La historia de la humanidad está plagada de teorías comprobadas. Un día alguien quiere explicar un fenómeno, supone una teoría, la somete al método científico, comprueba su hipótesis, y en la mayoría de los casos el resultado se convierte en ley. Todo el tiempo los seres humanos vivimos explicando lo que sucede a nuestro alrededor, y más cuando se trata de científicos y economistas.
Lo irónico de la vida resulta ser que nunca nadie tiene la razón. Y ¿A qué me refiero con eso?, a que todo el tiempo estamos creando nuevas historias, razones, explicaciones de lo que percibimos a través de nuestros cinco sentidos. Yo puedo decir un argumento, comprobarlo con datos, pero mi vecino puede decir otra cosa, y también comprobarlo lo que él dice, y así sucesivamente. ¿Quién tiene la razón? Nunca nadie.
Y me refiero también a la nueva realidad política que estamos viviendo con el gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador. Finalmente lo que se está implementando o tratando de implementar es su visión de cómo se deberían de hacerse las cosas ahora. Pero lo mismo hicieron sus antecesores.
Cada que llega un nuevo gobierno, los gobernantes quieren imponer su nuevo modelo. Dudo que alguno tenga la intención de joder al país, como en alguna ocasión lo llegó a señalar el ex Presidente Enrique Peña Nieto. El tema de fondo es el cómo hacerlo.
En su momento, el ex Presidente Vicente Fox le apostó a la apertura de la información, al relajamiento del poder entre el gobierno y los medios de comunicación, incluso apoyaba las parodias televisivas. Felipe Calderón le apostó a la guerra contra el narco, terminando su sexenio muy distanciado de su propio partido político y con miles de muertos cargando en el hombro. Enrique Peña Nieto creyó que las reformas estructurales serían la panacea para nuestro país, el resultado de ellas ha estado lejos de lo imaginado, aunado a una cerrazón, soberbia y corrupción rampante que marcó su sexenio.
Hoy el Presidente López Obrador le ha apostado a la comunicación directa con el pueblo a través de sus ya célebres “conferencias mañaneras”. Ahí fija posturas, opina de todo, descalifica lo que no se acerque a lo que él piensa o está de acuerdo. Los críticos los señalan por nombrar a personas que consideran no tienen el nivel de preparación ni de experiencia que se requieren en varios cargos trascendentales de nuestro país.
Y en un tuit se resume esta idea:
Vuelvo a mi tesis inicial: ¿Quién tiene la razón?, ¿Andrés Manuel o las calificadoras?, ¿El Presidente o la CNTE?, ¿Morena o los bancos?, ¿La prensa fifí o las investigaciones periodísticas basadas en datos?, ¿Los huachicoleros o las personas que perdieron la vida en la tragedia de Hidalgo? Mi respuesta es la misma: nadie. Y probablemente lo más frustrante es que no suceda nada.
Pero en este vaivén de cambios de gobierno, donde cada seis años alguien llega a imponer su visión de las cosas, debería de existir un consenso social sobre cuáles deberían ser las políticas públicas que debieran permanecer y tener continuidad, sobreponiéndose a los intereses de las autoridades en turno.
Un ejemplo claro es el de la política de seguridad, donde un sexenio lo mismo crean la Secretaría de Seguridad Pública, como en otro la desaparecen. Un tema tan sensible para los mexicanos como este, debiera ser tratado, quizá, por los mejores expertos en la materia, que fueran transexenales, y no por la idea de un solo personaje, en este caso, el Presidente de la República.
¿Por qué dejarle la responsabilidad a un solo individuo? Que seguro tiene buenas intenciones, pero también de ellas está lleno el infierno.
Cada decisión que elija tomar el Presidente López Obrador tendrá un costo para bien o para mal. Lo cierto es que ojalá y no le pase lo que al resto de sus antecesores que se encapsularon en sus ideas y de ahí ya no hubo vuelta de hoja. Y más porque quiere pasar a la historia como un extraordinario presidente de la República.
Que sepa que cualquier cosa que haga siempre habrán miles de opciones más. Ya veremos con el tiempo si las que decida serán las mejores, las correctas y las que traigan los menores costos sociales, políticos y económicos para la mayoría.
Lo irónico de la vida resulta ser que nunca nadie tiene la razón. Y ¿A qué me refiero con eso?, a que todo el tiempo estamos creando nuevas historias, razones, explicaciones de lo que percibimos a través de nuestros cinco sentidos. Yo puedo decir un argumento, comprobarlo con datos, pero mi vecino puede decir otra cosa, y también comprobarlo lo que él dice, y así sucesivamente. ¿Quién tiene la razón? Nunca nadie.
Y me refiero también a la nueva realidad política que estamos viviendo con el gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador. Finalmente lo que se está implementando o tratando de implementar es su visión de cómo se deberían de hacerse las cosas ahora. Pero lo mismo hicieron sus antecesores.
Cada que llega un nuevo gobierno, los gobernantes quieren imponer su nuevo modelo. Dudo que alguno tenga la intención de joder al país, como en alguna ocasión lo llegó a señalar el ex Presidente Enrique Peña Nieto. El tema de fondo es el cómo hacerlo.
En su momento, el ex Presidente Vicente Fox le apostó a la apertura de la información, al relajamiento del poder entre el gobierno y los medios de comunicación, incluso apoyaba las parodias televisivas. Felipe Calderón le apostó a la guerra contra el narco, terminando su sexenio muy distanciado de su propio partido político y con miles de muertos cargando en el hombro. Enrique Peña Nieto creyó que las reformas estructurales serían la panacea para nuestro país, el resultado de ellas ha estado lejos de lo imaginado, aunado a una cerrazón, soberbia y corrupción rampante que marcó su sexenio.
Hoy el Presidente López Obrador le ha apostado a la comunicación directa con el pueblo a través de sus ya célebres “conferencias mañaneras”. Ahí fija posturas, opina de todo, descalifica lo que no se acerque a lo que él piensa o está de acuerdo. Los críticos los señalan por nombrar a personas que consideran no tienen el nivel de preparación ni de experiencia que se requieren en varios cargos trascendentales de nuestro país.
Y en un tuit se resume esta idea:
Pero en este vaivén de cambios de gobierno, donde cada seis años alguien llega a imponer su visión de las cosas, debería de existir un consenso social sobre cuáles deberían ser las políticas públicas que debieran permanecer y tener continuidad, sobreponiéndose a los intereses de las autoridades en turno.
Un ejemplo claro es el de la política de seguridad, donde un sexenio lo mismo crean la Secretaría de Seguridad Pública, como en otro la desaparecen. Un tema tan sensible para los mexicanos como este, debiera ser tratado, quizá, por los mejores expertos en la materia, que fueran transexenales, y no por la idea de un solo personaje, en este caso, el Presidente de la República.
¿Por qué dejarle la responsabilidad a un solo individuo? Que seguro tiene buenas intenciones, pero también de ellas está lleno el infierno.
Cada decisión que elija tomar el Presidente López Obrador tendrá un costo para bien o para mal. Lo cierto es que ojalá y no le pase lo que al resto de sus antecesores que se encapsularon en sus ideas y de ahí ya no hubo vuelta de hoja. Y más porque quiere pasar a la historia como un extraordinario presidente de la República.
Que sepa que cualquier cosa que haga siempre habrán miles de opciones más. Ya veremos con el tiempo si las que decida serán las mejores, las correctas y las que traigan los menores costos sociales, políticos y económicos para la mayoría.
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