Ciudadanos y feligreses

Ciudadanos y feligreses
Las calles se vacían, poco a poco. Los anaqueles comienzan a mostrar huecos, los perecederos se descomponen en su lugar de origen. Los contratos no se cumplen, la mercancía no se entrega, los restaurantes y comercios languidecen. “No importa”, se repite en los medios, en las redes sociales, en la publicidad oficial: “todo es por un fin superior. Estamos derrotando a los huachicoleros”.

Ciudadanos y feligreses, en las mismas filas. Como hace un poco más de seis meses: el día de la elección presidencial, los primeros —hartos de la corrupción, y decepcionados de los partidos políticos— se formaron dispuestos a darle una oportunidad a quien prometía un país mejor; los segundos —los feligreses— lo hicieron convencidos de que solamente una persona tenía las soluciones —y el designio— para conseguirlo.

Hoy, y desde hace un par de semanas, unos y otros están dispuestos a pasar algunas incomodidades con tal de lograrlo. De poner su granito de arena: ese es el costo de la honestidad. “Si me siguen apoyando, y tienen confianza de que esto se va a resolver, entre todos nos vamos a sentir orgullosos de haber acabado con el huachicol”, insiste el Presidente; “¿por qué no se quejaron en los sexenios pasados?”, repiten los feligreses; “pero, ¿y esto cuándo se acaba?”, comienzan a cuestionarse los ciudadanos.

La pregunta no es trivial. ¿Cuándo se acaba todo esto? El sexenio no lleva sino unas cuantas semanas, y la administración actual, antes que traer soluciones, parece haber llegado con nuevos problemas. Problemas que, hasta hace unos cuantos meses, no eran tales: en estos momentos, la crisis de la gasolina ocupa, casi por completo, la opinión pública; sin embargo, es imposible soslayar que, hasta el momento, se ha tomado la decisión de cancelar un aeropuerto por el que tendremos que pagar de cualquier manera; se ha cancelado la Reforma Educativa y la evaluación de los maestros; se ha despedido a miles de servidores públicos de manera ilegal, se ha emprendido un ataque frontal contra el Poder Judicial y se ha decidido la construcción de un tren que no va a ninguna parte.

No sólo eso: ha muerto quien fuera líder de la oposición —y enemigo visible del Presidente—, así como la gobernadora a cuya toma de protesta, y a sus funerales, no asistió el primer mandatario. El dólar se mantiene estable, hasta el momento, pero nuestras principales fuentes de ingreso se ven comprometidas por las decisiones de la nueva administración: el turismo extranjero se verá afectado, tras la renuncia a su promoción y la cancelación del aeropuerto; las remesas, con la reducción presupuestal a las embajadas y consulados; la inversión extranjera directa, con el clima de incertidumbre y los contratos que pueden ser cancelados porque me canso ganso; los ingresos petroleros por la ignorancia de quienes deberían de tutelarlos. He has to go, opinaron los inversionistas internacionales —en el fallido roadshow— ante la poca capacidad profesional del responsable de las finanzas de Pemex, con incredulidad en sus propuestas. ¿Cuándo se acaba todo esto?

¿Cuándo se acaba? O, más bien, ¿qué necesitamos para que se acabe? Los números en las encuestas demuestran un apoyo abrumador al falso dilema presentado por la administración actual: desabasto energético o apoyo a los delincuentes. La disyuntiva —sin embargo— podría ser mucho más amplia, de acuerdo con medios internacionales que escapan a la presunción de chayote: la crisis de la gasolina podría no ser tal, sino un producto de la falta de previsión, la soberbia y la palmaria estulticia de la administración actual.

Una administración que decidió dejar de comprar combustible —sin atender a las advertencias sobre el previsible, y actual, desabasto— y que tomó la decisión de cerrar unos ductos que no sabe cómo —o cuándo— podrá volver a abrir: las historias de los múltiples sabotajes no hacen sino ganar tiempo. Una administración inepta, que arguye que los aviones se repelen entre sí, y prefiere pagar por no construir un aeropuerto.

Una administración inepta, que prometió una cosa completamente distinta y hoy se ha tenido que inventar nuevos enemigos. ¿Qué es lo que apoya la gente, mientras hace filas en las gasolineras? ¿El combate a la delincuencia, o las consecuencias de las malas decisiones de quien no sabe reconocer sus propios errores, y no dice la verdad?

Los feligreses seguirán vociferando: es un honor estar con Obrador. Los ciudadanos, en cambio, tal vez podrían comenzar a preguntarse —en serio— cuándo acaba todo esto. Y cómo.


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