De la razón al credo

De la razón al credo
Los números son contundentes: a los cien días del inicio de su mandato, la aprobación del Presidente de la República es una de las más altas de la historia. Los números son contundentes, también: haciendo uso de las cifras, las decisiones que, sobre asuntos torales, se han tomado en este periodo, distan mucho de ser las más acertadas.

Los números son objetivos, sobre todo: más allá de la simpatía con un gobernante, los mercados financieros se desplazan en función de la maximización de sus rendimientos; más allá de la pureza de las causas, las calificadoras internacionales evalúan el riesgo que dichos mercados tendrán que asumir al colocar sus capitales en cualquier país. En cualquiera: para que el negocio de las calificadoras funcione —y pueda proveer información confiable a sus clientes— es indispensable que se ajusten a una metodología que contemple los mismos factores, recurriendo a la propia información brindada por quien está siendo evaluado en cada caso. Las calificadoras no son hipócritas —ni mucho menos cómplices— sino un instrumento de gran valor del que disponen los mercados financieros para tomar sus decisiones de inversión.

Decisiones de inversión que, sin duda, también toman en cuenta factores que van más allá de la mera valoración numérica o de las supuestas intenciones de restauración moral. Las palabras son contundentes, también: desde las que se expresan como diatribas virulentas —o abucheos orquestados— con las que se pretende aplastar al opositor, hasta las que sin miramiento pasan de la razón al credo.

De la razón al credo. Desde quienes, a partir de una convicción legítima, mantienen la ilusión sobre lo que creyeron el triunfo de un movimiento —cuando en realidad se trataba de la entronización de un individuo— hasta quienes, con el interés de agradar al caudillo, dejan de comprender la repercusión de sus palabras. Que las tienen. No, los aviones no se repelen, y un argumento así no ha sido suficiente para convencer a la Organización Internacional del Transporte Aéreo (la famosa IATA), que será quien recomiende a sus afiliados sobre la viabilidad de conducir sus operaciones en el sistema aeroportuario diseñado por quien así desestimó la opinión de los mayores expertos en la materia. No, lo que vamos a pagar por no construir el aeropuerto no constituye una ganancia de ninguna manera. No, 75 minutos de trayecto entre aeropuertos no es atractivo para ningún viajero internacional.

No, la nueva refinería no puede ser construida en el plazo anunciado, con los costos anticipados. No, el Tren Maya no puede ser viable financieramente —ni dejar de tener un impacto ambiental y arqueológico inconmensurable— por mero deseo del Presidente de la República, por mucha aprobación que tenga. No, el crecimiento económico no puede ser pactado entre el gobierno y los empresarios —y, si fuera así, qué mezquinos en sólo plantearlo en un cuatro por ciento.

No, no es posible renunciar a la cooperación al desarrollo conjunto con otras naciones, aduciendo motivos —que no razones— de mera índole ideológica: no es posible que la secretaria de Energía cancele un encuentro de primer nivel cuyos objetivos son incuestionables, sus procedimientos intachables y, sus beneficios —a todos los niveles— evidentes, por el mero hecho de que podría alinearse con las políticas públicas de la administración anterior. La cancelación de la Cumbre de la Alianza Energética México-Alemania es un despropósito en el que las palabras, chabacanas pero contundentes, habrán de ser rebasadas por los números, contundentes y de una seriedad incuestionable.

Números que habrán de reflejarse en la falta de interés, el descenso de inversiones, la distancia entre los inversionistas y un gobierno en el que no puede confiarse. No sólo en el sector energético sino, a cien días de gobierno, en cualquiera en el que éste tenga injerencia, ya sea el sector financiero, el industrial, cultural o las organizaciones de la sociedad civil. México se cierra al mundo, se cierra a los mercados, se cierra a sí mismo. México está cambiando. México se está pasando, de la razón, al credo.


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