En memoria de Luis Donaldo Colosio.
Ni Séneca, Espinoza, Hobbes o Kant, en su momento, al teorizar acerca del Estado, sugirieron la necesidad de redactar una “Constitución Moral”. Por ello, sorprende, a propios y extraños, que el candidato Andrés Manuel López Obrador proponga en pleno siglo XXI la redacción de un documento cuasi espiritual en el que, literalmente, se establezca qué deben ser, hacer, pensar y decir cada uno de los ciudadanos.
Más allá de lo inverosímil que resulta la propuesta, hay que reconocer la capacidad que tiene el candidato para lograr que su ofrecimiento parezca una inocua ocurrencia. No es así. A todos nos debe preocupar el contenido y los alcances que conllevaría la Constitución “Moral” que propone. En primer lugar, hay que decirlo, la redacción de este folleto moral, a todas luces, sería violatoria de nuestra Constitución, que en su artículo 24 establece que “toda persona tiene derecho a la libertad de convicciones éticas, de conciencia y de religión”.
Así, la propuesta de López Obrador significaría, evidentemente, una afrenta a los derechos humanos. Y, como decía Nelson Mandela: privar a las personas de sus derechos es poner en tela de juicio su propia humanidad. Es alarmante que un aspirante a la Presidencia de la República de México declare, abiertamente, su voluntad de limitar, una vez en el poder, los derechos humanos de los individuos. En un solo evento, al ser ungido como candidato de un partido, el PES, López Obrador presentó una idea que va contra la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la Constitución Mexicana y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
El candidato de la coalición Juntos Haremos Historia se equivoca, pues les pide a los mexicanos concretar un acuerdo “moral” cuando, en realidad, lo que este país requiere, quizá, es un fortalecimiento de la ética.
En ocasiones, es común confundir la “moral” con la “ética”. Pero son, filosóficamente hablando, dos conceptos distintos. La moral es impuesta por la sociedad o los convencionalismos del poder y, por ende, ajena a los individuos. La moral se basa en un conjunto de normas, reglas, criterios y valores que deben ser respetados por todos los miembros de una comunidad sin discusión. La moral no pregunta. Más bien se impone y adopta de forma autoritaria.
Por su parte, la ética es reflexiva y crítica, pues, precisamente, nos permite discutir y reflexionar en torno a la moral. La ética, por tanto, es individual. Cuando decimos que alguien es “ético”, afirmamos que esa persona ha interiorizado una serie de valores y que actúa con base en ellos. Así, la ética es reflexiva y, por tanto, consecuente con la democracia, cuya premisa básica es la coexistencia de la diferencia, esto es, licencia a la tolerancia del otro, del que disiente o rechaza.
Pongamos un ejemplo práctico. Durante gran parte del siglo XX, era moralmente mal visto que las mujeres usaran pantalones de mezclilla. Esta prenda, se decía, era exclusiva de los hombres. Las mujeres que solo usaban faldas o vestidos eran consideradas “moralmente” valiosas. A la inversa, aquellas que se atrevían a usar jeans para ir al trabajo eran, constantemente, discriminadas, excluidas y criticadas. Se decía, injustamente, que las mujeres que usaban pantalones de mezclilla eran “poco femeninas”.
Con el paso de los años, alrededor del mundo, haciendo uso de la ética, tanto hombres como mujeres se dieron cuenta de que la regla “moral” que prohibía a las mujeres el uso de jeans era, sinceramente, un sinsentido ¿Por qué las mujeres no podían usar pantalones? ¿Por qué la comodidad que ofrecían los jeans solo debía ser aprovechada por los hombres?
Actualmente, el uso de los pantalones de mezclilla se ha generalizado en las mujeres. Resultaría ridículo que alguien se atreviera, en pleno 2018, a criticar “moralmente” a una mujer por traer unos pantalones vaqueros. Y ese es, precisamente, el mayor problema de la moral: se circunscribe a un grupo determinado y, con el paso de los años, pierde vigencia.
Además, los códigos morales suelen castigar, severamente, conductas que, en realidad, si se analizan desde una perspectiva ética, no son ilegítimas ni socialmente repudiables. Recordemos, por ejemplo, en el Antiguo Testamento se prohíbe comer carne de cerdo, tener sexo antes del matrimonio y hacerse tatuajes. Todas esas conductas que estaban prohibidas en su momento hoy son cotidianas. La moral evita, de forma autoritaria, que los individuos actúen o piensen libremente. Vista así, lejos de ser canal hacia ella, las más de las veces la moral obstaculiza la felicidad.
Cuando López Obrador habla de “Constitución Moral”, precisamente, está invitando a redactar un documento en el que, violando nuestras libertades, se nos diga qué está bien y qué está mal. Con el triunfo de las democracias, los derechos humanos cobraron relieve e impulso en la segunda mitad del siglo pasado, justamente con la intención de evitar que líderes políticos pudieran, otra vez, dictar, autoritariamente, códigos morales.
Es claro que López Obrador es un antiliberal, aunque diga que siente fascinación por Benito Juárez, a quien evidentemente no entiende. Su austeridad ejemplar no era un argumento para ganar votos o simpatía, sino una forma de ser. El liberalismo, y aún más el que practicaba Juárez, siempre se ha sustentado en la ética mientras que el autoritarismo lo hace en la moral. Ningún liberal, jamás, se habría atrevido a proponer un nuevo código moral. Eso solo lo hacen y es común en los conservadores.
México no requiere una Constitución Moral sino, más bien, funcionarios públicos con valores y principios éticos que tengan el conocimiento, la capacidad y la experiencia necesaria para acabar con los grandes problemas que nos aquejan. La ética en el servicio público es la clave para que México, por fin, se transforme, pues, como dice, Jacques Rancière: un ser sin ética vive en el “desacuerdo”.
http://twitter.com/liebano
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
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