Test de estrés a los partidos

Test de estrés a los partidos
No cabe duda que el fin de año estuvo lleno de sobresaltos. En todos los sentidos. Desde la crisis de seguridad y el movimiento social surgido tras la tragedia de Ayotzinapa hasta los escándalos de corrupción en todos los estratos de la administración pública, la simbiosis aparente entre gobierno y crimen organizado, el desvanecimiento de las expectativas económicas.

La situación mundial no es muy halagüeña, por otro lado. El desplome en los precios del petróleo, las nuevas guerras no reguladas, la formación de alianzas geopolíticas en respuesta a ofensivas económicas. La pluridimensionalidad de los problemas requiere, hoy más que nunca, de pensar en lo global pero actuar en lo local. De pensar en el largo plazo con acciones presentes.

Hace unos cuantos días, el diario español El País realizó un ejercicio interesante. Se trataba de responder a la pregunta de si los partidos políticos españoles se encuentran preparados para afrontar los nuevos tiempos, a la manera de las pruebas a las que las instituciones financieras deben someterse, de forma periódica, para asegurar que cuentan con el capital suficiente para enfrentar circunstancias adversas. El “Test de estrés a los partidos políticos” analiza ocho aspectos que deberían ser tema de reflexión y acción urgente de nuestra clase política, no sólo para recuperar algo de la credibilidad perdida sino para garantizar la viabilidad misma de nuestra democracia.

En primer lugar, la evolución electoral y encuestas. El mapa electoral es, hoy en día, muy distinto al de la elección pasada. Los escándalos y la falta de eficiencia han cobrado factura, como lo demuestran no sólo las encuestas sino la calle misma y las redes sociales. La irrupción de Morena, en un tablero que parece adecuadamente dispuesto para su llegada, terminará por debilitar y probablemente desaparecer al exangüe PRD.

En segundo lugar, la afiliación. ¿De qué tamaño son realmente los partidos? La sorpresa que se llevó el PAN hace algunos años nos hace pensar en la representatividad de partidos como el Verde, el PT o Movimiento Ciudadano. ¿Cuáles son las razones por las que un ciudadano decide afiliarse a alguna institución política? ¿Cómo reclutan a sus afiliados? Y, vistos casos como el del PRD en Iguala, ¿cómo los controlan?

En tercer lugar, la transparencia. Esto, en México, es más que urgente. Los partidos deberían no sólo realizar comparecencias públicas para aclarar sus posturas, sino que deberían brindar información puntual sobre ingresos y gastos; el patrimonio y los ingresos de sus dirigentes; el presupuesto de campañas electorales, y someterse al escrutinio público de acuerdo con criterios internacionales.

En cuarto lugar, la participación. Los partidos no se están vinculando con la gente, y es en este rubro en el que Morena ha trabajado de forma más activa. Los partidos no generan debate, no se involucran, no han sido capaces de llevar la política a los ciudadanos de forma ordenada, y el resultado es no sólo una apatía sino una desconfianza plena hacia quienes no saben comunicarse sino con dádivas y promesas que ya nadie está dispuesto a creer.

En quinto lugar, el financiamiento. El origen de los recursos con los que operan los partidos políticos debería de ser completamente transparente, sobre todo a la luz de los últimos episodios, en los que parece haber sospechas más que fundadas de corrupción institucional y fondos de proveniencia ilícita. La ley es muy clara al respecto, pero la evidencia del gasto brutal en campañas hace no sólo necesario, sino urgente, conocer el origen de tales cantidades.

En sexto lugar, las normas de buen gobierno. Esto es, la forma de organizarse, de tomar decisiones, pero también los códigos de ética que deben regir la actuación de sus afiliados. Suena utópico, pero si las reglas fueran claras y supusieran una expulsión inmediata y separación de cualquier cargo, se terminarían las fiestas con teiboleras, los créditos hipotecarios o los contratos a los amigos.

En séptimo lugar, la corrupción. En el discurso, todos están en contra de ella, pero en la práctica no ha habido un solo partido que tenga un programa real para combatirla. Nadie transparenta, nadie sanciona, nadie condena. Y, por supuesto, nadie denuncia, sobre todo cuando se trata de casos que involucran a sus correligionarios. La corrupción se persigue sólo por interés político sin entender que es un asunto de interés público, y erradicarla no es sólo la responsabilidad de las autoridades, sino también de quienes pretenden convertirse en ellas.

En octavo lugar, los programas electorales. Esto debe ser fundamental, sobre todo a unas semanas de que inicie la contienda y en un momento en el que será más que complicado convencer a la gente de cualquier agenda política. ¿Cuál será la oferta electoral con la que llevarán a los ciudadanos a las urnas? La sociedad, efectivamente, está cansada, y difícilmente volverá a dar su voto a quien siente con toda razón que le ha fallado.

¿Están preparados los partidos políticos mexicanos para afrontar los nuevos tiempos? La respuesta parece ser más que evidente. Y, en realidad, debería ser nuestra mayor preocupación. Porque bajo el esquema actual, si fallan los partidos falla la democracia, tornándose el campo fértil para la anarquía. Ya comienzan a surgir las voces pretendiendo evitar la elección en Guerrero, donde no sólo las autoridades, sino también los partidos, fallaron. Esa es la primera muestra, el primer signo de lo que puede empezar a pasar si los partidos no se fortalecen. Y ése sí es un peligro grave.
 

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