Suecia es un referente mundial de justicia social y modernidad, tiene menos de medio millón de kilómetros cuadrados, igual que Noruega, aún más pequeño. ¿Y qué decir de Suiza o Finlandia? La fuerza y dignidad de un país no radica en su extensión, sino en la congruencia de su nación.
Brasil o Argentina son ejemplos contrarios, países enormes con naciones erráticas. Resultado: debilidad frente a la comunidad internacional. Francia está en la Quinta República y su grandeza proviene precisamente de un encadenamiento histórico congruente en favor de las libertades, de la legalidad. Inglaterra, Estados Unidos, hoy con nubarrones, son fundadoras centenarias de la democracia moderna, siempre están en permanente renovación. La vida de las naciones no es una línea recta, hay desvíos, errores, pero también correcciones. Alemania se reinventó después de la Segunda Guerra, pasó de ser la encarnación del mal a una nación imprescindible. Pero la doctrina política no es religión, es parte del patrimonio de una nación. Pragmatismo puro: una buena política paga y muy bien.
México logró salir del autoritarismo. Construimos instituciones, el IFE, ahora INE, para garantizarnos democracia. Ahora le reducen, irresponsablemente, su presupuesto al grado de poner en entredicho su capacidad para afrontar sus responsabilidades de ley. ¿Por qué? México se benefició de esta apertura que hizo creíble a nuestra democracia. ¿Cuánto vale eso? Otra gran mutación se dio en política exterior. Con Zedillo y Fox, México dejó de escudarse, de evadirse, detrás de una anacrónica y gelatinosa seudodoctrina. Así nos fuimos comprometiendo con los valores supremos: los derechos humanos. Nadie hoy puede violentar derechos humanos invocando otra razón, soberanía, autodeterminación, nacionalismo o religión.
Los DDHH nos dieron hermandades, a través de ellos nos abrazamos con Mandela, con Desmond Tutu, con Malala, con los pueblos aborígenes, con las minorías étnicas o sexuales. Con ellos la humanidad creció en sentido ético. Pero se demanda un compromiso real y acciones congruentes. Es otra visión del mundo, otra cultura política, otro nivel civilizatorio. De poco nos sirve tener dos millones de kilómetros cuadrados si seguimos coqueteando con la barbarie. Ricos en lo material, pobres por la incongruencia doctrinal. ¿Dónde preferiría ser juzgado un mexicano, en un tribunal sueco o en uno de nuestro paraíso de impunidad? Hay dos raseros: ¿demagogia o concreción terrenal?
Venezuela vive un drama que nos pone contra la pared. México, la gestión en turno, reacciona con un anacronismo histórico, con una negación del proceso civilizatorio. Al no exigir, al callar, México se vuelve cómplice del tirano que ha empobrecido a decenas de millones, del perseguidor de opositores, del destructor de instituciones democráticas, del heredero y continuador de una larguísima saga de violaciones a los DDHH. La grosera trama imperial de EU no debería ser un dilema ético: antimperialistas o demócratas serios. Las prioridades son muy claras y no son negociables. ¿Acaso toleramos a Maduro por antiyanqui?
En Venezuela las atrocidades no tienen cuenta, no hay medida para la represión aplicada, la miseria se plasma en los tres a cinco millones de refugiados, muchas familias rotas, hay hambre y carencia de medicamentos. Las naciones democráticas y congruentes, grandes y pequeñas, toda la Unión Europea, han decido apoyar una mediación institucional condicionada: nuevas elecciones ya. Y México decide, contra la mayoría del mundo —en un acto de brutal soberbia—, que su mediación puede ser más importante que el respeto a los principios. Ya varios lo intentaron: del Papa Francisco al Grupo de Lima, y fracasaron. ¿Por qué ahora sí va a funcionar con México? ¿Por AMLO? El tiempo transcurrido pasa factura, sabemos de las atrocidades desde hace mucho y nada, hemos callado.
México ya es responsable indirecto de no haber procedido activamente en favor de los millones de seres humanos concretos que no deben ser sacrificados por ninguna doctrina Estrada o similares. En la cima están los derechos humanos, ésa es la jerarquía. Jugar a la mediación y callar horrores es perverso, un acto de vanidad pura. ¡Viva México!, en labios de Maduro, va a la cuenta de la 4T.
Hay, además, una tradición que respetar: la ruptura con Franco y el apoyo a la República en el Exilio, con Pinochet y la recepción de los refugiados chilenos, pero también uruguayos, brasileños, el enfrentamiento con Somoza y con la dictadura salvadoreña. Para mediaciones exitosas está el grupo Contadora. Para ridículos, éste: México con Irak, Turquía, Rusia, China, Cuba, Nicaragua, Bolivia, vaya compañía.
