Se acuerda de la frase del candidato presidencial de MORENA “Ese avión no lo tiene ni Obama”. Seguramente después de la jornada electoral también ha escuchado recurrentemente que los resultados de la elección dejan al virtual Presidente Electo y a su partido en unas condiciones políticas excepcionales, quizás no imaginadas, porque institucionalmente no nos preparamos para ello (qué raro, otra vez nos quedamos chiquitos). Esas condiciones excepcionales, no las tuvo ni el mismo Plutarco Elías Calles, jefe máximo de la Revolución.
Veamos algunas diferencias y similitudes entre ambos personajes; empecemos por el partido político. No obstante que ambos construyeron sus propios vehículos de participación política, el Partido Nacional Revolucionario (PNR), de Calles se hizo con la suma de diversos partidos estatales y regionales que tenían voz y fuerza al interior del gran partido dónde el caudillo supremo arbitraba, negociaba y/o fungía como el fiel de la balanza.
El caso de López Obrador es diferente, el presidente electo construyó un partido del que es jefe y dueño único, absoluto, un partido donde sólo su palabra cuenta, lo demás son ecos. En MORENA no hay nada que arbitrar, sus militantes (por fe o por interés) son acríticos, y de ser necesario, hacen malabares para dar marco y soporte a su voluntad; sus fieles aplauden sus decisiones y sólo cumplen instrucciones.
La segunda diferencia importante está en el Congreso, desde la fundación del PNR hasta 1933, el jefe máximo no controlaba la voluntad de buena parte del Congreso, no obstante que el PNR era ya partido de Estado, había disenso y oposición férrea en algunos temas, el partido era un conglomerado de intereses diversos que afloraban y se confrontaban en los debates de las cámaras.
En el congreso que gobierne con AMLO, difícilmente habrá disenso con un sistema de partidos en agonía, los sobrevivientes, terminarán por mimetizarse o funcionar como satélites que le den apariencia de pluralidad a un régimen en ciernes; a través de su partido, el presidente electo tiene una mayoría aplastante en ambas cámaras. MORENA no tiene mayoría calificada en las cámaras, pero eso no será problema, en esta ocasión, de la flaca oposición no faltarán los que gustosos, al primer guiño, se subirán gustosos al nuevo carro de la revolución.
Para que Calles pudiera tener lo que hoy tiene López Obrador en el Congreso, en 1933 promovió una reforma política a la Constitución para cercenar a cada uno de los ciudadanos el brazo con el que mantenía el poder y control sobre cada uno de sus legisladores. La amputación de un brazo a todos y cada uno de los ciudadanos, se logró con la reforma constitucional que prohibió la reelección legislativa inmediata.
No fue un asunto menor, con ello, Calles arrancó el poder que tenían los electores para premiar o castigar a sus diputados, según su desempeño en el cargo. Ese poder que se expropio al ciudadano, formalmente lo concentró el PNR y de facto pasó a las manos del jefe máximo. Poco le duró el gusto, con la llegada de Cárdenas y su posterior exilio, ese poder pasó a las manos del presidente en turno. Incluso años después, el mismo Lázaro Cárdenas, atropellando ese federalismo que tanto se defiende, removió a su antojo un buen número de gobernadores que no le eran afines.
Lo que tiene López Obrador en sus manos, todos y cada uno de los brazos políticos que Calles amputó a los ciudadanos y además tiene ese otro instrumento que el cardenismo uso contra los gobernadores que pertenecían a otros establos, como lo ha manifestado en anuncios recientes en los que indica claramente que matará de anemia a los gobiernos locales.
Legisladores dejaron de ser los más poderosos del sistema; con las herramientas que tiene el presidente electo en su poder, más bien podríamos volver a los años dorados de la Tercera República Mexicana. Si queremos transitar a la construcción de la Cuarta República, hay que repensar en un sistema de partidos que los salve de la agonía y un sistema electoral en el que ya no puedan ordeñar a la vaca; hay que devolver al ciudadano el brazo amputado y de plano rediseñar el federalismo mexicano, que sólo sirve para ordeñar.
