Qué pena, lo de Carlos Salcido. Hay gente que trasmite algo, una impresión particular, por su mera forma de ser, y el antiguo jugador del PSV Eindhoven, aparte de titular indiscutible en Chicas —por no hablar de una Selección en la que La Volpe lo tenía como pieza fundamental— es un tipo de esos que despiertan, creo yo, una natural simpatía.
Serio, discreto, profesional, entero y entregado, el antiguo defensa central, luego de que se anunciara, el pasado 17 de diciembre, su salida del club en el que hizo carrera en México declara, a los cuatro vientos, que José Saturnino Cardozo no lo trató bien.
Pero ¿de qué podríamos estar hablando? El propio Cardozo no dejó al Toluca como jugador en los mejores términos o, en todo caso, los directivos del momento no le dieron el reconocimiento que merecía en su condición de portentoso goleador y figura de relumbrón. Ya luego, en 2008, tres años después de su salida, el Toluca le celebró un partido de reconocimiento.
Salcido, ¿no merece tampoco una despedida más gloriosa siendo que el mismísimo Eindhoven, club holandés de gran categoría, le organizó un apropiado homenaje?
No debe ser nada fácil, para un director técnico, confrontar la circunstancia de trabajar con una figura crepuscular, por llamar de alguna manera a los futbolistas que, en la recta final de una gran carrera, no alcanzan ya sus desempeños de antaño. El tema, sin embargo, es cómo manejas una situación parecida. ¿Ignoras deliberadamente a quien sigue siendo, de todas maneras, uno de los integrantes del equipo? ¿Le brindas un trato de favor a sabiendas de que no te dará los resultados que esperas? ¿Lo marginas fríamente? ¿Lo ignoras? ¿Lo tratas desdeñosamente? ¿Eres, por el contrario, excesivamente atento para mitigar la dureza de ya no tenerloen la cancha sino sentado en permanencia en el banco de suplentes o, de plano, sin que figure siquiera entre los convocados a un partido?
Son puras suposiciones y resultan de la presunción de que el bueno de Carlos Salcido no pudiere ya dar el ancho, como se dice coloquialmente. Pero, con Salcido o sin él, Chivas sigue empantanado en una posición indigna de su categoría. Cardozo necesitaría algo más que saber dar malos tratos.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Serio, discreto, profesional, entero y entregado, el antiguo defensa central, luego de que se anunciara, el pasado 17 de diciembre, su salida del club en el que hizo carrera en México declara, a los cuatro vientos, que José Saturnino Cardozo no lo trató bien.
Pero ¿de qué podríamos estar hablando? El propio Cardozo no dejó al Toluca como jugador en los mejores términos o, en todo caso, los directivos del momento no le dieron el reconocimiento que merecía en su condición de portentoso goleador y figura de relumbrón. Ya luego, en 2008, tres años después de su salida, el Toluca le celebró un partido de reconocimiento.
Salcido, ¿no merece tampoco una despedida más gloriosa siendo que el mismísimo Eindhoven, club holandés de gran categoría, le organizó un apropiado homenaje?
No debe ser nada fácil, para un director técnico, confrontar la circunstancia de trabajar con una figura crepuscular, por llamar de alguna manera a los futbolistas que, en la recta final de una gran carrera, no alcanzan ya sus desempeños de antaño. El tema, sin embargo, es cómo manejas una situación parecida. ¿Ignoras deliberadamente a quien sigue siendo, de todas maneras, uno de los integrantes del equipo? ¿Le brindas un trato de favor a sabiendas de que no te dará los resultados que esperas? ¿Lo marginas fríamente? ¿Lo ignoras? ¿Lo tratas desdeñosamente? ¿Eres, por el contrario, excesivamente atento para mitigar la dureza de ya no tenerloen la cancha sino sentado en permanencia en el banco de suplentes o, de plano, sin que figure siquiera entre los convocados a un partido?
Son puras suposiciones y resultan de la presunción de que el bueno de Carlos Salcido no pudiere ya dar el ancho, como se dice coloquialmente. Pero, con Salcido o sin él, Chivas sigue empantanado en una posición indigna de su categoría. Cardozo necesitaría algo más que saber dar malos tratos.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Comentarios
Publicar un comentario
Hacer un Comentario