Pemex: misión imposible

Pemex: misión imposible
Pemex no tiene dinero. Podría generar ganancias si fuera una empresa más eficiente y con una plantilla laboral más adelgazada. Tendría también que encontrar nuevos yacimientos, previa exploración en aguas profundas, y explotarlos para comenzar entonces a pagar su colosal deuda y luego obtener los dividendos que las otras grandes firmas petrolíferas del mundo alcanzan precisamente porque son productivas y competitivas. Naturalmente, en ExxonMobil y Shell, por nombrar a un par de corporaciones del sector, participan inversores privados y son ellos los que financian los proyectos de expansión. Aquí no. En estos pagos el petróleo es un asunto de “soberanía nacional” y el hecho de que la gran empresa de “todos los mexicanos” se haya asociado en su momento con capitalistas venidos del exterior se equipara a una “entrega”, a una “traición”.

También es cierto que Pemex ha sido inmisericordemente saqueada por unos Gobiernos tan corruptos como ineptos a la hora de cobrar impuestos. Pero eso ocurrió precisamente por tratarse de una corporación paraestatal que nunca tuvo que rendir verdaderas cuentas a sus dueños, o sea, a nosotros los mexicanos. Los accionistas de cualquier gran compañía no se dejan timar tan fácilmente —más bien todo lo contrario porque si algo tienen los mercados es que viven en condiciones de constante vigilancia— pero ya sabemos que los Estados nacionales pueden permitirse la muy dudosa prerrogativa de engañar a sus ciudadanos sin pagar mayores consecuencias. Bueno, cambian los Gobiernos de turno y llegan otros en su lugar pero de ahí no pasa la cosa. Nuestra alternancia en el poder, sin embargo, nunca resultó en el saneamiento a fondo de la gran compañía. Y así la tenemos ahora, luego de decenios enteros, endeudada hasta la coronilla y sin la capacidad de volverse un buen negocio por falta de capital.

La anquilosada retórica patriotera en la que tanto nos solazamos no nos ha sido, hasta ahora, de mayor utilidad. Y, con perdón, tampoco hemos sabido aprovechar los ingentes recursos de nuestra bonanza petrolera para edificar una nación próspera y justa. Entonando loas a la “soberanía”, hemos dilapidado criminalmente una riqueza que jamás volverá. En fin…

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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