Incertidumbre. Del entusiasmo a la preocupación, de la alegría a la desesperanza. Del festejo en el Zócalo a la preocupación en casa, de los proyectos a futuro a las caras largas de los adultos mientras que los niños abren los regalos.
Incertidumbre, como la que sin duda se respirará esta noche no sólo en el hogar de quienes han entregado su vida al servicio público y hoy se encuentran desempleados, sino también de cualquier funcionario que sabe que —en cualquier momento— podría correr la misma suerte. “Es un honor estar con Obrador”, coreaban entusiasmados al verlo cubierto de flores y envuelto entre los humos del copal: esta noche, en cambio, miles de familias compartirán la preocupación por un futuro inmediato en el que las hipotecas tienen que cumplirse, las colegiaturas que pagarse, los gastos médicos que cubrirse.
Incertidumbre, como la que ya comienzan a demostrar quienes creyeron que la llegada del hoy Presidente traería aparejada consigo la consecución de los ideales de la democracia social, en contraposición a las prácticas neoliberalistas a las que se opusieron durante años. El desconcierto acompaña cada declaración del Presidente de la República: los que pensaban que mejoraría el gobierno por medio de la democracia participativa, hoy defienden unas consultas que jamás habrían aceptado bajo un régimen distinto; los que creían que se aumentarían los fondos para la cultura, hoy se quejan mientras aprenden a deglutir batracios; quienes exigían el regreso del Ejército a los cuarteles, hoy defienden la militarización del país entero. Quienes se oponían a la urbanización de la zona militar, hoy lo tienen que plantear como alternativa, quienes pretendían salvar un lago artificial rodeado de basura, hoy están dispuestos a destrozar una reserva natural con la justificación de un ritual magufo y rayano en la ridiculez. Quienes creían que el país se transformaría en la potencia que siempre soñaron, hoy se enfrentan a la realidad de la depauperación deliberada.
Incertidumbre, como la que sufren los integrantes de un Poder Judicial enfrentado al mayor ataque en décadas, y que ha llegado a la agresión en contra de quien la turba confundió con un ministro; incertidumbre, como la que domina a unas fuerzas de seguridad que tendrán que sujetarse a un régimen militar, y a una administración que los asume como corruptos; incertidumbre, como la que resienten los empresarios que —hasta ahora— sólo se han limitado a observar cómo desaparece el tramado institucional que fomentaba la expansión de la industria mexicana hacia otros mercados que apenas se estaban consolidando, en aras de una austeridad republicana que pagará no sólo un aeropuerto cancelado o una refinería innecesaria, sino también un supuesto plan de desarrollo que prefiere atender a los países centroamericanos antes que a sus propios ciudadanos.
¿Quién puede brindar, tranquilo, por los buenos tiempos que se avecinan? Quienes tienen intereses se muestran arrogantes, quienes perdieron la ilusión lo toman como una revancha. Quienes no tienen moral se contradicen, quienes se sienten agraviados lo justifican todo bajo el argumento de que los anteriores hicieron lo mismo. Mientras tanto, el país entero se dirige al abismo.
Hoy es día de celebrar en familia, de cultivar las tradiciones, de estar con los amigos. De abrir regalos, romper las piñatas, recordar los momentos felices, de pensar en el futuro. Hoy es día, también, de hacer un acto de reflexión sobre el país que queremos, el que nos fue prometido, y al que nos estamos dirigiendo. Un país que le pusimos en las manos a quien no tenía más intenciones que servir a su propio ego y que, a menos de un mes de entrar en funciones, no ha dudado en atender —primero que nada— sus caprichos personales, sin importar que el 53 por ciento de los que hoy enfrentan el desempleo también votaron por él.
Mañana, cuando despertemos, el regalo bajo el árbol será que el dinosaurio sigue ahí: esa es la única certidumbre. Feliz Navidad, y suerte para todos.
Incertidumbre, como la que sin duda se respirará esta noche no sólo en el hogar de quienes han entregado su vida al servicio público y hoy se encuentran desempleados, sino también de cualquier funcionario que sabe que —en cualquier momento— podría correr la misma suerte. “Es un honor estar con Obrador”, coreaban entusiasmados al verlo cubierto de flores y envuelto entre los humos del copal: esta noche, en cambio, miles de familias compartirán la preocupación por un futuro inmediato en el que las hipotecas tienen que cumplirse, las colegiaturas que pagarse, los gastos médicos que cubrirse.
Incertidumbre, como la que ya comienzan a demostrar quienes creyeron que la llegada del hoy Presidente traería aparejada consigo la consecución de los ideales de la democracia social, en contraposición a las prácticas neoliberalistas a las que se opusieron durante años. El desconcierto acompaña cada declaración del Presidente de la República: los que pensaban que mejoraría el gobierno por medio de la democracia participativa, hoy defienden unas consultas que jamás habrían aceptado bajo un régimen distinto; los que creían que se aumentarían los fondos para la cultura, hoy se quejan mientras aprenden a deglutir batracios; quienes exigían el regreso del Ejército a los cuarteles, hoy defienden la militarización del país entero. Quienes se oponían a la urbanización de la zona militar, hoy lo tienen que plantear como alternativa, quienes pretendían salvar un lago artificial rodeado de basura, hoy están dispuestos a destrozar una reserva natural con la justificación de un ritual magufo y rayano en la ridiculez. Quienes creían que el país se transformaría en la potencia que siempre soñaron, hoy se enfrentan a la realidad de la depauperación deliberada.
Incertidumbre, como la que sufren los integrantes de un Poder Judicial enfrentado al mayor ataque en décadas, y que ha llegado a la agresión en contra de quien la turba confundió con un ministro; incertidumbre, como la que domina a unas fuerzas de seguridad que tendrán que sujetarse a un régimen militar, y a una administración que los asume como corruptos; incertidumbre, como la que resienten los empresarios que —hasta ahora— sólo se han limitado a observar cómo desaparece el tramado institucional que fomentaba la expansión de la industria mexicana hacia otros mercados que apenas se estaban consolidando, en aras de una austeridad republicana que pagará no sólo un aeropuerto cancelado o una refinería innecesaria, sino también un supuesto plan de desarrollo que prefiere atender a los países centroamericanos antes que a sus propios ciudadanos.
¿Quién puede brindar, tranquilo, por los buenos tiempos que se avecinan? Quienes tienen intereses se muestran arrogantes, quienes perdieron la ilusión lo toman como una revancha. Quienes no tienen moral se contradicen, quienes se sienten agraviados lo justifican todo bajo el argumento de que los anteriores hicieron lo mismo. Mientras tanto, el país entero se dirige al abismo.
Hoy es día de celebrar en familia, de cultivar las tradiciones, de estar con los amigos. De abrir regalos, romper las piñatas, recordar los momentos felices, de pensar en el futuro. Hoy es día, también, de hacer un acto de reflexión sobre el país que queremos, el que nos fue prometido, y al que nos estamos dirigiendo. Un país que le pusimos en las manos a quien no tenía más intenciones que servir a su propio ego y que, a menos de un mes de entrar en funciones, no ha dudado en atender —primero que nada— sus caprichos personales, sin importar que el 53 por ciento de los que hoy enfrentan el desempleo también votaron por él.
Mañana, cuando despertemos, el regalo bajo el árbol será que el dinosaurio sigue ahí: esa es la única certidumbre. Feliz Navidad, y suerte para todos.
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