En la entrega pasada hicimos un recuento sobre lo que fue el Gran Elector en México, antes de que las elecciones fueran competitivas; y también señalamos que las ciencias sociales han resultado limitadas para dar respuestas a nuestra compleja problemática como sociedad. Por ello, es preciso buscar respuestas en el ámbito de la metafísica, más concretamente, en uno de los libros más antiguos y más leídos por la humanidad: la Biblia (RV 1960).
Una posible respuesta a los males que nos aquejan como nación lo podemos encontrar en la cita de Jeremías 17:5 (ensayo anterior), en la que Dios maldice al hombre que confía en otros hombres y no confían en Él; en buena medida, me parece que a lo largo de nuestra historia hemos depositado nuestra confianza en diferentes líderes, a la vez que nos olvidamos de Dios y nos alejamos de Él.
Otra parte de nuestro alejamiento de Dios se puede apreciar claramente en el incumplimiento del primer mandamiento que indica la Biblia (Éxodo 20: 3-6): “No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos”.
De lo anterior, podemos discernir sobre el porqué estamos alejados de Dios en dos ejes: el confiar o creer en el hombre en lugar de hacerlo en Dios, y por inclinarnos a diferentes imágenes hechas por el hombre. De acuerdo con esta lógica de ideas resultaría entendible nuestra historia política, así como también el fracaso histórico de nuestros gobiernos.
Ahora bien, en nuestro confiar permanente en los hombres y también producto de la transición a la democracia, hemos llegado a pensar que el Gran Elector (presidente en turno) desapareció, y perdimos de vista que hay otro Gran Elector, más poderoso que el anterior. Veamos que dice Daniel 2:21, quién en referencia a Dios Padre afirma: “Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos”.
En otras palabras, el único ser con potestad y soberanía para nombrar reyes es Dios Padre ¿Dudas? Analicemos la referencia a los reyes; seguramente usted pensará que esto no tiene nada que ver con nuestro proceso electoral, porque el puesto más importante que vamos a votar, es el de presidente, más no el de un rey; pues bien, diseccionemos el significado de la palabra rey.
Un rey gobierna un territorio delimitado por fronteras geográficas y/o políticas; hacia dentro del territorio, la población le reconoce como jefe de gobierno y hacia el exterior, los demás reinos le reconocen como un jefe de Estado; en términos muy generales, este rol político lo jugaban los reyes hasta antes de la aparición de los regímenes parlamentarios, que le arrancaron a los monarcas las funciones de gobierno, mismas que pasaron a ser función de un primer ministro o jefe de gobierno.
En el caso de los regímenes presidenciales, votamos por un presidente con facultades de gobierno y de jefe de Estado; un gobernante que, al igual que un rey es Jefe de Estado y de Gobierno. Más claro, y sin perder de vista la temporalidad de cada uno, un rey y un presidente tienen las mismas funciones sustantivas. El libro de Daniel fue escrito hace casi tres milenios; si hubiera sido escrito en este siglo, tal vez diría: Él pone presidentes y quita presidentes.
La lección del libro de Daniel, es que hay un Gran Elector supremo que decide a quién poner como rey, y en este sentido, la jornada electoral, será un mero juego de niños de un conjunto de ciudadanos que ignoran quién pone presidentes y quita presidentes. Dicho lo anterior, mientras sigamos alejados de Dios, los gobiernos mexicanos seguirán fracasando, en la próxima jornada electoral no importa si gana Anaya, Meade o el Peje, el país seguirá en picada, la única diferencia entre uno y otro, tal vez sea la velocidad de la caída. Hasta la próxima, nos leemos después de la elección.
Una posible respuesta a los males que nos aquejan como nación lo podemos encontrar en la cita de Jeremías 17:5 (ensayo anterior), en la que Dios maldice al hombre que confía en otros hombres y no confían en Él; en buena medida, me parece que a lo largo de nuestra historia hemos depositado nuestra confianza en diferentes líderes, a la vez que nos olvidamos de Dios y nos alejamos de Él.
Otra parte de nuestro alejamiento de Dios se puede apreciar claramente en el incumplimiento del primer mandamiento que indica la Biblia (Éxodo 20: 3-6): “No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos”.
De lo anterior, podemos discernir sobre el porqué estamos alejados de Dios en dos ejes: el confiar o creer en el hombre en lugar de hacerlo en Dios, y por inclinarnos a diferentes imágenes hechas por el hombre. De acuerdo con esta lógica de ideas resultaría entendible nuestra historia política, así como también el fracaso histórico de nuestros gobiernos.
Ahora bien, en nuestro confiar permanente en los hombres y también producto de la transición a la democracia, hemos llegado a pensar que el Gran Elector (presidente en turno) desapareció, y perdimos de vista que hay otro Gran Elector, más poderoso que el anterior. Veamos que dice Daniel 2:21, quién en referencia a Dios Padre afirma: “Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos”.
En otras palabras, el único ser con potestad y soberanía para nombrar reyes es Dios Padre ¿Dudas? Analicemos la referencia a los reyes; seguramente usted pensará que esto no tiene nada que ver con nuestro proceso electoral, porque el puesto más importante que vamos a votar, es el de presidente, más no el de un rey; pues bien, diseccionemos el significado de la palabra rey.
Un rey gobierna un territorio delimitado por fronteras geográficas y/o políticas; hacia dentro del territorio, la población le reconoce como jefe de gobierno y hacia el exterior, los demás reinos le reconocen como un jefe de Estado; en términos muy generales, este rol político lo jugaban los reyes hasta antes de la aparición de los regímenes parlamentarios, que le arrancaron a los monarcas las funciones de gobierno, mismas que pasaron a ser función de un primer ministro o jefe de gobierno.
En el caso de los regímenes presidenciales, votamos por un presidente con facultades de gobierno y de jefe de Estado; un gobernante que, al igual que un rey es Jefe de Estado y de Gobierno. Más claro, y sin perder de vista la temporalidad de cada uno, un rey y un presidente tienen las mismas funciones sustantivas. El libro de Daniel fue escrito hace casi tres milenios; si hubiera sido escrito en este siglo, tal vez diría: Él pone presidentes y quita presidentes.
La lección del libro de Daniel, es que hay un Gran Elector supremo que decide a quién poner como rey, y en este sentido, la jornada electoral, será un mero juego de niños de un conjunto de ciudadanos que ignoran quién pone presidentes y quita presidentes. Dicho lo anterior, mientras sigamos alejados de Dios, los gobiernos mexicanos seguirán fracasando, en la próxima jornada electoral no importa si gana Anaya, Meade o el Peje, el país seguirá en picada, la única diferencia entre uno y otro, tal vez sea la velocidad de la caída. Hasta la próxima, nos leemos después de la elección.
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