AMLO, campeón

AMLO, campeón
No son los títulos los que honran a los hombres, sino que los hombres honran sus títulos.
Nicolás Maquiavelo

La moraleja es vieja: si al presidente le va mal, le va mal a México y les irá mal a nuestras familias, a nuestros trabajos, a nuestros amigos, etcétera. En un sano acto de egoísmo calculado, deseo firmemente que a AMLO le vaya muy bien, que salga como un campeón. Pero, para que esto ocurra, debe asumir ya algunas consejas básicas y prácticas cotidianas de cautela políticas. 

1.-Enterrar al pendenciero. Muchos actos de gobierno provocan, inevitablemente, fricciones e incluso confrontaciones. Pero el presidente no puede encarnar todos. Debe procurar que sean otros los que sufran el desgaste; debe reservarse como posible mediador. Si el presidente es la punta de lanza en todo, recibirá múltiples ataques y será visto como un promotor de conflictos. Eso no puede durar seis años. Ya lo vivimos con Echeverría y así nos fue. Un pendenciero espanta.

2.-Un presidente no debe ser un promotor de la polarización. Las inevitables confrontaciones deben ser administradas una por una, para que no se agolpen formando un amasijo inmanejable.

3.- Guardarse. Quienes llevan la responsabilidad del Poder Ejecutivo se ven obligados a hablar con demasiada frecuencia. Esto provoca saturación, hartazgo y, al final, repudio. Hasta el simple tono de voz, escuchado miles de veces, termina por fastidiar. Por eso es muy importante reservar la voz presidencial lo más que se pueda y sólo intervenir cuando sea necesario. México es, además, un país de un presidencialismo acendrado, muy profundo, galopante. Todo el mundo quiere la “bendición” presidencial para inaugurar o clausurar asambleas, foros y un sinfín de reuniones.

Pero en cada ocasión en que el presidente habla, hay un riesgo de una pifia o un desliz que pueden tener costos altos. Por eso se recurre a las intervenciones escritas, para así disminuir las improvisaciones y los riesgos. Por tratar de fijar la agenda a diario, AMLO se está exponiendo demasiado. Además, se hace sombra a sí mismo. Ya ganó, ya no está en campaña. Debe transitar a una administración profesional de la palabra presidencial.

4.-Cuidar el pico. Ni siquiera cuando los presidentes tienen reuniones privadas están exentos de una responsabilidad. Si el presidente dice que fulano es un tonto, sus generales aumentarán el peso del adjetivo y, al final, por el efecto cascada, el pobre fulano terminará rodeado de maledicencias. Sólo en la más “íntima de las intimidades”, un presidente se puede soltar.

5.-Calidad, no cantidad. La actividad de los presidentes en México es febril y avasalladora. Múltiples viajes, traslados pesados, muchas horas de exposición y movimiento. Pero los presidentes son seres humanos y se cansan. ¡Cinco días de gira a la semana! Y cuándo va a estudiar, a pensar. Cansado, cualquiera puede tomar decisiones equivocadas. México necesita que su presidente descanse, que duerma bien, que estire sus huesos los fines de semana, que se tome vacaciones, que reflexione en soledad. Al final del día, el trabajo de un presidente es de calidad y no de cantidad. Decenas de giras no compensan un error en una política pública. La hiperactividad es muy traicionera. El reposo es de sabios.

6.-Solitario. Un presidente no tiene amigos en las funciones públicas. Las personas que lo rodean están allí para auxiliarlo, para servir a México. Si se equivocan, deben ser reemplazados sin miramientos. La cercanía emocional no puede estar por arriba de la República.

7.-Adiós al ego. Todos los presidentes se equivocan en las designaciones, se equivocan en las palabras usadas, se equivocan con mucha frecuencia. No son dioses, por eso es muy importante que un presidente controle su ego lo antes posible. Dicen que la única diferencia entre una persona inteligente y quien no lo es radica en la velocidad con la que cada uno corrige sus errores. Ratificar Texcoco sería una gran señal de madurez, generaría certidumbre. Corregir es crecer.     

8.-Amarrar el odio. Un presidente no puede dejar que el odio asome ni en sus palabras ni en sus actitudes. Emanar odio desde la presidencia envenena a un país. En esto, AMLO tiene mucho que corregir, pues en su larguísimo periodo de campaña profirió múltiples ofensas, cuyo eco todavía resuena.

9.-Bajo la lupa. Todo lo que haga será observado, el presidente mexicano es un referente nacional. Si un presidente profiere malas palabras, decenas de millones de educandos creerán que ésa es la forma correcta de expresarse. Si lanza, así sea de broma, expresiones misóginas, dará pie a la barbarie. A diario debe actuar ejemplarmente. Cuidar el lenguaje es cuidar de sí mismo.

10.-La plaga. Cuidarse y cuidar a la familia de los lambiscones, que son una plaga.

Ser campeón supone muchos sacrificios. La presidencia es una jaula, de oro, pero jaula al fin.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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