En tres meses el Partido de Acción Nacional tendrá que renovar su dirigencia y se perfila una guerra de corrientes que antes no existían en ese partido.
Siempre ha habido disputa por el poder interno pues se trata de un partido democrático, sin dueño, hasta ahora.
Pero la guerra encarnizada por quedarse con todo en una búsqueda del poder por el poder, sin contenido ideológico ni programático (recuerdo los debates formidables entre Carlos Castillo Peraza y Jesús González Schmal a mediados de los años 80), es una novedad en Acción Nacional.
Decía ayer Gina Morett en estas páginas que las alianzas hicieron parecerse al PAN con el PRD. Exacto.
Acción Nacional tomó lo peor del PRD y renunció a lo mejor de su funcionamiento partidista: la democracia interna, con roces, encontronazos, pero sin rupturas (al menos desde los años setenta).
Se quedaron igual que el PRD. Divididos. Enconados. Se odian .
Ahora el grupo de Ricardo Anaya busca preservar todo el control del partido y su representación en el Congreso.
Para ello alistan como candidato a presidente del PAN a Marko Cortés, actual coordinador de los diputados. A Jorge Romero como coordinador de la bancada en San Lázaro, y a Damián Zepeda, que todavía despacha como presidente del partido, lo apuntan para ser líder de los senadores blanquiazules.
Todo el poder para los que perdieron.
Al PAN le fue peor que nunca en unas elecciones presidenciales desde el año 1982 (cuando obtuvo una votación histórica, tres millones de sufragios para Pablo Emilio Madero, que marcó el crecimiento del partido), con una alianza oportunista y rechazada por la población en las urnas.
Y después del desastre sus artífices quieren seguir reteniendo todo el poder en el partido.
Ese grupo desplazó candidaturas que habrían tenido altas posibilidades de éxito, y con toda seguridad no tendríamos en México la concentración de poder que habrá ahora en una sola persona, el presidente de la República.
Si el grupo de Anaya se agandalla otra vez con la dirigencia y coordinaciones del PAN en el Congreso, los panistas van a una ruptura formal y, muy posiblemente, hacia el nacimiento de un nuevo partido que exprese los valores perdidos por Acción Nacional.
En la liza van a estar, si hay condiciones, Roberto Gil, quien representa al panismo histórico, preparado, cercano a personajes que le dieron grandes satisfacciones a Acción Nacional: Felipe Calderón, Ernesto Cordero, Eufrosina Cruz, y la que no dejaron llegar a la candidatura presidencial, Margarita Zavala.
No la dejaron llegar no obstante que, según las encuestas, estaba un punto arriba de López Obrador en intención de voto.
A Cordero, Eufrosina (una mujer extraordinaria, símbolo de la lucha por los derechos femeninos contra la discriminación en estructuras sociales particularmente machistas) y otros más, los anayistas los expulsaron del PAN por haber dicho que votarían por un candidato distinto a Anaya.
El propio Anaya, como candidato presidencial, llamó a votar, en Jalisco, por un candidato a gobernador que contendía contra el de su propio partido.
Y Ernesto Ruffo, promotor de las expulsiones, hizo campaña en Nuevo León para que El Bronco ganara la gubernatura, y no el abanderado de Acción Nacional.
A ellos no los tocaron. Y a los adversarios internos, expulsión.
En esa lucha por la dirigencia nacional del PAN hay que apuntar también a Rafael Moreno Valle, símbolo de la eficacia electoral. Ha ganado todo. Siempre, sin importar las condiciones adversas.
Los anayistas cuentan con la estructura interna del partido, y eso puede hacer ganar a Marko Cortés.
Sin embargo, les pueda pasar lo que al PRD: los dueños de la estructura impusieron la alianza con el PAN en la elección presidencial, pero se quedaron con un partido reducido a cenizas. ¿Qué quieren para el PAN en los difíciles tiempos que vienen?
¿Un contrapeso ideológico y competitivo frente al partido prácticamente único que será Morena? ¿O un esqueleto sin contenido?
