Con casi tres millones de casos de COVID-19 en todo el mundo, el estudio del virus al interior del cuerpo humano se ha vuelto fundamental para tratar de entender por qué unas personas pueden recuperarse con tan solo unas gotas de oxígeno, mientras que otras sucumben con el virus extendido por pulmones, corazón, riñones, intestino y cerebro.
Científicos de todo el mundo, como la doctora Irani Thevarajan, especialista en enfermedades infecciosas del Servicio Victoriano de Enfermedades Infecciosas en Melbourne, Australia, y Miembro Honorario en el Instituto Nossal para la Salud Global, confirma que la cifra del 80% de los casos de Covid-19 sigue siendo leve, pero comprender la respuesta inmune en todos los casos (abarcando moderados y graves) es muy importante porque no sólo lleva a entender mejor la forma en que el virus embate al organismo, sino con qué efectividad puede funcionar el centenar de tratamientos que están a prueba en la actualidad, y por supuesto, abona en el desarrollo de la anhelada vacuna.
Campo de batallas Ante el ataque el patógeno, el sistema inmune responde de dos formas: la respuesta innata y la respuesta adaptativa. La primera no tiene memoria y se encarga de aumentar el flujo de sangre hacia la zona infectada. De los vasos sanguíneos salen células y determinadas sustancias, como proteínas y citocinas, que tratan de detener la infección. Las células implicadas en la respuesta innata son los macrófagos, neutrófilos, células dendríticas, mastocitos, eosinófilos, basófilos y células NK (Natural killers-asesinas naturales), un potente batallón que inicia la guerra contra el patógeno. El primer liderazgo lo asumen los macrófagos, células devoradoras de desechos presentes en casi todos los tejidos corporales. Cuando la infección es leve, bastará este primer escuadrón para vencer al enemigo.
Por otro lado, la respuesta adaptativa se encarga de producir anticuerpos para destruir al patógeno. Las células que participan en este proceso son un tipo especial de leucocitos llamados linfocitos. Las células B y T son sus clases principales. Cabe señalar que en este tipo de respuesta, el cuerpo sí es capaz de recordar a los patógenos con los que ha entrado en contacto y es por esto que sabe cómo combatirlos en el futuro, pero en el caso de este virus, aún se desconoce la duración de la memoria inmunológica.
Es así que el sistema inmune trata de neutralizar al patógeno e impedir a toda costa que penetre a las células, pero no es una lucha sencilla. La batalla, literalmente, deja sin aliento, pues a medida que el sistema inmunitario combate, se interrumpe la transferencia de oxígeno al organismo, administrado mediante los alvéolos pulmonares. Los glóbulos blancos liberan moléculas inflamatorias que convocan más células inmunes que atacan y matan a las células infectadas por el virus. Los pulmones se convierten en un campo de batalla que se tiñe de células muertas y líquido, la patología subyacente de la neumonía, con sus síntomas correspondientes.
El virus también puede ganar la batalla de otras formas. El SARS-CoV-2 parece burlar al sistema inmunológico inhibiendo la producción de interferón, macromoléculas producidas y secretadas por las células anfitrionas como respuesta a la presencia del patógeno para impedir que el virus se introduzca en ellas. Por otra parte, algunos sistemas inmunitarios generan las llamadas “tormentas de citocinas” (o citoquinas). El sistema inmunitario se sobreestimula y atrae más células agresivas para combatir al virus, hasta que pierde el control y provoca una inflamación descontrolada que acaba con el organismo, pues las citocinas (en concreto la llamada IL6) son proteínas que no sólo generan inflamación local, sino lo hacen en diferentes órganos, como cerebro, hígado y médula ósea, pues las moléculas viajan por la sangre llegando hasta otros órganos. Es preciso decir que esto no es algo que solo suceda en la lucha frente al nuevo coronavirus, según datos de la Universidad de Alabama, este descontrol orgánico ocurre en al menos 15% de las personas que luchan contra cualquier infección severa.
