¿Huachicoleo, o desabasto? ¿Gasolineras surtidas, o combate —por fin— al crimen organizado? ¿Qué prefiere? ¿Continuar con Texcoco, o terminar con la corrupción y salvar al medio ambiente? ¿Despedir masivamente a los servidores públicos, o continuar con los privilegios de la burocracia dorada?
¿Respetar la autonomía del Poder Judicial, o permitir que continúen los sueldos astronómicos en la Suprema Corte? ¿Perdonar a los expresidentes, o procesarlos por todo el daño que han causado? ¿Bajar el sueldo a los funcionarios, o darle dinero a los jóvenes y a los ancianos? ¿De qué lado está? ¿Quiere que le vaya bien al Presidente, o que le vaya mal a México?
El falso dilema es una falacia informal que consiste en el planteamiento, frente a un argumento determinado, de una única opción opuesta e irrebatible, ignorando cualquier otra alternativa. La política del blanco y negro, en la que los tonos de gris se soslayan: es un hecho que nadie quiere que continúe el huachicoleo, pero esto no tiene que significar el desabasto y el caos en algunas entidades federativas, justo al regreso de vacaciones; la corrupción debe de terminar, sin duda, pero pagar por no construir un aeropuerto es un despropósito; los salarios de algunos funcionarios deberían de revisarse, pero esto no justifica el desmantelamiento de las instituciones. Nadie quiere que le vaya mal a México: eso no significa darle un cheque en blanco al Presidente en funciones.
Falsos dilemas, todos los días. Falsos dilemas, institucionalizados en las consultas a modo y recalcados en las conferencias matutinas, en las que el mandatario hace el framing de la información a su conveniencia, mismo que su aparato de comunicación replicará —contundentemente— en las redes sociales: falacia tras falacia, la opinión pública se centra sobre el asunto de turno —el falso dilema del día— que a su vez será defendido con más falacias. Tu quoque, responden los deshonestos neosofistas encumbrados por el régimen: ¿pero ustedes qué hicieron cuando tuvieron el poder? ¿Por qué nunca se quejaron de lo mismo en el pasado? ¿Ya se les olvidó lo que pasó hace unos cuantos años?
Comienza 2019 y, a poco más de un mes del inicio de la nueva administración, nos hemos enfocado más en observar los árboles —que se suceden a una velocidad vertiginosa— que en darnos cuenta de los linderos del bosque que conforman. Sí, los asuntos cotidianos son importantes: el control absoluto que está configurando el Presidente, y el modelo de país que pretende conformar a largo plazo, lo son aún más.
Cada falso dilema restringe a uno de sus grupos antagónicos; cada discusión enardece más a su núcleo duro; cada vez que sus adversarios se rinden ante la presión de las redes sociales, su poder se consolida. La estrategia de la división ha funcionado, en muy poco tiempo, para crear conciencia de clase: en poco tiempo, cuando el Presidente comience a repartir dinero a sus clientelas no tendrá tras de sí a un pueblo, sino un ejército —aquel tigre legendario— dispuesto a cualquier cosa con tal de seguir recibiendo su mesada. Cualquier cosa, como —por ejemplo— no tener gasolina. O aeropuerto. O Poder Judicial. O democracia.
Control absoluto, que se conforma día con día mientras que la oposición —lo que quede de ella— se limita a responder airada en redes sociales, con argumentos que nacen muertos porque no son sino la respuesta desarticulada a una falacia soportada por el rencor y el enardecimiento de los tu quoques —los maromeros— que soportan la narrativa de un gobierno que apuesta al aislamiento prevalente en la época que añoran y que, medio siglo más tarde, tratan de restaurar.
El bosque está a la vista, para quien sea capaz de apreciar los árboles en su conjunto. El bosque es el diseño de un país empobrecido y aislado, con un líder fuerte que no ha dudado en estrangular a la ciudad que se le entregó, o en dejar sin gasolina a los estados que se le negaron, con tal de cumplir con su megalomanía. Los linderos del bosque miran hacia dentro, con la cancelación del aeropuerto que abriría nuevos horizontes, el cierre de las instituciones que traerían más turistas —o mayor inversión extranjera—, o con el aval a la dictadura venezolana expresado en el repudio a la declaración del Grupo de Lima. Falsos dilemas, de nuevo: ¿sumarse al interés de los gringos, o continuar con la sacrosanta Doctrina Estrada? ¿Huachicoleo, o desabasto? ¿Texcoco, o fin a la corrupción? ¿Vemos los árboles, o el bosque?
