Entonces, ¿nos resignamos ya o qué?

Entonces, ¿nos resignamos ya o qué?
Por: Román Revueltas. Según las encuestas de turno, entre 37 y 41 por cien de los electores registrados votarán por Obrador. Los demás, no. El hombre y sus seguidores van ya de victoriosos y alardean de su triunfo “histórico”. Pero, miren ustedes, las cifras son lo que son: el Peje no tiene la mayoría absoluta de los votos ni mucho menos. El padrón es de unos 85 millones de votantes. Si hacemos las cuentas de los dos anteriores porcentajes, resulta que entre 51 y 54 millones de mexicanos no lo queremos como presidente al candidato de Morena. Así de simple y de sencillo.

Naturalmente, nuestro sistema electoral le otorga el premio mayor inclusive a quien gane con un tercio de los votos totales, así fuere que le sacara una misérrima ventajita de dos puntos porcentuales a su más inmediato perseguidor y así fuere, también, que la suma de los sufragios de sus oponentes lo superara abrumadoramente en número. Tal es la deletérea consecuencia de la cortedad de miras de los politicastros que nos gobiernan, señoras y señores: nunca quisieron emprender una verdadera reforma política y, a las voces que proponían una segunda vuelta electoral, respondieron con evasivas y pretextos. Uno diría que con su pan se lo coman. Pues, no: el precio lo vamos a pagar todos.

Ahora bien ¿por qué no querer que nos gobierne el antedicho Obrador? Pues, meramente por lo que propone, por lo que anuncia y por lo que plantea. En lo personal, y en mi condición de ciudadano, me parece absolutamente aberrante que trame detener la construcción del nuevo aeropuerto de México, una postura que revela su amenazante impulso destructivo y su incomprensible irracionalidad (como viajero, encima, me parecería absolutamente fastidioso arribar de un vuelo intercontinental —digamos, de 12 horas— y tener todavía que desplazarme a Tizayuca para tomar el avión a Aguascalientes, donde vivo yo).

Mucho más inquietante, sin embargo, es su propósito de abatir las reformas estructurales que propulsan la modernidad de la nación: ¿en verdad hay que restaurar los oscuros privilegios de los sindicalistas de la CNTE? ¿Hay que validar a Napito como un personaje que pueda defender los intereses del gremio minero? ¿Tiene algún sentido que Pemex, inmovilizada por una deuda colosal, no pueda emprender inversiones para explotar las aguas profundas?

¿Nos resignamos, oigan?

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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