López Obrador ganó, como usted sabe, con 30 millones de votos. De ellos, 16 eran suyos, los traía desde 2006, prácticamente hablando. Personas que lo apoyaron por más de doce años, la mayoría de ellos en el sur del país (según sabemos por las elecciones de 2006 y 2012). Pero se sumaron otros 14 millones de votos, que le dieron el triunfo contundente que, además, significó la destrucción del sistema político mexicano de los últimos 30 años.
Creo que buena parte de esos 14 millones de votos adicionales, tal vez ocho, tal vez diez, provinieron de personas que se convencieron de que México nunca había estado peor, y era necesario un cambio radical. El resto provino de tránsfugas de otros partidos (especialmente el PRI).
Esto significa que el triunfo de López Obrador forma parte del movimiento del siglo XXI. No es un triunfo de la “izquierda” (lo que sea que eso signifique), como los ocurridos en Sudamérica a inicios del siglo. No es Chávez, Lula, Kirchner, Evo, Ollanta o Correa. Es decir, quienes le dieron el triunfo en México no votaron por sus ideas de izquierda, sino por el hartazgo contra el sistema político. En ese sentido, el triunfo de AMLO es similar al de Trump, Macron o Bolsonaro. No quiero decir que se trate de personas iguales, pero sí de los mismos procesos: población angustiada, llena de miedo que transforma en enojo, que quiere deshacerse de la clase política vigente, y vota por lo más externo que encuentra. Curiosamente, en todos los casos mencionados, el elegido es un narcisista profundo, megalómano, con grandes habilidades comunicacionales. Justo lo que cualquiera hubiese predicho. No me había percatado de este tema hasta ayer, con una pregunta de un participante de un evento.
Pero es algo de la mayor importancia, y creo que el mismo López Obrador no se ha dado cuenta. No lo eligieron los mexicanos para que implementara en México programas de la izquierda bolivariana o, para el caso, de izquierda en general (aunque sus corifeos eso promuevan). Lo eligieron porque, como está ocurriendo en todo el mundo, están enojados, no saben por qué, pero creen que sus problemas derivan del sistema político vigente y quieren cambiarlo.
Lo relevante es que si AMLO cree que su caudal de votos depende de su orientación (nacionalismo revolucionario, populismo), puede entonces tomar decisiones para fortalecer algo que no existe. Por el contrario, esos votantes adicionales, cansados de inseguridad y corrupción, no tienen mayor interés en programas asistencialistas, cancelación de aeropuertos o construcción de refinerías. Eso significa que no tienen paciencia. Si en un par de meses resulta que la corrupción no cambia, la inseguridad no se reduce, y además tenemos presiones económicas que antes no existían, lo van a abandonar.
Si esta hipótesis es correcta, entonces la decisión del aeropuerto ha sido un error decisorio. Ayer comentábamos que fue algo propio de un político absoluto como lo es AMLO, que valora el poder muy por encima de cualquier otra cosa. De hecho, él no entiende, ni le interesa, de presupuestos, políticas públicas o planes. Pero ha elevado la dificultad del presupuesto, que cuando se presente será observado con mucha más atención por inversionistas y calificadoras, que actuarán rápido. Ya algunos especialistas estiman más de 21 pesos por dólar para el cierre del año.
En el primer mes de gobierno, AMLO puede enajenarse a esos ocho o diez millones de votantes que le dieron el triunfo, que querían sacar a los corruptos, pero que sólo les cambiaron de nombre. ¿O cómo va a explicar el alza de la gasolina en ese momento? ¿O el centenar de asesinatos por día? Se ha metido, nos ha metido, en un berenjenal.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.
Creo que buena parte de esos 14 millones de votos adicionales, tal vez ocho, tal vez diez, provinieron de personas que se convencieron de que México nunca había estado peor, y era necesario un cambio radical. El resto provino de tránsfugas de otros partidos (especialmente el PRI).
Esto significa que el triunfo de López Obrador forma parte del movimiento del siglo XXI. No es un triunfo de la “izquierda” (lo que sea que eso signifique), como los ocurridos en Sudamérica a inicios del siglo. No es Chávez, Lula, Kirchner, Evo, Ollanta o Correa. Es decir, quienes le dieron el triunfo en México no votaron por sus ideas de izquierda, sino por el hartazgo contra el sistema político. En ese sentido, el triunfo de AMLO es similar al de Trump, Macron o Bolsonaro. No quiero decir que se trate de personas iguales, pero sí de los mismos procesos: población angustiada, llena de miedo que transforma en enojo, que quiere deshacerse de la clase política vigente, y vota por lo más externo que encuentra. Curiosamente, en todos los casos mencionados, el elegido es un narcisista profundo, megalómano, con grandes habilidades comunicacionales. Justo lo que cualquiera hubiese predicho. No me había percatado de este tema hasta ayer, con una pregunta de un participante de un evento.
Pero es algo de la mayor importancia, y creo que el mismo López Obrador no se ha dado cuenta. No lo eligieron los mexicanos para que implementara en México programas de la izquierda bolivariana o, para el caso, de izquierda en general (aunque sus corifeos eso promuevan). Lo eligieron porque, como está ocurriendo en todo el mundo, están enojados, no saben por qué, pero creen que sus problemas derivan del sistema político vigente y quieren cambiarlo.
Lo relevante es que si AMLO cree que su caudal de votos depende de su orientación (nacionalismo revolucionario, populismo), puede entonces tomar decisiones para fortalecer algo que no existe. Por el contrario, esos votantes adicionales, cansados de inseguridad y corrupción, no tienen mayor interés en programas asistencialistas, cancelación de aeropuertos o construcción de refinerías. Eso significa que no tienen paciencia. Si en un par de meses resulta que la corrupción no cambia, la inseguridad no se reduce, y además tenemos presiones económicas que antes no existían, lo van a abandonar.
Si esta hipótesis es correcta, entonces la decisión del aeropuerto ha sido un error decisorio. Ayer comentábamos que fue algo propio de un político absoluto como lo es AMLO, que valora el poder muy por encima de cualquier otra cosa. De hecho, él no entiende, ni le interesa, de presupuestos, políticas públicas o planes. Pero ha elevado la dificultad del presupuesto, que cuando se presente será observado con mucha más atención por inversionistas y calificadoras, que actuarán rápido. Ya algunos especialistas estiman más de 21 pesos por dólar para el cierre del año.
En el primer mes de gobierno, AMLO puede enajenarse a esos ocho o diez millones de votantes que le dieron el triunfo, que querían sacar a los corruptos, pero que sólo les cambiaron de nombre. ¿O cómo va a explicar el alza de la gasolina en ese momento? ¿O el centenar de asesinatos por día? Se ha metido, nos ha metido, en un berenjenal.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.
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