Toda la semana estuvimos despidiendo actores, grupos, instituciones y características que es muy probable que no puedan continuar en la vida pública. Hoy, último día antes de la toma de posesión de López Obrador, es momento de despedir la esperanza que muchos, muchísimos, pusieron en él.
La frase más utilizada por López Obrador desde hace tiempo, pero sobre todo en campaña, fue “no robar, no mentir, no traicionar”, que dirigía como orden a sus colaboradores y como promesa a sus votantes. Pero durante esa misma campaña creó un fideicomiso anunciado como de apoyo a víctimas de los terremotos de septiembre de 2017, que en realidad sirvió para lavar dinero para su elección. Habrá quien considere que eso no es robar, pero si no lo es, se trata de un delito muy cercano.
En algún espacio intermedio entre robar y mentir, me parece, hay que colocar las consultas, tanto la del aeropuerto como la más reciente, pidiendo opinión para diez temas diversos. No sólo se trató de ejercicios con preguntas sesgadas, controlados por sus seguidores, sin garantía alguna de equidad en la competencia. Además de ello, hubo fraude, como queda claro con los ejercicios que el profesor Sebastián Garrido ha realizado y difundido por Twitter (Leo Zuckermann dedicó una colaboración en la semana a detallarlos).
Entre mentir y traicionar, hay que colocar las decisiones acerca de la amnistía a los corruptos y la entrega de la seguridad pública al Ejército. Los dos temas más relevantes para los mexicanos durante la campaña electoral, corrupción e inseguridad, fueron tratados de una forma durante ese tiempo, y de otra muy diferente ya una vez con el triunfo en la mano. Y no se trata del ajuste que los políticos suelen hacer entre esos periodos: es un engaño, una traición.
En suma, la gran oferta de López Obrador: ser diferente, confiable, honesto, ha resultado una gran farsa. Como lo dijimos desde entonces, engañaba con la verdad, porque mucho de lo que hace lo había dicho durante la campaña, en la que construyó discursos diferentes para públicos diversos. Dijo tanto que cualquier cosa que haga puede encontrar sustento. Pero lo que no puede defenderse es que sea honesto, en los tres sentidos de la palabra con los que arengaba entonces.
Lo grave es que eso es lo único esperanzador que ofrecía. No traía consigo un equipo calificado, como ahora es más que evidente. No tenía ideas para construir un país exitoso, por el contrario. Su única lógica ha sido siempre, y sigue siendo, la concentración absoluta del poder en su persona. Para ello no ha dudado jamás en usar a otros, destruyendo o recuperando, según le sea necesario. Podrían documentarlo Cárdenas, Muñoz Ledo, Rosario, los Chuchos, pero ha sido su pequeñez lo que ha permitido el ascenso de la mediocridad que encarna el tabasqueño.
A tres meses de iniciado el nuevo régimen, debería ser claro que caminamos al precipicio. En lo económico, la incertidumbre crece, y con ella los costos; en lo político, el control autoritario es cada vez más evidente; en lo social, la tragedia que ocurrirá cuando las ilusiones de 30 millones de mexicanos topen con la realidad, será un reto muy difícil de enfrentar.
Quienes no quieren ser pesimistas buscan agarraderas: un par de funcionarios decentes y calificados, una imaginaria sociedad civil, los límites del mercado internacional. A mí me parece que, como decía Dante, hay que dejar atrás toda esperanza. Evitar la catástrofe requiere construir la resistencia, así de claro.
Empezamos el lunes.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.
La frase más utilizada por López Obrador desde hace tiempo, pero sobre todo en campaña, fue “no robar, no mentir, no traicionar”, que dirigía como orden a sus colaboradores y como promesa a sus votantes. Pero durante esa misma campaña creó un fideicomiso anunciado como de apoyo a víctimas de los terremotos de septiembre de 2017, que en realidad sirvió para lavar dinero para su elección. Habrá quien considere que eso no es robar, pero si no lo es, se trata de un delito muy cercano.
En algún espacio intermedio entre robar y mentir, me parece, hay que colocar las consultas, tanto la del aeropuerto como la más reciente, pidiendo opinión para diez temas diversos. No sólo se trató de ejercicios con preguntas sesgadas, controlados por sus seguidores, sin garantía alguna de equidad en la competencia. Además de ello, hubo fraude, como queda claro con los ejercicios que el profesor Sebastián Garrido ha realizado y difundido por Twitter (Leo Zuckermann dedicó una colaboración en la semana a detallarlos).
Entre mentir y traicionar, hay que colocar las decisiones acerca de la amnistía a los corruptos y la entrega de la seguridad pública al Ejército. Los dos temas más relevantes para los mexicanos durante la campaña electoral, corrupción e inseguridad, fueron tratados de una forma durante ese tiempo, y de otra muy diferente ya una vez con el triunfo en la mano. Y no se trata del ajuste que los políticos suelen hacer entre esos periodos: es un engaño, una traición.
En suma, la gran oferta de López Obrador: ser diferente, confiable, honesto, ha resultado una gran farsa. Como lo dijimos desde entonces, engañaba con la verdad, porque mucho de lo que hace lo había dicho durante la campaña, en la que construyó discursos diferentes para públicos diversos. Dijo tanto que cualquier cosa que haga puede encontrar sustento. Pero lo que no puede defenderse es que sea honesto, en los tres sentidos de la palabra con los que arengaba entonces.
Lo grave es que eso es lo único esperanzador que ofrecía. No traía consigo un equipo calificado, como ahora es más que evidente. No tenía ideas para construir un país exitoso, por el contrario. Su única lógica ha sido siempre, y sigue siendo, la concentración absoluta del poder en su persona. Para ello no ha dudado jamás en usar a otros, destruyendo o recuperando, según le sea necesario. Podrían documentarlo Cárdenas, Muñoz Ledo, Rosario, los Chuchos, pero ha sido su pequeñez lo que ha permitido el ascenso de la mediocridad que encarna el tabasqueño.
A tres meses de iniciado el nuevo régimen, debería ser claro que caminamos al precipicio. En lo económico, la incertidumbre crece, y con ella los costos; en lo político, el control autoritario es cada vez más evidente; en lo social, la tragedia que ocurrirá cuando las ilusiones de 30 millones de mexicanos topen con la realidad, será un reto muy difícil de enfrentar.
Quienes no quieren ser pesimistas buscan agarraderas: un par de funcionarios decentes y calificados, una imaginaria sociedad civil, los límites del mercado internacional. A mí me parece que, como decía Dante, hay que dejar atrás toda esperanza. Evitar la catástrofe requiere construir la resistencia, así de claro.
Empezamos el lunes.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.
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