El Estado es un empleador. Se le llama función pública, según el diccionario de la Real Academia Española, al “conjunto del personal de las Administraciones públicas”. De ahí el término “funcionario” que, en estos pagos, suele atribuírsele a los altos cargos del Gobierno siendo que cualquier empleado de los entes públicos, desde el que barre las calles hasta el que acondiciona los cadáveres en la morgue (muy navideña la imagen, sensibles lectores), merece el calificativo.
Los regímenes regidos por el dirigismo económico dedican buena parte de sus empeños a crear puestos en los diversos organismos de la Administración. Lo hacen para generar clientelas y adhesiones entre los trabajadores pero también para compensar la baja oferta laboral que existe en las economías cerradas. México ha abierto sustancialmente la suya pero subsisten empresas del Estado sobrepobladas de personal: Pemex tiene 150 mil empleados y produce menos de dos millones de barriles de petróleo cada día; ExxonMobil, con 69 mil, alcanza tres millones y medio; total, la empresa privada francesa, produce dos millones y medio diariamente con 98 mil empleados; Électricité de France (EDF), corporación estatal con 158 mil trabajadores, produce 653 teravatios-hora (653 mil millones de kilovatios cada 60 minutos, o sea) a nivel mundial mientras que Comisión Federal de Electricidad emplea a 90 mil trabajadores (tiene además 40 mil retirados) pero satisface apenas una demanda nacional de 215 mil gigavatios-hora (215 mil millones de kilovatios-hora, la tercera parte de los franceses).
El problema, ahora, es que con la misma plata de siempre, la que se embolsa papá Gobierno gracias al pago de impuestos, hay que hacer muchas más cosas: apoyar a los jóvenes, ayudar a los viejos, asistir a los pobres y emprender proyectos para promover el desarrollo de las regiones más atrasadas de este país. Y, consecuentemente, los responsables de la cosa pública no han tenido más remedio que recortar para poder luego repartir: comenzaron ya con los empleados del temible Servicio de Administración Tributaria y van a seguir con los tijeretazos.
Esta Navidad será muy amarga para los mexicanos que están siendo echados a la calle. Pensemos en ellos.
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Los regímenes regidos por el dirigismo económico dedican buena parte de sus empeños a crear puestos en los diversos organismos de la Administración. Lo hacen para generar clientelas y adhesiones entre los trabajadores pero también para compensar la baja oferta laboral que existe en las economías cerradas. México ha abierto sustancialmente la suya pero subsisten empresas del Estado sobrepobladas de personal: Pemex tiene 150 mil empleados y produce menos de dos millones de barriles de petróleo cada día; ExxonMobil, con 69 mil, alcanza tres millones y medio; total, la empresa privada francesa, produce dos millones y medio diariamente con 98 mil empleados; Électricité de France (EDF), corporación estatal con 158 mil trabajadores, produce 653 teravatios-hora (653 mil millones de kilovatios cada 60 minutos, o sea) a nivel mundial mientras que Comisión Federal de Electricidad emplea a 90 mil trabajadores (tiene además 40 mil retirados) pero satisface apenas una demanda nacional de 215 mil gigavatios-hora (215 mil millones de kilovatios-hora, la tercera parte de los franceses).
El problema, ahora, es que con la misma plata de siempre, la que se embolsa papá Gobierno gracias al pago de impuestos, hay que hacer muchas más cosas: apoyar a los jóvenes, ayudar a los viejos, asistir a los pobres y emprender proyectos para promover el desarrollo de las regiones más atrasadas de este país. Y, consecuentemente, los responsables de la cosa pública no han tenido más remedio que recortar para poder luego repartir: comenzaron ya con los empleados del temible Servicio de Administración Tributaria y van a seguir con los tijeretazos.
Esta Navidad será muy amarga para los mexicanos que están siendo echados a la calle. Pensemos en ellos.
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