Los especialistas parecen divididos respecto al impacto de estas “tormentas”. Mientras que para algunos estos estados hiperinflamatorios brindan una oportunidad de crear ensayos clínicos para fármacos dirigidos a citocinas específicas en pacientes con COVID-19; para otros, aún faltan datos más convincentes y el riesgo es que el uso de esos medicamentos pueda suprimir la respuesta inmune que el cuerpo necesita para combatir el virus.
El sistema inmunitario va perdiendo efectividad a lo largo de los años, por eso las personas de mayor edad tienen más riesgo. Lo mismo sucede en personas con enfermedades como diabetes, hipertensión u obesidad, pero los investigadores también están tratando de entender por qué el virus puede dañar gravemente a otros organismos más jóvenes y sin problemas de salud. La respuesta es multifactorial, pero el peso del factor genético no se ha dejado de lado, pues incluso las tormentas de citocinas podrían ser favorecidas por alguna mutación, tal como lo han demostrado estudios de otros coronavirus, como sucedió con el H1N1.
Por otra parte, especialistas en enfermedades respiratorias y genética de la Universidad de Oxford, estudian principalmente al gen que codifica a ACE2, la enzima unida a la superficie externa de las células en los pulmones, arterias, corazón, riñón e intestinos y que tiene un papel fundamental en el acceso del patógeno. Es posible que sus variaciones genéticas pudieran dejar a algunos individuos con mayor susceptibilidad a que el virus penetre sus células.
Uno de los proyectos más ambiciosos para estudiar la relación entre genética y el nuevo virus lo realiza el jefe del Instituto de Medicina Molecular de la Universidad de Helsinki. El bioestadista Andrea Ganna, ha puesto en marcha la Iniciativa de Genética del Host COVID-19 con más de un centenar de estudios y el acuerdo con biobancos de todo el mundo para compartir los datos de ADN que se han recopilado desde antes de la pandemia para poder identificar las variantes genéticas asociadas al COVID-19.
Los secretos del corazón En el artículo ¿Cómo mata el coronavirus? (Meredith Wadman et al), un artículo recientemente publicado por la revista Science, se rastrea el recorrido del virus al interior del cuerpo humano. La infección comienza cuando una persona infectada expulsa gotas cargadas de virus y otra persona las inhala. El SARS-CoV-2, encuentra una cálida bienvenida en el revestimiento de la nariz. Científicos del Instituto Wellcome Sanger han descubierto que las células en esta parte del cuerpo también son especialmente ricas en el mencionado ACE2. El intruso está dentro y “secuestra” la maquinaria de la célula, haciendo innumerables copias de sí mismo e invadiendo nuevas células. Si el sistema inmunitario no contrarresta el SARS-CoV-2 durante esta fase inicial, el virus baja por la tráquea para atacar los pulmones, donde, como ya se explicó, puede volverse mortal, pero allí no acaba la historia. Se piensa que una fracción del virus ejerce un ataque directo a otros órganos, como los riñones.
Los especialistas también han descubierto que en su recorrido por el cuerpo humano, el coronavirus es capaz de dañar a los vasos sanguíneos y el corazón, que probablemente tengan mucho más participación en el fatídico final de la enfermedad. En varias investigaciones en Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) en todo el mundo han notado que alrededor del 30% tienen una coagulación anormal, lo que podría acelerar la mortalidad por la enfermedad.
Los científicos están luchando por comprender exactamente qué causa el daño cardiovascular. Una hipótesis es que el virus ataca directamente el revestimiento del corazón y los vasos sanguíneos, que, como la nariz y los alvéolos pulmonares, son ricos en receptores ACE2. Otra teoría es que tal vez la falta de oxígeno, debido a la guerra realizada en los pulmones, es lo que daña los vasos sanguíneos; pero también la tormenta de citocinas podría devastar el corazón como lo hace con otros órganos como riñones, intestino y cerebro.
