México es país de todos. Quienes tenemos de oficio observar los asuntos del país y ocasionalmente hemos participado con las distintas generaciones de gobernantes de las cuatro últimas décadas, podemos diferenciar lo temporal de lo permanente y, por lo mismo, tener aprecio por la singular capacidad de los mexicanos para transformarnos y adaptarnos. Soy de aquellos que tienen la convicción de que las cosas pueden mejorar, de los que genuinamente creen que lo existente demanda de nuevas visiones y de nuevos rumbos, de senderos promisorios que se abran como oportunidades al cambio.
El país nos pertenece a todos y todos debemos involucrarnos, responsablemente, desde nuestro propio espacio, para construir una voluntad colectiva que nos permita hacer realidad el anhelo de avanzar, mejorando lo que existe, reivindicando la ley, las instituciones y los derechos fundamentales, y cerrando la puerta a vicios y errores que nos han anclado al subdesarrollo. En otras palabras, los ciudadanos no podemos dejar en manos del gobernante o del partido que se hizo del poder, la tarea de definir, ejecutar y concretar el cambio. Si así sucediera se perdería una amplia energía social y la transformación podría pervertirse o incluso reproducir muchas cosas indeseables del pasado, igual que, desgraciadamente, sucedió con la primera alternancia en la Presidencia.
Quienes llegan al poder son parte importante de un proceso; pero, el poder siempre es tan efímero como el “amor eterno”. Quizás seis años, para los que van llegando sean muchos; no me lo parecen, pero ese debate, en este momento para ellos es impertinente. Lo importante es que en lo que se haga ahora prevalezca lo mejor sobre lo peor; que tengamos la generosidad para que el error no se vuelva en contra de todos. Reconocer y apoyar lo que se haga bien, para que lo positivo prevalezca sobre lo negativo. Saber dar la vuelta a decisiones desafortunadas de las autoridades para que éstas no sean fardos pesados sobre el destino del país. No hay espacio para cheques en blanco, pero tampoco para condenas fatales o temerarias. Mejor hacer cada quien lo suyo para que las cosas resulten de mejor manera.
Hoy se dará el relevo del gobierno nacional. Es el fin de una época que empieza cada seis años, muy promisoria en cada ocasión; como lo fue hace seis años, por aquel talante reformador que impulsó un grupo de jóvenes que se hicieron de manera temprana de responsabilidades públicas. Queda para la historia el balance de lo bien y mal de sus decisiones. Las insuficiencias en la comunicación y casos de corrupción que se presentaron a la vista de todos, envenenaron al espíritu nacional y ahora no solo hay una condena severa, también un ánimo social pleno de desconfianza, encono y revanchismo que quedó acreditado el 1 de julio. Es nuestro deber ciudadano superarlo pronto por la salud de la República.
López Obrador llega a la Presidencia con un doble aval y con una muy preocupante reserva. El apoyo es claro que viene de los suyos, de los muy próximos a su proyecto y de sus compañeros en una vieja lucha que tiene que ver con reivindicaciones sociales que en los tiempos que corren, se antojan inaplazables. Aproximadamente una tercera parte de los mexicanos está casi incondicionalmente a favor de quien asume hoy como presidente. Pero otro tanto está también a favor de él en el sentido de mejorar las cosas y esperar razonadamente mucho más del gobierno; en ellos, y estoy hablando en buena parte de la clase media cansada de no tener oportunidades, hay más expectativa y por lo mismo más exigencia de que las cosas cambien pronto y de manera tangible. Aquellos mexicanos apoyan casi sin condicionantes; es sano que éstos otros sean la principal presión al nuevo gobierno para no desviar el curso de lo comprometido.
Participar en esta nueva etapa es obligado. La grandeza del país nunca ha sido resultado de algún milagro, y tampoco tarea de un hombre providencial. México es y será el esfuerzo de muchos, de los más en el empeño de mejorar las cosas. Quienes tenemos el privilegio de un espacio público también tenemos la responsabilidad de ver, opinar y criticar, pero también de proponer y cuando sea el caso, reconocer. El país de todos significa que el cambio debe ser tarea de todos, en beneficio de todos.
@liebano
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
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