¿Respetar la autonomía del Poder Judicial, o permitir que continúen los sueldos astronómicos en la Suprema Corte? ¿Perdonar a los expresidentes, o procesarlos por todo el daño que han causado? ¿Bajar el sueldo a los funcionarios, o darle dinero a los jóvenes y a los ancianos? ¿De qué lado está? ¿Quiere que le vaya bien al Presidente, o que le vaya mal a México?
El falso dilema es una falacia informal que consiste en el planteamiento, frente a un argumento determinado, de una única opción opuesta e irrebatible, ignorando cualquier otra alternativa. La política del blanco y negro, en la que los tonos de gris se soslayan: es un hecho que nadie quiere que continúe el huachicoleo, pero esto no tiene que significar el desabasto y el caos en algunas entidades federativas, justo al regreso de vacaciones; la corrupción debe de terminar, sin duda, pero pagar por no construir un aeropuerto es un despropósito; los salarios de algunos funcionarios deberían de revisarse, pero esto no justifica el desmantelamiento de las instituciones. Nadie quiere que le vaya mal a México: eso no significa darle un cheque en blanco al Presidente en funciones.
Falsos dilemas, todos los días. Falsos dilemas, institucionalizados en las consultas a modo y recalcados en las conferencias matutinas, en las que el mandatario hace el framing de la información a su conveniencia, mismo que su aparato de comunicación replicará —contundentemente— en las redes sociales: falacia tras falacia, la opinión pública se centra sobre el asunto de turno —el falso dilema del día— que a su vez será defendido con más falacias. Tu quoque, responden los deshonestos neosofistas encumbrados por el régimen: ¿pero ustedes qué hicieron cuando tuvieron el poder? ¿Por qué nunca se quejaron de lo mismo en el pasado? ¿Ya se les olvidó lo que pasó hace unos cuantos años?
Comienza 2019 y, a poco más de un mes del inicio de la nueva administración, nos hemos enfocado más en observar los árboles —que se suceden a una velocidad vertiginosa— que en darnos cuenta de los linderos del bosque que conforman. Sí, los asuntos cotidianos son importantes: el control absoluto que está configurando el Presidente, y el modelo de país que pretende conformar a largo plazo, lo son aún más.
Cada falso dilema restringe a uno de sus grupos antagónicos; cada discusión enardece más a su núcleo duro; cada vez que sus adversarios se rinden ante la presión de las redes sociales, su poder se consolida. La estrategia de la división ha funcionado, en muy poco tiempo, para crear conciencia de clase: en poco tiempo, cuando el Presidente comience a repartir dinero a sus clientelas no tendrá tras de sí a un pueblo, sino un ejército —aquel tigre legendario— dispuesto a cualquier cosa con tal de seguir recibiendo su mesada. Cualquier cosa, como —por ejemplo— no tener gasolina. O aeropuerto. O Poder Judicial. O democracia.
Control absoluto, que se conforma día con día mientras que la oposición —lo que quede de ella— se limita a responder airada en redes sociales, con argumentos que nacen muertos porque no son sino la respuesta desarticulada a una falacia soportada por el rencor y el enardecimiento de los tu quoques —los maromeros— que soportan la narrativa de un gobierno que apuesta al aislamiento prevalente en la época que añoran y que, medio siglo más tarde, tratan de restaurar.
El bosque está a la vista, para quien sea capaz de apreciar los árboles en su conjunto. El bosque es el diseño de un país empobrecido y aislado, con un líder fuerte que no ha dudado en estrangular a la ciudad que se le entregó, o en dejar sin gasolina a los estados que se le negaron, con tal de cumplir con su megalomanía. Los linderos del bosque miran hacia dentro, con la cancelación del aeropuerto que abriría nuevos horizontes, el cierre de las instituciones que traerían más turistas —o mayor inversión extranjera—, o con el aval a la dictadura venezolana expresado en el repudio a la declaración del Grupo de Lima. Falsos dilemas, de nuevo: ¿sumarse al interés de los gringos, o continuar con la sacrosanta Doctrina Estrada? ¿Huachicoleo, o desabasto? ¿Texcoco, o fin a la corrupción? ¿Vemos los árboles, o el bosque?
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