Pareciera que entre el 2018 y 1928 sólo hay 90 años de diferencia, pero si no hay indicios serios de construir la nueva república partiendo de estos principios y tal vez otros que en estos momentos escapan a mi imaginación, podría discurrir de nueva cuenta en el imaginario político, la posibilidad histórica del obregonato, sino cuaja, el Maximato presidencial del Peje Máximo. Para uno u otro juego, sociedad, voluntarios e ideólogos sobran y puede que peguen los dos.
Veamos algunas diferencias y similitudes entre ambos personajes; empecemos por el partido político. No obstante que ambos construyeron sus propios vehículos de participación política, el Partido Nacional Revolucionario (PNR), de Calles se hizo con la suma de diversos partidos estatales y regionales que tenían voz y fuerza al interior del gran partido dónde el caudillo supremo arbitraba, negociaba y/o fungía como el fiel de la balanza.
El caso de López Obrador es diferente, el presidente electo construyó un partido del que es jefe y dueño único, absoluto, un partido donde sólo su palabra cuenta, lo demás son ecos. En MORENA no hay nada que arbitrar, sus militantes (por fe o por interés) son acríticos, y de ser necesario, hacen malabares para dar marco y soporte a su voluntad; sus fieles aplauden sus decisiones y sólo cumplen instrucciones.
La segunda diferencia importante está en el Congreso, desde la fundación del PNR hasta 1933, el jefe máximo no controlaba la voluntad de buena parte del Congreso, no obstante que el PNR era ya partido de Estado, había disenso y oposición férrea en algunos temas, el partido era un conglomerado de intereses diversos que afloraban y se confrontaban en los debates de las cámaras.
En el congreso que gobierne con AMLO, difícilmente habrá disenso con un sistema de partidos en agonía, los sobrevivientes, terminarán por mimetizarse o funcionar como satélites que le den apariencia de pluralidad a un régimen en ciernes; a través de su partido, el presidente electo tiene una mayoría aplastante en ambas cámaras. MORENA no tiene mayoría calificada en las cámaras, pero eso no será problema, en esta ocasión, de la flaca oposición no faltarán los que gustosos, al primer guiño, se subirán gustosos al nuevo carro de la revolución.
Para que Calles pudiera tener lo que hoy tiene López Obrador en el Congreso, en 1933 promovió una reforma política a la Constitución para cercenar a cada uno de los ciudadanos el brazo con el que mantenía el poder y control sobre cada uno de sus legisladores. La amputación de un brazo a todos y cada uno de los ciudadanos, se logró con la reforma constitucional que prohibió la reelección legislativa inmediata.
No fue un asunto menor, con ello, Calles arrancó el poder que tenían los electores para premiar o castigar a sus diputados, según su desempeño en el cargo. Ese poder que se expropio al ciudadano, formalmente lo concentró el PNR y de facto pasó a las manos del jefe máximo. Poco le duró el gusto, con la llegada de Cárdenas y su posterior exilio, ese poder pasó a las manos del presidente en turno. Incluso años después, el mismo Lázaro Cárdenas, atropellando ese federalismo que tanto se defiende, removió a su antojo un buen número de gobernadores que no le eran afines.
Lo que tiene López Obrador en sus manos, todos y cada uno de los brazos políticos que Calles amputó a los ciudadanos y además tiene ese otro instrumento que el cardenismo uso contra los gobernadores que pertenecían a otros establos, como lo ha manifestado en anuncios recientes en los que indica claramente que matará de anemia a los gobiernos locales.
Legisladores dejaron de ser los más poderosos del sistema; con las herramientas que tiene el presidente electo en su poder, más bien podríamos volver a los años dorados de la Tercera República Mexicana. Si queremos transitar a la construcción de la Cuarta República, hay que repensar en un sistema de partidos que los salve de la agonía y un sistema electoral en el que ya no puedan ordeñar a la vaca; hay que devolver al ciudadano el brazo amputado y de plano rediseñar el federalismo mexicano, que sólo sirve para ordeñar.
Pareciera que entre el 2018 y 1928 sólo hay 90 años de diferencia, pero si no hay indicios serios de construir la nueva república partiendo de estos principios y tal vez otros que en estos momentos escapan a mi imaginación, podría discurrir de nueva cuenta en el imaginario político, la posibilidad histórica del obregonato, sino cuaja, el Maximato presidencial del Peje Máximo. Para uno u otro juego, sociedad, voluntarios e ideólogos sobran y puede que peguen los dos.
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