1. Atacar personalmente a la prensa crítica
¿Quiénes somos, nosotros, los que cuestionamos a un candidato presidencial cuyas declaraciones y posturas nos parecen verdaderamente inquietantes? Pues, por lo pronto, no tenemos ideas propias. Tampoco opiniones fundadas en una apreciación directa de hechos y datos. Ni mucho menos una auténtica preocupación, a partir de nuestra simple condición de ciudadanos, por el futuro de una nación que, a pesar de todos los pesares, ha progresado en los últimos tiempos y cuyas conquistas democráticas son innegables. No, nada de esto: estamos al servicio de los “ricos y los poderosos”. Nos pagan, somos mercenarios. Se desestima así cualquier argumento que podamos oponerle al caudillo. No valen nuestros razonamientos de “chayoteros”.
2. Negarle cualquier virtud y cualquier logro al actual sistema
¿Hay algo que Enrique Peña haya podido hacer bien? ¿Un rengloncito o un pequeño apartado en el que sus acciones merezcan una mínima calificación positiva? No, nada. No ha habido un crecimiento económico constante, no hay libre expresión (no tienen los caricaturistas la facultad de ridiculizarlo abiertamente en publicaciones; son encarcelados, miren ustedes, como en Cuba), no consiente la existencia de una oposición que lo impugna todos los días, no se han generado tres millones de empleos ni se ha reducido la informalidad laboral, no han bajado sustancialmente las tarifas de telefonía celular gracias a la reforma de las telecomunicaciones… No. Todo está mal. Muy mal.
3. Apropiarse abusivamente de las grandes figuras de la historia
Juárez, Francisco Madero… José Martí, en Cuba; Simón Bolívar, en Venezuela. Están muertos todos y ya no pueden hablar. No importa, oigan: la grandeza de aquellos la toman prestada éstos sin mayores problemas: los hermanos Castro se sirvieron impunemente de la figura de Martí para validar su dictadura; Maduro, por su parte, pregona algo así como que es el embajador plenipotenciario del Libertador de las Américas. Aquí, a la manera de la “República bolivariana” chavista, podríamos tener una “República juarista” lopezobradorista. Va a ser muy fastidioso, qué caray: Juárez se va a aparecer hasta en la sopa pero, desde luego, revestido siempre del sello de un Obrador que, además, ya ha avisado de que no hay, en el mundo, un movimiento como el que ahora está encabezando. Ni qué decirlo: el hombre está ya acercándose de cualquier manera a las alturas de un auténtico prócer.
4. Invocar en permanencia la primigenia nobleza de esa entelequia llamada “pueblo”
Ah, pero el líder habla en nombre del “pueblo”: él, portavoz privilegiado, es quien expresa sus demandas más auténticas, quien trasmite su consustancial sabiduría y quien representa directamente los intereses que le han sido negados ancestralmente. Es la hora de los oprimidos de siempre, de los olvidados. ¿Quién podría, luego entonces, oponerse a los designios del dirigente sin estar traicionando a México?
5. Recurrir a insultos e invectivas
Los populistas son gente bronca por definición: ahí donde la mesura determina los modos del demócrata verdadero, el candidato a caudillo busca que los electores más zafios y extremistas se identifiquen con su estilo vulgar. De pronto, ya no hay que guardar las formas: el mismísimo competidor en unas elecciones exhibe el lenguaje de las charlas de cantina. Votemos por él.
6. Mentir, mentir, mentir descaradamente
El Estado perpetró la atrocidad de Ayotzinapa; el Ejército reprime al pueblo; las pasadas elecciones presidenciales fueron fraudulentas; el nuevo aeropuerto de la capital mexicana no es una obra absolutamente necesaria sino un simple negocio de empresarios corruptos; etcétera, etcétera…
7. Prometer lo imposible y no explicar cómo se va a alcanzar
La crónica precariedad presupuestal del Estado mexicano se va a arreglar de un plumazo, señoras y señores. O sea, que el dinero va a alcanzar para todo: paga mensual a los jóvenes desempleados, pensiones, fin de la pobreza, universidad gratuita para quien quiera, servicios médicos de primerísimo nivel… ¿Cómo es que no se nos había ocurrido antes?
8. Despertar los más oscuros sentimientos de los ciudadanos
No hay que acudir a las elecciones tranquilamente. Hay que llegar cargados de resentimiento. Hay que ir a buscar revancha. Necesitamos de más odio, de más desconfianza y de mucha más incredulidad.
9. Dividir, enfrentar
El autócrata necesita agitar siempre el espantajo del “enemigo” para movilizar a la población. Denuncia así descomunales abusos perpetrados por sus contrarios. Ahí tuvimos lo del “fraude”, para mayores señas. ¿Qué mayor rabia puede sentir el votante que de creerse despojado de su sufragio? No estamos hablando aquí siquiera de que López hubiere podido ser un buen perdedor: su estrategia general no es aparecer como un demócrata que acepta las reglas del juego. No, él va de incendiario y de agitador. Y así, sus seguidores braman, desde ya, “¡no al fraude!”. Naturalmente, se han llenado de rabia al pretextar su líder que le “robaron” las pasadas elecciones. Si gana ahora, el sistema democrático será confiable. Si pierde, no controlará ya al “tigre” que él mismo ha amaestrado. Ah…
10. Fomentar el culto a la personalidad
El caudillo no puede dedicarse a administrar la cosa pública como el primer ministro de una democracia parlamentaria cualquiera, en un sencillo anonimato. Debe ser forzosamente un héroe, un salvador, un semidiós, un mesías…
La receta parece que le ha funcionado. ¿Hasta cuándo?
