La confusión pareciera el sello de los 100 días. Pero es una confusión con ánimo rijoso, con una clara estrategia de concentración de poder, con muestras evidentes de negación de la realidad. Confusión marcada por el desprecio a la ciencia y a la técnica. Una muy popular confusión con soberbia. O sea, una confusión muy particular para sondear a la sociedad.
¿Derecha o izquierda? Pascal Beltrán del Río lo asentó de manera diáfana (“Disonancias cognitivas”, 6/III/19): de izquierda, pero se cancelan las estancias infantiles y los refugios para las mujeres víctimas de violencia; de izquierda, pero se propone a tres mujeres con posturas conservadoras para la SCJN, qué pensará la comunidad gay; de izquierda, pero se intentó militarizar la seguridad pública; de izquierda, pero se organizan abucheos típicos del fascismo; de izquierda, pero el culto al gran líder recuerda a las peores figuras del siglo XX; de izquierda, pero se impone una termoeléctrica contra la voluntad comunitaria; de izquierda, pero dispuestos a enterrar miles de millones de dólares de fondos públicos del NAIM por un capricho personal; de izquierda, pero se busca, subrepticiamente, revivir al partido más conservador con el cual se hizo alianza.
Entonces, confusión y claridad a la vez, certezas, porque la ciencia no importa y se pide permiso a la madre tierra, pero se avasalla la ecología con un caprichoso tren y una refinería; claridad, porque los criterios técnicos de MITRE y de Oaci simplemente no cuentan, para eso está la visión del gran líder, no importa poner en juego la seguridad de millones; claridad, porque no se cree en los beneficios del país industrializado, el que exporta 90% de manufacturas, y se piensa que la riqueza sólo proviene del petróleo; claridad, porque la única interpretación válida es la que ÉL sustenta, al diablo con las calificadoras, con la información del Inegi, del FMI, de la OCDE, de los grandes bancos que ya avisan de un tropiezo severo de la economía; claridad, pues no se quieren entender las señales de la caída en la inversión o en el consumo; claridad de que todos están confundidos, salvo ÉL.
Cien días que son suficientes para saber cómo le sienta el poder a alguien. El poder desnuda lo que se lleva dentro. Palacio Nacional se convierte todas las mañanas en el salón de la intriga, con extrañas preguntas que siempre hieren a alguien, sala de la difamación, del insulto, de la soberbia disfrazada de transparencia. El mismo Palacio Nacional donde murió Juárez convertido hoy en el recinto de la manipulación, desde donde se dispara contra personas e instituciones sin brindarles verdadera capacidad de réplica; desde allí, sin respeto a esa edificación, se niegan realidades porque siempre hay otra información que nunca se ofrece; nuestro Palacio Nacional convertido en el escenario de quien desea —como Santa Anna— que el país sea de un solo hombre.
Pero los cien días que en lo público deprimen por la confusión del proyecto y las certezas autoritarias, son también muy alentadores. Basta con revisar la capacidad de argumentación desarrollada día a día en asuntos como la Guardia Nacional, en la defensa de las estancias infantiles y refugios para mujeres, en la racionalidad del NAIM, en el absurdo de debilitar a las burocracias capacitadas; en el carácter imprescindible de la sociedad civil como instancia de organización de acciones a favor de personas, de esos despreciados “intermediarios”. “¿Y si AMLO quita el apoyo a Alcohólicos Anónimos y les da dinero directo a los borrachos para que se atiendan donde gusten?”, se preguntan, con humor, en las redes sociales, las “benditas” que cada día están más críticas de los desplantes autoritarios del autoerigido líder moral y su única gran verdad: la corrupción explica todo el horror. Pero, a pesar de la corrupción, hubo logros.
Esa explicación servirá de muy poco si entramos a la tormenta que ya está en el radar. Todo por despreciar en paquete al “neoliberalismo”, ogro de ogros. Alentadores cien días, porque la sociedad mexicana ha mostrado una capacidad de reacción ante los absurdos e improperios; ha respondido a pesar de los micrófonos alineados. Resiliencia, una fuerza que se desarrolla frente a la adversidad que representa tener a un pugilista buscando conflictos todos los días, el rey del abucheo como forma de gobierno que nos aleja de la tolerancia que tanto se pregona.
