Jesucristo para el 2019

Jesucristo para el 2019
La salvación está en el mundo. El infierno está en el mundo.
Carlos Fuentes

Es la voz de “Jesús” en ese bellísimo libro titulado En esto creo: “Busco en vano un personaje histórico más completo que Jesús...” Desde una convicción no religiosa, Fuentes reivindica la huella del hombre que encarnó el poder de la palabra sanadora, de la generosidad,de la bondad. Las lecciones para nuestro México hoy son muchas.

No soy religioso, creo, eso sí, firmemente en que el ser humano debe construir y cultivar todos los días un andamiaje ético sólido. Más allá de obsequios y festejos, deberíamos mirarnos al espejo y observar con rigor nuestros impulsos y comportamientos. Hay mucho podrido. Si esta Navidad propiciara esa reflexión, sería muy útil. México está muy dolido por las centenas de miles de muertos provocadas por la absurda guerra contra el narco. Dolido por las decenas de miles de desaparecidos, por las fosas comunes que revelan un infierno, por los miles de secuestros y extorsiones sin fin, por Ayotzinapa que representa un episodio de horror, dolido por la incapacidad de las autoridades para hacer justicia. Motivos para el dolor hay muchos.

En esta condición de desgarramiento emocional llegamos a la elección del 2018 y, como era previsible, los arrebatos, las descalificaciones, las mentiras desfilaron por largos meses. El discurso ganador, el de AMLO y de Morena, atizó odios, resentimientos: la “mafia del poder”, “los ricos”, la permanente conspiración en contra del pueblo y un sin fin de señalamientos cargados de malicia y resentimiento. La estrategia les funcionó brindándoles el triunfo. En las campañas aparecen este tipo de expresiones, nada nuevo. Lo atípico fue que el odio se convirtió en el eje del discurso. Ese veneno no desapareció de la convivencia entre mexicanos el 1 de julio, durante los cinco meses de la transición los triunfadores siguieron lanzando dardos envenenados en contra de banqueros, miembros del Ejército y de la Marina, del Estado Mayor Presidencial, servidores públicos, periodistas y un largo etcétera, ahondando así la crispada y tensa situación.

En las semanas que el presidente López Obrador lleva ejerciendo el poder ha dado continuidad a esa tónica. Para la historia quedará la apertura de Los Pinos como un acto de venganza simbólica en contra de todas las intrigas fabricadas para que el imaginario colectivo odiara la instalación, convertida en madriguera de la gran conspiración contra el pueblo. De Lázaro Cárdenas al 2018, muchos y diversos capítulos ahora envenenados.

Qué decir de los hirientes calificativos en contra del INAI, del INEE, del INE, señalamientos irresponsables en contra del Banco de México, del cuerpo diplomático o tildar de deshonestos a los miembros del Poder Judicial de la Federación. López Obrador sigue inyectando veneno y habrá consecuencias concretas, como la iracunda turba que se lanzó en contra de un funcionario de la Judicatura confundiéndolo con un ministro. Hay y habrá responsables de haberlas fomentado. ¿Y ahora cómo digerir lo de Puebla?

En estos días el nuevo gobierno, en el cual supongo habrá una porción importante de católicos y cristianos, deberían pensar en la contención del odio que emanan. Si el odio fue una mera estrategia de campaña, deberían poderlo contener con rapidez. Pero si el odio al pasado y a los otros es una introyección, es decir la apropiación inconsciente de rasgos y conductas, deberán trabajar y mucho en sí mismos hasta controlarlo. Si el odio proviene del propio presidente, deberán hacérselo ver para procurar un necesario autocontrol, signo civilizatorio que tiene en Cristo un gran ejemplo. Gobernar inyectando odio es una perversión y puede ser nefasta. Recordemos los señalamientos de responsabilidad indirecta de Luis Echeverría en el asesinato de Eugenio Garza Sada.

El presidente y su equipo, los legisladores y los que tengan una responsabilidad de gobierno, deberían asumir en todas sus apariciones públicas la repetida consigna de “paz y amor” lanzada por AMLO. Eso supondría un verdadero crecimiento ético, nobleza de espíritu. No se trata de perdonar a los corruptos, se trata de no ofender a los otros, a los diferentes, síndrome de soberbia que, siguiendo a Tomás de Aquino, es un pecado y vicio original. Ojalá y en estos días y con la figura de Jesús en la mente, con los ejemplos de bondad y fraternidad que se desprenden de su vida, elaboren una nueva estrategia, ahora de reconciliación. Militares, empresarios, burocracias, periodistas, jueces y ministros, financieros, muchas universidades públicas y privadas como el ITAM, son parte de la lista de ofendidos. Hoy la nación sigue dolida y buena parte muy ofendida. Podrían comenzar por eliminar la expresión “fifí” para referirse al diferente. Sería un acto de humildad cristiana y un buen compromiso de autocontención para el 2019.

Sencillo, adiós a “fifí”.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


Comentarios