Por cierto, por el avión presidencial que dejó de usar el actual presidente de México también pagamos arrendamiento los mexicanos. El contrato celebrado con los alquiladores sigue vigente y, encima, estamos sufragando no sé cuantos miles de dólares cada día por tener el aparato estacionado en una bodega en California. Y digo estamos porque esa plata, como los 200 mil millones de pesos que habrá costado detener la construcción de un gran aeropuerto, saldrá de nuestros bolsillos de contribuyentes. El dinero de papá Gobierno, lo repito machaconamente, proviene de los impuestos que cobra a los individuos productivos. Pero, en fin, no digo ya nada porque el pueblo de México apoya masivamente a su líder y cada vez me cuesta más trabajo, a mí, ir a contracorriente. Somos, en efecto, una minoría quienes nos inquietamos de que los recursos del erario se utilicen a fondo perdido y, en todo caso, los simpatizantes de esta gravosa austeridad nos podrán siempre restregar en las narices que el Gobierno de Enrique Peña y los suyos también dilapidó la riqueza nacional.
Volviendo al tema aeronáutico, fue muy llamativo que quienes decidieran mirar a otro lado y seguir operando esos aviones fueran los estadounidenses, con todo y sus agencias y sus organismos y sus normas. Estaban, muy seguramente, haciéndose de la vista gorda para proteger a una corporación de casa. Al final, no pudieron ya sostener el numerito. ¡Uf!
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