Para Robin Beltri.
El lobo se despoja del disfraz de cordero: quien pidió —y obtuvo, de manera abrumadora— el voto de confianza de la ciudadanía para emprender una transformación —sin duda— necesaria, muestra los colmillos en la más reciente y grave de sus contradicciones. Quien prometió abrazos, en vez de balazos, hoy pretende la militarización del país: quien denostó a las Fuerzas Armadas y se dedicó —de manera sistemática— a mellar la confianza de la ciudadanía en las instituciones, hoy plantea como solución una versión —en esteroides— de las mismas políticas de seguridad planteadas por sus antecesores, y que en su momento criticó y se dedicó a entorpecer —también de manera sistemática. Pero que ahora le son convenientes.
Convenientes, en extremo. Una Guardia Nacional, en los términos en que ha sido planteada, se convertiría —de facto— en el brazo ejecutor de un poder absoluto. Absoluto: a López Obrador no le basta con el poder que —por naturaleza— le conferirá la titularidad del Ejecutivo, ni con la genuflexión manifiesta de un Legislativo que le canta arrebolado desde el Congreso o con el control —también absoluto— sobre las finanzas públicas y los recursos a sus opositores.
Andrés Manuel está configurando las bases del poder absoluto, un poder que trasciende la esfera de lo político y lo económico, y se establece en lo social, con una polarización —la turbamulta digital— que no es sino la creación de la conciencia de clase propugnada por los grupos marxistas —propios de cuando aprendió a hacer política— y que pretende llegar inclusive hasta el ámbito de lo moral, con una Constitución Moral que definirá las actitudes compatibles con los propósitos de la Cuarta Transformación. Poder político, poder económico, poder social, poder sobre la moralidad. Poder absoluto, poder que necesitará —y sabrá servirse— de un brazo ejecutor —de jóvenes entusiasmados— dispuesto a cualquier cosa para contribuir a su ejercicio. Poder que necesitará de una guardia pretoriana. De una Guardia Nacional.
Esto no es lo que había prometido. Esto no es lo que llevó a la gente a las urnas, esto no es lo que brindó esperanza a una nación entera. Quienes esperaban que bajara el precio de las gasolinas hoy saben que no habrá de ocurrir así: las condiciones de los mercados internacionales obligan a las rectificaciones. Quienes creían que la administración saliente sería crucificada, hoy saben que —según el propio mandatario electo— entregó resultados satisfactorios: en uno y otro caso, la realidad terminó por imponerse a las promesas de campaña. Quienes creían, sin embargo, que con la llegada de López Obrador al poder tendría un lugar la democracia participativa, hoy sabe que las consultas tan sólo se realizarán para validar decisiones tomadas de antemano; quienes creían en la reconciliación —y el surgimiento de una República Amorosa— hoy guardan silencio ante las tropelías que anuncia el lobo tras despojarse del disfraz. No tiene por qué ser así.
No tiene por qué ser así. Se vale disentir. No, no sólo se vale: es necesario hacerlo. Es un deber, incluso. Es necesario hacerlo: el periodo de campañas ha terminado, y los errores de la administración actual, o de las anteriores, no justifican que los mismos —u otros peores— vuelvan a cometerse. El periodo de campañas ha terminado, y la crítica debería de ejercerse —con lealtad— ante las decisiones que comprometen el futuro de la patria, con independencia de quién haya resultado ganador en el proceso. El periodo de campañas ha terminado, y no hay nada que demostrar, pero mucho por hacer: es absurdo que, la administración que llega al poder con la mayor legitimidad en las urnas de la historia, parezca empeñada en consumir su bono democrático a base de torpezas que podrían haberse evitado.
Torpezas que podrían haberse evitado si, en lugar de esmerarse en las maromas con las que se trata de defender lo indefendible, el ala más pensante de los seguidores lopezobradoristas se atrevieran a ejercer una crítica leal, antes de que el hibris del poder —y la popularidad fruto de las medidas populistas que vienen— terminen por obnubilar el juicio de quienes hoy ya están dispuestos a defender lo mismo que en absoluto estuvieron dispuestos a aceptar como oposición. Se vale disentir, y es necesario, como nunca: para transformar el país se necesita no sólo convicción, sino tenerlos bien puestos. Incluso ante el Amado Líder.
Comentarios
Publicar un comentario
Hacer un Comentario