Final agónico para una pulseta sin fin

Final agónico para una pulseta sin fin
Ayer, con la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski Godard a la presidencia constitucional del Perú se cerraron varios capítulos: el primero fue que acabó la larga agonía política que fue su gestión presidencial, entrampado entre una débil base congresal (15 de 130) frente a fuerzas políticas centrífugas: la izquierda del Frente Amplio y Nuevo Perú y la derecha populista de Fuerza Popular. El segundo, que con la entrega al Congreso de su carta de renuncia, PPK terminó el ciclo que se inició con otra renuncia, no aceptada por el entonces Congreso: la enviada por fax de Alberto Fujimori Fujimori el 19 de noviembre del año 2000, además de salir de escena otro presidente latinoamericano engrapado —falta aún comprobar si sólo presuntamente o en realidad— por la corrupción.

Pero el capítulo que se abre es el más importante: regresando de lo que pudo ser un “autoexilio dorado” como embajador para escapar de acusaciones —denunciadas pero no judicializadas— de corrupción, con la transición constitucional asciende un presidente —Martín Vizcarra Cornejo— con un desempeño bastante gris y secundario en la actual gestión mientras la oposición dura de Fuerza Popular —el fujimorismo ahora más allá de El Chino— cobra doble venganza: contra el presidente saliente por haberle “arrebatado” la presidencia a su lideresa y, a la vez, contra la disidencia de su propio partido en una “vendetta fraterna” que, a la corta, socavará el partido y a la media enterrará las últimas posibilidades de la hija mayor de Fujimori El Viejo—que aún no se ha pronunciado.

Hasta ahora, a pesar de los embates, la economía del Perú ha seguido sólida: quinta en la región, creciendo 2,7% (2017) y ahora previsto 3,5-4,0% y recuperando los altos niveles de IED. Todo indica que, lejos ambas manos opositoras de la economía, con crisis política o sin ella Perú seguirá creciendo.


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