La dimensión de lo que acaba de ocurrir es simplemente descomunal. Te pellizcas y no logras despertarte de este mal sueño: la más grande obra de infraestructura de América Latina —un proyecto necesarísimo, diseñado por uno de los más prestigiosos arquitectos de este planeta, financiado mayormente por inversores de primer nivel, propulsor de miles y miles de empleos y detonador del desarrollo económico de toda una región— acaba de ser cancelado por el individuo que llevará las riendas de nuestro país a partir del próximo 1º de diciembre.
La consulta fue una farsa, un pretexto preparado aviesamente para validar públicamente los designios de un señor que no tuvo siquiera los arrestos para asumir su primerísima responsabilidad en la abierta estrategia de destrucción de riqueza que estuvo propalando a lo largo de toda su campaña electoral. Prefirió, llegado el momento en que eligió imponer sus decisiones, cobijarse bajo el manto de la “voluntad popular” y pudo así consumar impunemente, y a bajo costo, sus nefarios propósitos de siempre, a saber, la liquidación pura y simple de un proyecto emprendido por su antecesor.
¿De qué estamos hablando? ¿De una venganza? ¿De una visión de las cosas impregnada de oscuros rencores, fanatismo, ignorancia, mala fe, trasnochado conservadurismo, estrechez de miras y miserable politiquería? O, en el posible mejor de los casos, ¿de una auténtica preocupación sobre los destinos de una nación mexicana azotada por los malos gobiernos y la corrupción?
La mera implementación de un aparato de consulta que, a las primeras de cambio, no resultó nada confiable, despierta enormes sospechas acerca de la presunta buena voluntad del gran convocador: para empezar, el numerito no fue preparado por uno de los organismos autónomos del Estado mexicano sino por el propio partido político del muy interesado presidente electo. Así, las mesas de votación se instalaron preferentemente en las zonas pobladas por seguidores de Morena y los propios organizadores contaron los votos sin darle cuentas a nadie. Hagan de cuenta, el peor PRI, el del “carro completo”, el que armaba elecciones con todas las ventajas posibles.
De tal manera, el resultado final refleja de directísima manera los designios primigenios del supremo transformador de la patria: ¿él no quería que se hiciera el aeropuerto en Texcoco? Ningún problema: el pueblo tampoco lo quiere.
¡Bravo! ¡Bravísimo! Nos acabamos de quedar sin una gran obra, sin un proyecto de esplendorosa modernidad. Pero… el supremo saboteador se las apañó para que hablara el pueblo sabio.
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
La consulta fue una farsa, un pretexto preparado aviesamente para validar públicamente los designios de un señor que no tuvo siquiera los arrestos para asumir su primerísima responsabilidad en la abierta estrategia de destrucción de riqueza que estuvo propalando a lo largo de toda su campaña electoral. Prefirió, llegado el momento en que eligió imponer sus decisiones, cobijarse bajo el manto de la “voluntad popular” y pudo así consumar impunemente, y a bajo costo, sus nefarios propósitos de siempre, a saber, la liquidación pura y simple de un proyecto emprendido por su antecesor.
¿De qué estamos hablando? ¿De una venganza? ¿De una visión de las cosas impregnada de oscuros rencores, fanatismo, ignorancia, mala fe, trasnochado conservadurismo, estrechez de miras y miserable politiquería? O, en el posible mejor de los casos, ¿de una auténtica preocupación sobre los destinos de una nación mexicana azotada por los malos gobiernos y la corrupción?
La mera implementación de un aparato de consulta que, a las primeras de cambio, no resultó nada confiable, despierta enormes sospechas acerca de la presunta buena voluntad del gran convocador: para empezar, el numerito no fue preparado por uno de los organismos autónomos del Estado mexicano sino por el propio partido político del muy interesado presidente electo. Así, las mesas de votación se instalaron preferentemente en las zonas pobladas por seguidores de Morena y los propios organizadores contaron los votos sin darle cuentas a nadie. Hagan de cuenta, el peor PRI, el del “carro completo”, el que armaba elecciones con todas las ventajas posibles.
De tal manera, el resultado final refleja de directísima manera los designios primigenios del supremo transformador de la patria: ¿él no quería que se hiciera el aeropuerto en Texcoco? Ningún problema: el pueblo tampoco lo quiere.
¡Bravo! ¡Bravísimo! Nos acabamos de quedar sin una gran obra, sin un proyecto de esplendorosa modernidad. Pero… el supremo saboteador se las apañó para que hablara el pueblo sabio.
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Comentarios
Publicar un comentario
Hacer un Comentario