Con un abrazo afectuoso para el gran Héctor Bonilla
Está bien que el Presidente declare la guerra a las “mafias” delincuenciales, pero se equivoca cuando asevera que hay una “mafia de la ciencia”.
Mafia es sinónimo de crimen organizado y la definición más breve y precisa de estas organizaciones la ofrece el FBI: “grupo de seis o más personas que utiliza la violencia física o la amenaza y recurre a ella para obtener dinero mediante actividades ilegales”. En ese sentido, es un acierto que Andrés Manuel López Obrador hable de la “mafia del ‘huachicol’”.
El Presidente yerra cuando habla, en referencia a una discusión sobre las reformas al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), de una “mafia de la ciencia”. También es imprudente que el vocero de la Presidencia, Jesús Ramírez, declare sin dar evidencia, que “en Conacyt ha habido estafas más grandes que la ‘Estafa Maestra’”.
Se repite el patrón de acusar sin demostrar. Es un proceder que denota falta de rigor, sensibilidad y precisión. Aun cuando solo se estuvieran refiriendo al Conacyt, manchan por asociación a la comunidad científica que tiene como punto de referencia obligado a Conacyt. No me sorprendería que en cualquier momento brotaran del ciberespacio descalificaciones acusándome de “profesor mafioso” porque en 1974 recibí una beca de Conacyt o, porque en 1984, fui aceptado como integrante del Sistema Nacional de Investigadores.
La ligereza en el uso del índice flamígero debilita una buena causa. ¡Por supuesto que el Conacyt y un buen número de universidades y centros de investigación públicos están urgidos de una regeneración! En dichas instituciones sí hay grupos informales que manipulan los cargos para beneficiar a capillas o cómplices o para lapidar al colega que osó criticar algún artículo académico. He padecido y documentado favoritismos y tráfico de influencias en comités seleccionadores del Sistema Nacional de Investigadores y he litigado dos veces en tribunales para defender mis derechos violados en Conacyt (fallaron a mi favor en las dos ocasiones).
El asunto se magnificó, porque los señalamientos presidenciales coincidieron con una iniciativa de Morena para reformar la normatividad de Conacyt. Ana Lilia Rivera, una senadora de Morena —sin historial académico ni conocimiento del gremio— presentó una propuesta de Ley de Ciencia y Tecnología que provocó un rechazo generalizado. Tuvo que salir Ricardo Monreal, líder de Morena en el Senado, a prometer que consultarán a la comunidad. Sería deseable que lo hagan, porque Conacyt también tiene una historia de aciertos y un potencial enorme. Si se toman el tiempo para informarse, comprobarán que la historia de la ciencia en México empezó muchísimo antes del 1 de julio de 2018.
El telón de fondo es que Morena mantiene la histórica ambivalencia de la clase política mexicana hacia el conocimiento. El nuevo partido dominante tiene militantes que valoran el saber y lo incorporan a la elaboración de políticas públicas. Es el caso de Claudia Sheinbaum, la científica que gobierna la Ciudad de México. Es evidente el esfuerzo sistemático que hace por definir cuantitativa y cualitativamente los problemas de la ciudad, para tomar decisiones.
En el extremo opuesto está la “franja de la ignorancia”, formada por aquellas personas y grupos que temen y menosprecian el conocimiento, porque les asusta o porque les estorba para repartir chambas o concesiones a sus clientelas, familias y amigos. En la trifulca declarativa de la semana pasada, fue importante saber qué funcionarios de Morena habían nombrado a un estudiante de tercer semestre, a una modista y a una vendedora de lencería como encargados de las políticas científicas.
El país, la región y el mundo viven tiempos borrascosos y, quienes gobiernan, enfrentarán mejor el temporal si utilizan el conocimiento, lo cual exige que las partes hagan un esfuerzo para crear los puentes, establecer los diálogos y armar los proyectos. El laboratorio del cambio será Conacyt. La nueva directora general, María Elena Álvarez-Buylla Roces, tiene una tarea muy difícil. No le añadamos lastre con imprecisiones en el lenguaje. Para mí, la semana pasada no nació una “mafia de la ciencia”; se manoseó una metáfora y se creó una confusión innecesaria.— Boston, Massachusetts.
@sergioaguayo Investigador y analista.
Colaboró Mónica Gabriela Maldonado Díaz
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