Trump está desesperado

Trump está desesperado
Trump está desesperado: la más reciente amenaza de provocar un government shutdown no es sino uno más de los esfuerzos para cambiar la conversación, y voltear la atención del público norteamericano sobre los disparatados asuntos de Estado que le competen, desviándola de los —muy graves— asuntos legales que se le avecinan.

Es un patrón conocido que Trump —quien ha sabido hacer del manejo del escándalo toda una profesión— ha utilizado cada vez que se produce un hito en las investigaciones en su contra, y con el que la semana pasada se encargó de llenar los titulares. El lunes, el mundo despertó con la noticia de que el Presidente de Estados Unidos, de manera aparentemente incomprensible, estaba casi a punto de declarar la guerra a Irán, tras un tuit en el que profería amenazas tan fuera de tono que el propio gobierno iraní lo desechó sin engancharse.

El escándalo no levantó, y el martes detonó otra bomba en los medios, al revelarse el fragmento de una conversación que revelaba los enjuagues que hacía con su abogado para resolver los problemas fruto de sus relaciones amorosas, y que demostraban que había mentido al ser cuestionado al respecto. Un nuevo escándalo que le afectaba directamente, pero que sería revelado de cualquier manera y que, al haber sido difundido de esta forma, menoscaba la posición de Michael Cohen para negociar con los investigadores, al tiempo que desvió la atención sobre el tema en verdad apremiante ocurrido la semana pasada, y cuyas repercusiones tratarán de ser sofocadas con la nueva discusión sobre el muro y nuevas políticas migratorias que, nuevamente, no son sino distractores sobre lo que realmente le quita el sueño: la orden subpoena que ha sido dictada sobre Allen Weisselberg, su mano derecha en cuestiones financieras.

Allen Weisselberg no es un asesor cualquiera, sino que lo ha acompañado durante toda la vida, habiendo ingresado a la organización Trump como contador de su padre, Fred. Weisselberg no sólo es el CFO de su compañía, sino que conoce, mejor que nadie, los arreglos financieros del constructor neoyorquino devenido en Presidente de la —hasta antes de su mandato— nación más poderosa del mundo. Weisselberg es, incluso, quien se ha encargado de preparar las declaraciones de impuestos que Trump, de manera tan pertinaz, ha evitado presentar al público y que —presuntamente— contendrían, en parte, las razones de la sumisión —y la debilidad— que ha mostrado ante su homólogo ruso, Vladimir Putin.

Allen Weisselberg lo sabe todo: todo lo que hay que saber. No es claro, todavía, si en este momento ha rendido, o no, declaración ante las autoridades, pero en cualquier caso tendrá que hacerlo —y decir la verdad— si desea saltar a tiempo de un barco que hace aguas por todos lados. Michael Cohen —por su parte— no lo sabe todo, pero también sabe lo que hay que saber, con el agravante para Trump de que se siente traicionado y está dispuesto a cualquier cosa con tal de salvar su pellejo y, de ser posible, cobrar venganza contra quien lo menospreció sin entender que su relación no era de abogado sino de partner in crime. Y ahora está desesperado.

Desesperado, y por eso busca la confrontación en otro frente. La amenaza de cerrar las actividades gubernamentales, de no cumplirse sus propuestas, no tiene otro objetivo sino desviar la atención. Sus demandas, más allá del muro, no sólo son absurdas sino irrealizables, al no ser aprobadas ni siquiera por su propio partido: lo que estamos presenciando no es más que el inicio del fuego con el que el criminal trata de borrar las huellas de su propio delito.

Trump está desesperado, y es capaz de cualquier cosa: en su delirio, piensa que los resultados macroeconómicos —y los escándalos con los que trata de distraer la atención— le serán suficientes para burlar la trama rusa, mantener el poder y reelegirse en 2020. Eso no ocurrirá.


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