La batalla dentro y fuera del organismo aún es larga para saber exactamente cuáles son las piezas del rompecabezas que darán tregua a la pandemia, pero cada día hay nuevas pistas que no pueden ser discriminadas.
Vía: El Universal.
Científicos de todo el mundo, como la doctora Irani Thevarajan, especialista en enfermedades infecciosas del Servicio Victoriano de Enfermedades Infecciosas en Melbourne, Australia, y Miembro Honorario en el Instituto Nossal para la Salud Global, confirma que la cifra del 80% de los casos de Covid-19 sigue siendo leve, pero comprender la respuesta inmune en todos los casos (abarcando moderados y graves) es muy importante porque no sólo lleva a entender mejor la forma en que el virus embate al organismo, sino con qué efectividad puede funcionar el centenar de tratamientos que están a prueba en la actualidad, y por supuesto, abona en el desarrollo de la anhelada vacuna.
Campo de batallas Ante el ataque el patógeno, el sistema inmune responde de dos formas: la respuesta innata y la respuesta adaptativa. La primera no tiene memoria y se encarga de aumentar el flujo de sangre hacia la zona infectada. De los vasos sanguíneos salen células y determinadas sustancias, como proteínas y citocinas, que tratan de detener la infección. Las células implicadas en la respuesta innata son los macrófagos, neutrófilos, células dendríticas, mastocitos, eosinófilos, basófilos y células NK (Natural killers-asesinas naturales), un potente batallón que inicia la guerra contra el patógeno. El primer liderazgo lo asumen los macrófagos, células devoradoras de desechos presentes en casi todos los tejidos corporales. Cuando la infección es leve, bastará este primer escuadrón para vencer al enemigo.
Por otro lado, la respuesta adaptativa se encarga de producir anticuerpos para destruir al patógeno. Las células que participan en este proceso son un tipo especial de leucocitos llamados linfocitos. Las células B y T son sus clases principales. Cabe señalar que en este tipo de respuesta, el cuerpo sí es capaz de recordar a los patógenos con los que ha entrado en contacto y es por esto que sabe cómo combatirlos en el futuro, pero en el caso de este virus, aún se desconoce la duración de la memoria inmunológica.
Es así que el sistema inmune trata de neutralizar al patógeno e impedir a toda costa que penetre a las células, pero no es una lucha sencilla. La batalla, literalmente, deja sin aliento, pues a medida que el sistema inmunitario combate, se interrumpe la transferencia de oxígeno al organismo, administrado mediante los alvéolos pulmonares. Los glóbulos blancos liberan moléculas inflamatorias que convocan más células inmunes que atacan y matan a las células infectadas por el virus. Los pulmones se convierten en un campo de batalla que se tiñe de células muertas y líquido, la patología subyacente de la neumonía, con sus síntomas correspondientes.
El virus también puede ganar la batalla de otras formas. El SARS-CoV-2 parece burlar al sistema inmunológico inhibiendo la producción de interferón, macromoléculas producidas y secretadas por las células anfitrionas como respuesta a la presencia del patógeno para impedir que el virus se introduzca en ellas. Por otra parte, algunos sistemas inmunitarios generan las llamadas “tormentas de citocinas” (o citoquinas). El sistema inmunitario se sobreestimula y atrae más células agresivas para combatir al virus, hasta que pierde el control y provoca una inflamación descontrolada que acaba con el organismo, pues las citocinas (en concreto la llamada IL6) son proteínas que no sólo generan inflamación local, sino lo hacen en diferentes órganos, como cerebro, hígado y médula ósea, pues las moléculas viajan por la sangre llegando hasta otros órganos. Es preciso decir que esto no es algo que solo suceda en la lucha frente al nuevo coronavirus, según datos de la Universidad de Alabama, este descontrol orgánico ocurre en al menos 15% de las personas que luchan contra cualquier infección severa.
