Krauze, el conjurado

Krauze, el conjurado
¿Hasta dónde se puede llegar en el intento de impedir que un candidato determinado triunfe en unas elecciones? ¿Qué recursos son válidos? ¿Qué estrategias se pueden implementar sin traspasar los límites que impone la ética? ¿Qué obstáculos se le pueden poner en el camino a un competidor que, por su parte, tampoco está atado de manos?

Estas preguntas creo que son pertinentes ahora que la diputada Clouthier acusa a Enrique Krauze de haber participado en una suerte de complot para que Obrador no llegara a la presidencia. El hombre —un historiador y ensayista de primera línea, aparte de liberal ejemplar y crítico incansable, a lo largo de décadas enteras, del sistema político que hemos tenido en este país— se ha apresurado a poner las cosas en su lugar: simplemente, no es cierto que haya sido parte de maquinación alguna y no hay tampoco la menor prueba de que hubiere sido uno de los presuntos conjurados.

Pues bien, yo no estoy ni siquiera seguro de que ser parte de una posible confabulación debiere ser condenable de oficio. No estoy hablando de hacer cosas ilegales, ni mucho menos. Pero ¿por qué no debiera un grupo de personas pasar a la acción con el propósito declarado de cerrarle el paso a un candidato que no goza de sus simpatías? ¿Contender se vuelve, de pronto, un asunto de quedarse cruzado de brazos? ¿Apoyar al competidor de tu preferencia te obliga a dejar de luchar contra el otro? ¿No son las campañas, después de todo, escenarios de feroces ataques, infundios, denuestos y auténticas guerras sucias?

Debemos procurar la máxima civilidad en nuestra vida democrática pero, caramba, ahora resulta que haber ejercido, en su momento, de mero opositor al actual presidente de la República es algo así como un delictuoso acto de traición a la patria. Y el propio primer mandatario, cuando se enfrenta a las críticas que sobrellevan todos los gobernantes en todos los regímenes democráticos del mundo, invoca de inmediato un “derecho de réplica” que no se plasmó, en sus orígenes, para otorgarlo a quienes se benefician del colosal aparato propagandístico del poder sino, por el contrario, a los individuos que apenas logran hacer escuchar sus voces. En fin, un saludo a don Enrique.

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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