Por supuesto, estamos mejor que hace cien días, cuando desde la inocencia se pensaba que habría un giro hacia la sensatez, que el individuo crecería con la responsabilidad. Hoy, frente a la realidad, sabemos que ocurre todo lo contrario, que el estudio de los asuntos y la rectificación no es lo suyo. Estamos mejor porque la faramalla denigratoria ya provoca indignación y energía para la lucha. Mejor, porque a diario se generan acuerdos sobre los desacuerdos.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
¿Derecha o izquierda? Pascal Beltrán del Río lo asentó de manera diáfana (“Disonancias cognitivas”, 6/III/19): de izquierda, pero se cancelan las estancias infantiles y los refugios para las mujeres víctimas de violencia; de izquierda, pero se propone a tres mujeres con posturas conservadoras para la SCJN, qué pensará la comunidad gay; de izquierda, pero se intentó militarizar la seguridad pública; de izquierda, pero se organizan abucheos típicos del fascismo; de izquierda, pero el culto al gran líder recuerda a las peores figuras del siglo XX; de izquierda, pero se impone una termoeléctrica contra la voluntad comunitaria; de izquierda, pero dispuestos a enterrar miles de millones de dólares de fondos públicos del NAIM por un capricho personal; de izquierda, pero se busca, subrepticiamente, revivir al partido más conservador con el cual se hizo alianza.
Entonces, confusión y claridad a la vez, certezas, porque la ciencia no importa y se pide permiso a la madre tierra, pero se avasalla la ecología con un caprichoso tren y una refinería; claridad, porque los criterios técnicos de MITRE y de Oaci simplemente no cuentan, para eso está la visión del gran líder, no importa poner en juego la seguridad de millones; claridad, porque no se cree en los beneficios del país industrializado, el que exporta 90% de manufacturas, y se piensa que la riqueza sólo proviene del petróleo; claridad, porque la única interpretación válida es la que ÉL sustenta, al diablo con las calificadoras, con la información del Inegi, del FMI, de la OCDE, de los grandes bancos que ya avisan de un tropiezo severo de la economía; claridad, pues no se quieren entender las señales de la caída en la inversión o en el consumo; claridad de que todos están confundidos, salvo ÉL.
Cien días que son suficientes para saber cómo le sienta el poder a alguien. El poder desnuda lo que se lleva dentro. Palacio Nacional se convierte todas las mañanas en el salón de la intriga, con extrañas preguntas que siempre hieren a alguien, sala de la difamación, del insulto, de la soberbia disfrazada de transparencia. El mismo Palacio Nacional donde murió Juárez convertido hoy en el recinto de la manipulación, desde donde se dispara contra personas e instituciones sin brindarles verdadera capacidad de réplica; desde allí, sin respeto a esa edificación, se niegan realidades porque siempre hay otra información que nunca se ofrece; nuestro Palacio Nacional convertido en el escenario de quien desea —como Santa Anna— que el país sea de un solo hombre.
Pero los cien días que en lo público deprimen por la confusión del proyecto y las certezas autoritarias, son también muy alentadores. Basta con revisar la capacidad de argumentación desarrollada día a día en asuntos como la Guardia Nacional, en la defensa de las estancias infantiles y refugios para mujeres, en la racionalidad del NAIM, en el absurdo de debilitar a las burocracias capacitadas; en el carácter imprescindible de la sociedad civil como instancia de organización de acciones a favor de personas, de esos despreciados “intermediarios”. “¿Y si AMLO quita el apoyo a Alcohólicos Anónimos y les da dinero directo a los borrachos para que se atiendan donde gusten?”, se preguntan, con humor, en las redes sociales, las “benditas” que cada día están más críticas de los desplantes autoritarios del autoerigido líder moral y su única gran verdad: la corrupción explica todo el horror. Pero, a pesar de la corrupción, hubo logros.
Esa explicación servirá de muy poco si entramos a la tormenta que ya está en el radar. Todo por despreciar en paquete al “neoliberalismo”, ogro de ogros. Alentadores cien días, porque la sociedad mexicana ha mostrado una capacidad de reacción ante los absurdos e improperios; ha respondido a pesar de los micrófonos alineados. Resiliencia, una fuerza que se desarrolla frente a la adversidad que representa tener a un pugilista buscando conflictos todos los días, el rey del abucheo como forma de gobierno que nos aleja de la tolerancia que tanto se pregona.
Por supuesto, estamos mejor que hace cien días, cuando desde la inocencia se pensaba que habría un giro hacia la sensatez, que el individuo crecería con la responsabilidad. Hoy, frente a la realidad, sabemos que ocurre todo lo contrario, que el estudio de los asuntos y la rectificación no es lo suyo. Estamos mejor porque la faramalla denigratoria ya provoca indignación y energía para la lucha. Mejor, porque a diario se generan acuerdos sobre los desacuerdos.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
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