Los especialistas parecen divididos respecto al impacto de estas “tormentas”. Mientras que para algunos estos estados hiperinflamatorios brindan una oportunidad de crear ensayos clínicos para fármacos dirigidos a citocinas específicas en pacientes con COVID-19; para otros, aún faltan datos más convincentes y el riesgo es que el uso de esos medicamentos pueda suprimir la respuesta inmune que el cuerpo necesita para combatir el virus.
El sistema inmunitario va perdiendo efectividad a lo largo de los años, por eso las personas de mayor edad tienen más riesgo. Lo mismo sucede en personas con enfermedades como diabetes, hipertensión u obesidad, pero los investigadores también están tratando de entender por qué el virus puede dañar gravemente a otros organismos más jóvenes y sin problemas de salud. La respuesta es multifactorial, pero el peso del factor genético no se ha dejado de lado, pues incluso las tormentas de citocinas podrían ser favorecidas por alguna mutación, tal como lo han demostrado estudios de otros coronavirus, como sucedió con el H1N1.
Por otra parte, especialistas en enfermedades respiratorias y genética de la Universidad de Oxford, estudian principalmente al gen que codifica a ACE2, la enzima unida a la superficie externa de las células en los pulmones, arterias, corazón, riñón e intestinos y que tiene un papel fundamental en el acceso del patógeno. Es posible que sus variaciones genéticas pudieran dejar a algunos individuos con mayor susceptibilidad a que el virus penetre sus células.
Uno de los proyectos más ambiciosos para estudiar la relación entre genética y el nuevo virus lo realiza el jefe del Instituto de Medicina Molecular de la Universidad de Helsinki. El bioestadista Andrea Ganna, ha puesto en marcha la Iniciativa de Genética del Host COVID-19 con más de un centenar de estudios y el acuerdo con biobancos de todo el mundo para compartir los datos de ADN que se han recopilado desde antes de la pandemia para poder identificar las variantes genéticas asociadas al COVID-19.
Los secretos del corazón En el artículo ¿Cómo mata el coronavirus? (Meredith Wadman et al), un artículo recientemente publicado por la revista Science, se rastrea el recorrido del virus al interior del cuerpo humano. La infección comienza cuando una persona infectada expulsa gotas cargadas de virus y otra persona las inhala. El SARS-CoV-2, encuentra una cálida bienvenida en el revestimiento de la nariz. Científicos del Instituto Wellcome Sanger han descubierto que las células en esta parte del cuerpo también son especialmente ricas en el mencionado ACE2. El intruso está dentro y “secuestra” la maquinaria de la célula, haciendo innumerables copias de sí mismo e invadiendo nuevas células. Si el sistema inmunitario no contrarresta el SARS-CoV-2 durante esta fase inicial, el virus baja por la tráquea para atacar los pulmones, donde, como ya se explicó, puede volverse mortal, pero allí no acaba la historia. Se piensa que una fracción del virus ejerce un ataque directo a otros órganos, como los riñones.
Los especialistas también han descubierto que en su recorrido por el cuerpo humano, el coronavirus es capaz de dañar a los vasos sanguíneos y el corazón, que probablemente tengan mucho más participación en el fatídico final de la enfermedad. En varias investigaciones en Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) en todo el mundo han notado que alrededor del 30% tienen una coagulación anormal, lo que podría acelerar la mortalidad por la enfermedad.
Los científicos están luchando por comprender exactamente qué causa el daño cardiovascular. Una hipótesis es que el virus ataca directamente el revestimiento del corazón y los vasos sanguíneos, que, como la nariz y los alvéolos pulmonares, son ricos en receptores ACE2. Otra teoría es que tal vez la falta de oxígeno, debido a la guerra realizada en los pulmones, es lo que daña los vasos sanguíneos; pero también la tormenta de citocinas podría devastar el corazón como lo hace con otros órganos como riñones, intestino y cerebro.
La batalla dentro y fuera del organismo aún es larga para saber exactamente cuáles son las piezas del rompecabezas que darán tregua a la pandemia, pero cada día hay nuevas pistas que no pueden ser discriminadas.
Vía: El Universal.