Me pregunto cómo nos sentiríamos los mexicanos si Canadá hubiera celebrado ya un acuerdo con el gobierno de Donald Trump para implementar nuevas reglas comerciales entre los otros dos países de Norteamérica dejándonos de lado a nosotros. En algún momento ocurrió, de hecho, que andaban negociando ellos sin tomarnos en cuenta. Pero, no llegaron a pactar un arreglo final como éste que, si lo piensas, desnaturaliza la esencia misma de un TLCAN que, hasta nuevo aviso, se había concertado originalmente entre tres naciones.
Digo, es como si Francia y Alemania, los dos pesos pesados de la Unión Europea, celebraran convenios sin tomar en cuenta a los demás socios y que luego les exigieran simplemente aceptar las cláusulas más duras de tragar bajo pena de excluirlos pura y simplemente del club. No es algo comparable, desde luego, porque ya quisiéramos aquí habernos beneficiado de una asociación tan conveniente —imaginen ustedes simplemente el usufructo de esos tales fondos de cohesión, o como se llamen, otorgados generosamente a los países comparativamente menos desarrollados para fomentar proyectos de infraestructura y mejoras regionales— y el mero acaecimiento del brexit nos habla, a su vez, de que la adhesión a esa gran comunidad de naciones implica un proceso muy sólido institucionalmente y muy difícil de revertir.
En fin, es evidente que al inquilino de la Casa Blanca le funcionó bien su jueguito de acabar con el denostado NAFTA —el “peor acuerdo comercial jamás celebrado” por los Estados Unidos, llegó a soltar el hombre— y que, con la forzada complicidad de unos negociadores mexicanos arrinconados y amedrentados por la calamitosa perspectiva de que se cancelara totalmente el trato, terminó por salirse con la suya, a saber, por alcanzar un arreglo bilateral. Lo ha dicho en todo momento y a propósito de toda suerte de transacciones con los demás países: él quiere negociar individualmente con cada quien, el multilateralismo no le interesa.
Esperemos ahora la reacción de Canadá, más allá de que la postura de México haya sido, creo yo, la de un socio un tanto desleal. Vamos a ver si Trudeau le planta cara al experto en bullying.
Digo, es como si Francia y Alemania, los dos pesos pesados de la Unión Europea, celebraran convenios sin tomar en cuenta a los demás socios y que luego les exigieran simplemente aceptar las cláusulas más duras de tragar bajo pena de excluirlos pura y simplemente del club. No es algo comparable, desde luego, porque ya quisiéramos aquí habernos beneficiado de una asociación tan conveniente —imaginen ustedes simplemente el usufructo de esos tales fondos de cohesión, o como se llamen, otorgados generosamente a los países comparativamente menos desarrollados para fomentar proyectos de infraestructura y mejoras regionales— y el mero acaecimiento del brexit nos habla, a su vez, de que la adhesión a esa gran comunidad de naciones implica un proceso muy sólido institucionalmente y muy difícil de revertir.
En fin, es evidente que al inquilino de la Casa Blanca le funcionó bien su jueguito de acabar con el denostado NAFTA —el “peor acuerdo comercial jamás celebrado” por los Estados Unidos, llegó a soltar el hombre— y que, con la forzada complicidad de unos negociadores mexicanos arrinconados y amedrentados por la calamitosa perspectiva de que se cancelara totalmente el trato, terminó por salirse con la suya, a saber, por alcanzar un arreglo bilateral. Lo ha dicho en todo momento y a propósito de toda suerte de transacciones con los demás países: él quiere negociar individualmente con cada quien, el multilateralismo no le interesa.
Esperemos ahora la reacción de Canadá, más allá de que la postura de México haya sido, creo yo, la de un socio un tanto desleal. Vamos a ver si Trudeau le planta cara al experto en bullying.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
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