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
¿Quiénes somos, nosotros, los que cuestionamos a un candidato presidencial cuyas declaraciones y posturas nos parecen verdaderamente inquietantes? Pues, por lo pronto, no tenemos ideas propias. Tampoco opiniones fundadas en una apreciación directa de hechos y datos. Ni mucho menos una auténtica preocupación, a partir de nuestra simple condición de ciudadanos, por el futuro de una nación que, a pesar de todos los pesares, ha progresado en los últimos tiempos y cuyas conquistas democráticas son innegables. No, nada de esto: estamos al servicio de los “ricos y los poderosos”. Nos pagan, somos mercenarios. Se desestima así cualquier argumento que podamos oponerle al caudillo. No valen nuestros razonamientos de “chayoteros”.
2. Negarle cualquier virtud y cualquier logro al actual sistema
¿Hay algo que Enrique Peña haya podido hacer bien? ¿Un rengloncito o un pequeño apartado en el que sus acciones merezcan una mínima calificación positiva? No, nada. No ha habido un crecimiento económico constante, no hay libre expresión (no tienen los caricaturistas la facultad de ridiculizarlo abiertamente en publicaciones; son encarcelados, miren ustedes, como en Cuba), no consiente la existencia de una oposición que lo impugna todos los días, no se han generado tres millones de empleos ni se ha reducido la informalidad laboral, no han bajado sustancialmente las tarifas de telefonía celular gracias a la reforma de las telecomunicaciones… No. Todo está mal. Muy mal.
3. Apropiarse abusivamente de las grandes figuras de la historia
Juárez, Francisco Madero… José Martí, en Cuba; Simón Bolívar, en Venezuela. Están muertos todos y ya no pueden hablar. No importa, oigan: la grandeza de aquellos la toman prestada éstos sin mayores problemas: los hermanos Castro se sirvieron impunemente de la figura de Martí para validar su dictadura; Maduro, por su parte, pregona algo así como que es el embajador plenipotenciario del Libertador de las Américas. Aquí, a la manera de la “República bolivariana” chavista, podríamos tener una “República juarista” lopezobradorista. Va a ser muy fastidioso, qué caray: Juárez se va a aparecer hasta en la sopa pero, desde luego, revestido siempre del sello de un Obrador que, además, ya ha avisado de que no hay, en el mundo, un movimiento como el que ahora está encabezando. Ni qué decirlo: el hombre está ya acercándose de cualquier manera a las alturas de un auténtico prócer.
4. Invocar en permanencia la primigenia nobleza de esa entelequia llamada “pueblo”
Ah, pero el líder habla en nombre del “pueblo”: él, portavoz privilegiado, es quien expresa sus demandas más auténticas, quien trasmite su consustancial sabiduría y quien representa directamente los intereses que le han sido negados ancestralmente. Es la hora de los oprimidos de siempre, de los olvidados. ¿Quién podría, luego entonces, oponerse a los designios del dirigente sin estar traicionando a México?
5. Recurrir a insultos e invectivas
Los populistas son gente bronca por definición: ahí donde la mesura determina los modos del demócrata verdadero, el candidato a caudillo busca que los electores más zafios y extremistas se identifiquen con su estilo vulgar. De pronto, ya no hay que guardar las formas: el mismísimo competidor en unas elecciones exhibe el lenguaje de las charlas de cantina. Votemos por él.
6. Mentir, mentir, mentir descaradamente
El Estado perpetró la atrocidad de Ayotzinapa; el Ejército reprime al pueblo; las pasadas elecciones presidenciales fueron fraudulentas; el nuevo aeropuerto de la capital mexicana no es una obra absolutamente necesaria sino un simple negocio de empresarios corruptos; etcétera, etcétera…
7. Prometer lo imposible y no explicar cómo se va a alcanzar
La crónica precariedad presupuestal del Estado mexicano se va a arreglar de un plumazo, señoras y señores. O sea, que el dinero va a alcanzar para todo: paga mensual a los jóvenes desempleados, pensiones, fin de la pobreza, universidad gratuita para quien quiera, servicios médicos de primerísimo nivel… ¿Cómo es que no se nos había ocurrido antes?
8. Despertar los más oscuros sentimientos de los ciudadanos
No hay que acudir a las elecciones tranquilamente. Hay que llegar cargados de resentimiento. Hay que ir a buscar revancha. Necesitamos de más odio, de más desconfianza y de mucha más incredulidad.
9. Dividir, enfrentar
El autócrata necesita agitar siempre el espantajo del “enemigo” para movilizar a la población. Denuncia así descomunales abusos perpetrados por sus contrarios. Ahí tuvimos lo del “fraude”, para mayores señas. ¿Qué mayor rabia puede sentir el votante que de creerse despojado de su sufragio? No estamos hablando aquí siquiera de que López hubiere podido ser un buen perdedor: su estrategia general no es aparecer como un demócrata que acepta las reglas del juego. No, él va de incendiario y de agitador. Y así, sus seguidores braman, desde ya, “¡no al fraude!”. Naturalmente, se han llenado de rabia al pretextar su líder que le “robaron” las pasadas elecciones. Si gana ahora, el sistema democrático será confiable. Si pierde, no controlará ya al “tigre” que él mismo ha amaestrado. Ah…
10. Fomentar el culto a la personalidad
El caudillo no puede dedicarse a administrar la cosa pública como el primer ministro de una democracia parlamentaria cualquiera, en un sencillo anonimato. Debe ser forzosamente un héroe, un salvador, un semidiós, un mesías…
La receta parece que le ha funcionado. ¿Hasta cuándo?
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
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