Mediación sin denuncia es perversión. Enormes en territorio, enanos en principios. Por cierto, ¿qué estamos haciendo con el horror de Ortega en Nicaragua?
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Brasil o Argentina son ejemplos contrarios, países enormes con naciones erráticas. Resultado: debilidad frente a la comunidad internacional. Francia está en la Quinta República y su grandeza proviene precisamente de un encadenamiento histórico congruente en favor de las libertades, de la legalidad. Inglaterra, Estados Unidos, hoy con nubarrones, son fundadoras centenarias de la democracia moderna, siempre están en permanente renovación. La vida de las naciones no es una línea recta, hay desvíos, errores, pero también correcciones. Alemania se reinventó después de la Segunda Guerra, pasó de ser la encarnación del mal a una nación imprescindible. Pero la doctrina política no es religión, es parte del patrimonio de una nación. Pragmatismo puro: una buena política paga y muy bien.
México logró salir del autoritarismo. Construimos instituciones, el IFE, ahora INE, para garantizarnos democracia. Ahora le reducen, irresponsablemente, su presupuesto al grado de poner en entredicho su capacidad para afrontar sus responsabilidades de ley. ¿Por qué? México se benefició de esta apertura que hizo creíble a nuestra democracia. ¿Cuánto vale eso? Otra gran mutación se dio en política exterior. Con Zedillo y Fox, México dejó de escudarse, de evadirse, detrás de una anacrónica y gelatinosa seudodoctrina. Así nos fuimos comprometiendo con los valores supremos: los derechos humanos. Nadie hoy puede violentar derechos humanos invocando otra razón, soberanía, autodeterminación, nacionalismo o religión.
Los DDHH nos dieron hermandades, a través de ellos nos abrazamos con Mandela, con Desmond Tutu, con Malala, con los pueblos aborígenes, con las minorías étnicas o sexuales. Con ellos la humanidad creció en sentido ético. Pero se demanda un compromiso real y acciones congruentes. Es otra visión del mundo, otra cultura política, otro nivel civilizatorio. De poco nos sirve tener dos millones de kilómetros cuadrados si seguimos coqueteando con la barbarie. Ricos en lo material, pobres por la incongruencia doctrinal. ¿Dónde preferiría ser juzgado un mexicano, en un tribunal sueco o en uno de nuestro paraíso de impunidad? Hay dos raseros: ¿demagogia o concreción terrenal?
Venezuela vive un drama que nos pone contra la pared. México, la gestión en turno, reacciona con un anacronismo histórico, con una negación del proceso civilizatorio. Al no exigir, al callar, México se vuelve cómplice del tirano que ha empobrecido a decenas de millones, del perseguidor de opositores, del destructor de instituciones democráticas, del heredero y continuador de una larguísima saga de violaciones a los DDHH. La grosera trama imperial de EU no debería ser un dilema ético: antimperialistas o demócratas serios. Las prioridades son muy claras y no son negociables. ¿Acaso toleramos a Maduro por antiyanqui?
En Venezuela las atrocidades no tienen cuenta, no hay medida para la represión aplicada, la miseria se plasma en los tres a cinco millones de refugiados, muchas familias rotas, hay hambre y carencia de medicamentos. Las naciones democráticas y congruentes, grandes y pequeñas, toda la Unión Europea, han decido apoyar una mediación institucional condicionada: nuevas elecciones ya. Y México decide, contra la mayoría del mundo —en un acto de brutal soberbia—, que su mediación puede ser más importante que el respeto a los principios. Ya varios lo intentaron: del Papa Francisco al Grupo de Lima, y fracasaron. ¿Por qué ahora sí va a funcionar con México? ¿Por AMLO? El tiempo transcurrido pasa factura, sabemos de las atrocidades desde hace mucho y nada, hemos callado.
México ya es responsable indirecto de no haber procedido activamente en favor de los millones de seres humanos concretos que no deben ser sacrificados por ninguna doctrina Estrada o similares. En la cima están los derechos humanos, ésa es la jerarquía. Jugar a la mediación y callar horrores es perverso, un acto de vanidad pura. ¡Viva México!, en labios de Maduro, va a la cuenta de la 4T.
Hay, además, una tradición que respetar: la ruptura con Franco y el apoyo a la República en el Exilio, con Pinochet y la recepción de los refugiados chilenos, pero también uruguayos, brasileños, el enfrentamiento con Somoza y con la dictadura salvadoreña. Para mediaciones exitosas está el grupo Contadora. Para ridículos, éste: México con Irak, Turquía, Rusia, China, Cuba, Nicaragua, Bolivia, vaya compañía.
Mediación sin denuncia es perversión. Enormes en territorio, enanos en principios. Por cierto, ¿qué estamos haciendo con el horror de Ortega en Nicaragua?
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
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