Las grandes agencias calificadoras lo único que hacen es evaluar la capacidad de pago de las naciones. Eso es todo. No emiten juicios morales ni validan otras cualidades. Atienden a los acreedores, gente que espera recuperar siempre la plata que ha invertido en deuda soberana y demás obligaciones, para informarles de los posibles riesgos que pudieren afrontar al prestar dinero. Ellos, los inversores, son sus primerísimos clientes. Las notas que obtiene tal o cual país sirven meramente para determinar un nivel de riesgo y, a partir de ahí, para fijar la tasa de interés que debe pagar a los prestamistas. A mayor incertidumbre, más alto dicho índice. Precisamente por eso es tan delicado el tema de la calificación: la rebajan y, ¡ay mamá!, de la noche a la mañana se vuelve más cara la deuda de todo un país.
Los consumidores atravesamos la mismísima situación cada vez que pedimos un préstamo a las instituciones financieras. Los bancos no otorgan créditos a lo tonto sino que investigan anticipadamente a sus clientes. Ahí está el mentado Buró de Crédito, para mayores señas, en cuya base de datos aparecemos todos los que hemos solicitado algún empréstito en algún momento. Pero, a diferencia de los pasivos que contraen las naciones, los deudores individuales no nos beneficiamos siquiera de la muy dudosa prerrogativa de comprar dinero más caro sino que los bancos nos cierran simplemente la llave cuando se enteran de que no hemos cumplido con obligaciones anteriores. Eso sí, a los poseedores de tarjetas de crédito de gama alta les cobran réditos más bajos: sabedores de la capacidad económica de los individuos acaudalados, los bancos no necesitan protegerse de un posible impago.
Este orden no es necesariamente justo. Pero las naciones se endeudan de todas maneras y es totalmente razonable que los prestamistas no quieran perder su dinero. Bueno, no siempre: en 2013, México le perdonó al régimen cubano una deuda de 500 millones de dólares. Así como lo oyen, estimados lectores. Somos grandes señores, o sea, mientras millones de compatriotas subsisten en la miseria. Standard & Poor's, Moody’s y Fitch Ratings no acostumbran tan elegantes maneras: prefieren, simplemente, cuidar mejor a sus clientes.
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Los consumidores atravesamos la mismísima situación cada vez que pedimos un préstamo a las instituciones financieras. Los bancos no otorgan créditos a lo tonto sino que investigan anticipadamente a sus clientes. Ahí está el mentado Buró de Crédito, para mayores señas, en cuya base de datos aparecemos todos los que hemos solicitado algún empréstito en algún momento. Pero, a diferencia de los pasivos que contraen las naciones, los deudores individuales no nos beneficiamos siquiera de la muy dudosa prerrogativa de comprar dinero más caro sino que los bancos nos cierran simplemente la llave cuando se enteran de que no hemos cumplido con obligaciones anteriores. Eso sí, a los poseedores de tarjetas de crédito de gama alta les cobran réditos más bajos: sabedores de la capacidad económica de los individuos acaudalados, los bancos no necesitan protegerse de un posible impago.
Este orden no es necesariamente justo. Pero las naciones se endeudan de todas maneras y es totalmente razonable que los prestamistas no quieran perder su dinero. Bueno, no siempre: en 2013, México le perdonó al régimen cubano una deuda de 500 millones de dólares. Así como lo oyen, estimados lectores. Somos grandes señores, o sea, mientras millones de compatriotas subsisten en la miseria. Standard & Poor's, Moody’s y Fitch Ratings no acostumbran tan elegantes maneras: prefieren, simplemente, cuidar mejor a sus clientes.
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