Si la decisión es por esto último, agandállense otra vez.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.
Siempre ha habido disputa por el poder interno pues se trata de un partido democrático, sin dueño, hasta ahora.
Pero la guerra encarnizada por quedarse con todo en una búsqueda del poder por el poder, sin contenido ideológico ni programático (recuerdo los debates formidables entre Carlos Castillo Peraza y Jesús González Schmal a mediados de los años 80), es una novedad en Acción Nacional.
Decía ayer Gina Morett en estas páginas que las alianzas hicieron parecerse al PAN con el PRD. Exacto.
Acción Nacional tomó lo peor del PRD y renunció a lo mejor de su funcionamiento partidista: la democracia interna, con roces, encontronazos, pero sin rupturas (al menos desde los años setenta).
Se quedaron igual que el PRD. Divididos. Enconados. Se odian .
Ahora el grupo de Ricardo Anaya busca preservar todo el control del partido y su representación en el Congreso.
Para ello alistan como candidato a presidente del PAN a Marko Cortés, actual coordinador de los diputados. A Jorge Romero como coordinador de la bancada en San Lázaro, y a Damián Zepeda, que todavía despacha como presidente del partido, lo apuntan para ser líder de los senadores blanquiazules.
Todo el poder para los que perdieron.
Al PAN le fue peor que nunca en unas elecciones presidenciales desde el año 1982 (cuando obtuvo una votación histórica, tres millones de sufragios para Pablo Emilio Madero, que marcó el crecimiento del partido), con una alianza oportunista y rechazada por la población en las urnas.
Y después del desastre sus artífices quieren seguir reteniendo todo el poder en el partido.
Ese grupo desplazó candidaturas que habrían tenido altas posibilidades de éxito, y con toda seguridad no tendríamos en México la concentración de poder que habrá ahora en una sola persona, el presidente de la República.
Si el grupo de Anaya se agandalla otra vez con la dirigencia y coordinaciones del PAN en el Congreso, los panistas van a una ruptura formal y, muy posiblemente, hacia el nacimiento de un nuevo partido que exprese los valores perdidos por Acción Nacional.
En la liza van a estar, si hay condiciones, Roberto Gil, quien representa al panismo histórico, preparado, cercano a personajes que le dieron grandes satisfacciones a Acción Nacional: Felipe Calderón, Ernesto Cordero, Eufrosina Cruz, y la que no dejaron llegar a la candidatura presidencial, Margarita Zavala.
No la dejaron llegar no obstante que, según las encuestas, estaba un punto arriba de López Obrador en intención de voto.
A Cordero, Eufrosina (una mujer extraordinaria, símbolo de la lucha por los derechos femeninos contra la discriminación en estructuras sociales particularmente machistas) y otros más, los anayistas los expulsaron del PAN por haber dicho que votarían por un candidato distinto a Anaya.
El propio Anaya, como candidato presidencial, llamó a votar, en Jalisco, por un candidato a gobernador que contendía contra el de su propio partido.
Y Ernesto Ruffo, promotor de las expulsiones, hizo campaña en Nuevo León para que El Bronco ganara la gubernatura, y no el abanderado de Acción Nacional.
A ellos no los tocaron. Y a los adversarios internos, expulsión.
En esa lucha por la dirigencia nacional del PAN hay que apuntar también a Rafael Moreno Valle, símbolo de la eficacia electoral. Ha ganado todo. Siempre, sin importar las condiciones adversas.
Los anayistas cuentan con la estructura interna del partido, y eso puede hacer ganar a Marko Cortés.
Sin embargo, les pueda pasar lo que al PRD: los dueños de la estructura impusieron la alianza con el PAN en la elección presidencial, pero se quedaron con un partido reducido a cenizas. ¿Qué quieren para el PAN en los difíciles tiempos que vienen?
¿Un contrapeso ideológico y competitivo frente al partido prácticamente único que será Morena? ¿O un esqueleto sin contenido?
Si la decisión es por esto último, agandállense otra vez.
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero.
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