El día de ayer se llevó a cabo el relevo en la presidencia del Consejo Coordinador Empresarial, máximo órgano de coordinación del sector privado. Tuve la posibilidad de asistir, y me gustaría compartir con usted lo que pude ver.
Los discursos de los líderes empresariales, tanto Juan Pablo Castañón, presidente saliente, como Carlos Salazar Lomelín, entrante, hicieron un gran énfasis en tres elementos: el orgullo por México, la importancia del Estado de derecho, y la relevancia del capital humano. Los dos recalcaron el valor de la empresa en México para un desempeño económico exitoso, pero también la necesidad de un entorno favorable, empezando por las buenas relaciones entre trabajadores y empresarios, centradas en la necesidad tanto de salarios justos como de rendimientos adecuados.
Los dos empresarios fueron emotivos en su presentación, subrayando la participación del sector privado no sólo en las negociaciones del nuevo acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá, sino también su intervención en asuntos de carácter social, como el esfuerzo de reconstrucción después de los terremotos de 2017.
Ambos empresarios se acercaron a la línea del Presidente, reconociendo las limitaciones que tiene México, y especialmente el tema de desigualdad y pobreza, pero insistieron en que la solución de esas dificultades no pasa por subsidios, sino por la generación de empleos adecuados. Al respecto, Carlos Salazar enfatizó la importancia de la productividad, que permitiría salarios mayores, y del Estado de derecho, en todas sus vertientes.
Al final de su discurso, Carlos Salazar ofreció dos compromisos al Presidente. Por un lado, acordar la desaparición de la pobreza extrema en 6 años; por otro, obsesionarse con la inversión, para poder cumplir la promesa de un crecimiento económico de 4% anual.
López Obrador, en su turno, anunció que no leería su discurso, porque ya no tenía sentido. Dijo que todo lo que él quería decir lo habían dicho ya los dos empresarios, y muy bien. Reconoció el apoyo de Juan Pablo Castañón para las negociaciones comerciales, pero también para lograr un incremento relevante en el salario mínimo. Al respecto, regresó a su tradicional satanización del neoliberalismo, e hizo una comparación entre lo que podía comprar un salario mínimo en 1981, y hoy. Como usted sabe, es una comparación absurda, porque en 1981 el mínimo no se respetaba, pero son las fijaciones que tiene. Se puede aplaudir el reconocimiento de López Obrador de que no es posible incrementar salarios de forma acelerada.
En cuanto a la inversión, tampoco entendió el Presidente el sentido en que los empresarios hablaron. Interpretó su oferta como un regreso a la “economía mixta” (incluso usó el término), y volvió a decir que hay que regresar al desarrollo estabilizador. Al final, tomó la palabra a los empresarios, pero lo hizo desde su entendimiento de las palabras, que no coincide con el que los empresarios tienen. Dijo que hay que acabar con la pobreza en seis años (y no la pobreza extrema), y dijo que el gobierno promoverá proyectos de inversión, con capital semilla, en donde los empresarios podrán participar. Y ofreció él un compromiso adicional, para que no ocurriese que los empresarios proponían dos y él ninguna, según dijo: acabar con la corrupción.
Creo que es muy importante entender lo que está ocurriendo. Los empresarios y el Presidente tienen una visión muy diferente del país, aunque en muchas palabras parezca que coinciden. Me parece que los empresarios tienen un entendimiento de lo que hoy ocurre, en México y el mundo, muy superior al del Presidente, que se mantiene fijo en la visión que construyó en su juventud y fue alimentando de algunos datos erróneos, otros mal interpretados, y muchas frases hechas.
Le confieso que durante los discursos de Castañón y Salazar había recuperado un optimismo que, desafortunadamente, desapareció con la intervención de López Obrador. Ni modo.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.
Los discursos de los líderes empresariales, tanto Juan Pablo Castañón, presidente saliente, como Carlos Salazar Lomelín, entrante, hicieron un gran énfasis en tres elementos: el orgullo por México, la importancia del Estado de derecho, y la relevancia del capital humano. Los dos recalcaron el valor de la empresa en México para un desempeño económico exitoso, pero también la necesidad de un entorno favorable, empezando por las buenas relaciones entre trabajadores y empresarios, centradas en la necesidad tanto de salarios justos como de rendimientos adecuados.
Los dos empresarios fueron emotivos en su presentación, subrayando la participación del sector privado no sólo en las negociaciones del nuevo acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá, sino también su intervención en asuntos de carácter social, como el esfuerzo de reconstrucción después de los terremotos de 2017.
Ambos empresarios se acercaron a la línea del Presidente, reconociendo las limitaciones que tiene México, y especialmente el tema de desigualdad y pobreza, pero insistieron en que la solución de esas dificultades no pasa por subsidios, sino por la generación de empleos adecuados. Al respecto, Carlos Salazar enfatizó la importancia de la productividad, que permitiría salarios mayores, y del Estado de derecho, en todas sus vertientes.
Al final de su discurso, Carlos Salazar ofreció dos compromisos al Presidente. Por un lado, acordar la desaparición de la pobreza extrema en 6 años; por otro, obsesionarse con la inversión, para poder cumplir la promesa de un crecimiento económico de 4% anual.
López Obrador, en su turno, anunció que no leería su discurso, porque ya no tenía sentido. Dijo que todo lo que él quería decir lo habían dicho ya los dos empresarios, y muy bien. Reconoció el apoyo de Juan Pablo Castañón para las negociaciones comerciales, pero también para lograr un incremento relevante en el salario mínimo. Al respecto, regresó a su tradicional satanización del neoliberalismo, e hizo una comparación entre lo que podía comprar un salario mínimo en 1981, y hoy. Como usted sabe, es una comparación absurda, porque en 1981 el mínimo no se respetaba, pero son las fijaciones que tiene. Se puede aplaudir el reconocimiento de López Obrador de que no es posible incrementar salarios de forma acelerada.
En cuanto a la inversión, tampoco entendió el Presidente el sentido en que los empresarios hablaron. Interpretó su oferta como un regreso a la “economía mixta” (incluso usó el término), y volvió a decir que hay que regresar al desarrollo estabilizador. Al final, tomó la palabra a los empresarios, pero lo hizo desde su entendimiento de las palabras, que no coincide con el que los empresarios tienen. Dijo que hay que acabar con la pobreza en seis años (y no la pobreza extrema), y dijo que el gobierno promoverá proyectos de inversión, con capital semilla, en donde los empresarios podrán participar. Y ofreció él un compromiso adicional, para que no ocurriese que los empresarios proponían dos y él ninguna, según dijo: acabar con la corrupción.
Creo que es muy importante entender lo que está ocurriendo. Los empresarios y el Presidente tienen una visión muy diferente del país, aunque en muchas palabras parezca que coinciden. Me parece que los empresarios tienen un entendimiento de lo que hoy ocurre, en México y el mundo, muy superior al del Presidente, que se mantiene fijo en la visión que construyó en su juventud y fue alimentando de algunos datos erróneos, otros mal interpretados, y muchas frases hechas.
Le confieso que durante los discursos de Castañón y Salazar había recuperado un optimismo que, desafortunadamente, desapareció con la intervención de López Obrador. Ni modo.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.
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