear, grandes avances institucionales y políticos han permitido crear bloques de relativa paz gracias a la consolidación de la democracia, aunque me sigue llamando la atención la sofisticación de las armas que año con año las grandes potencias presumen y relucen ante el mundo, sin duda el poderío militar se configura como un pilar en el desarrollo de un país, Obama fue muy transparente en ese sentido, a pesar de llamar en el país asiático a construir la paz, la realidad en nuestro vecino del norte es otra, considerándose por iniciativa propia como el policía del mundo, Estados Unidos no cesa de acrecentar su arsenal nuclear, en ese sentido no parece haber quedado completamente clara la lección.
Desde un análisis simbólico, la visita a Hiroshima se puede perfilar como un cierre de ciclos bélicos del siglo pasado, los igualmente emotivos y acertados discursos pronunciados por Obama en Turquía respecto al Islam y su cultura política y religiosa, dejan entre ver que el presidente de Estados Unidos pretende pasar a la historia como un mandatario relativamente pacifista y sobretodo conciliador, este argumento se refuerza con la negativa del propio presidente de invadir Siria para combatir directamente al Estado Islámico así como en la reducción considerable de tropas norteamericanas en suelo afgano e iraquí.
Es difícil no recordar las atrocidades y las graves consecuencias de la guerra, más difícil aún considerarlas como una mera estrategia militar de la época referida; es por ello que el llamado a la paz pronunciado no solo por políticos europeos, asiáticos o americanos no basta para configurar un nuevo modelo que evite en todo momento las confrontaciones, sino que es necesario que los pueblos entiendan y primen el diálogo por sobre el conflicto en todo momento.
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