Usted fue quien le abrió la puerta, presidente Peña

Usted fue quien le abrió la puerta, presidente Peña
Echemos un vistazo a las cifras de una encuesta reciente: de celebrarse en este momento las elecciones presidenciales, Obrador se llevaría el 33 por cien de los votos, Anaya alcanzaría 25 puntos porcentuales, Meade 14, Zavala 4 y Rodríguez 2. Ganaría el candidato de Morena, o sea.

Muy bien, pero sumemos entonces los números de los dos que le siguen: el resultado es de 39 unidades. Si a esto añades los 6 puntos que consiguen los últimos contendientes, resulta que 45 de cada 100 electores mexicanos no votarían por El Peje, así sea que otros 22 no dieron ninguna respuesta en el antedicho sondeo.

¿De qué estamos hablando? De que el ganador gobernaría sin contar con la aceptación de la mayoría de los votantes. Lo mismo les ocurriría a cualesquiera de los otros aspirantes, desde luego, aunque podemos suponer que, así de colosalmente asustados como estamos tantos ciudadanos de este país ante la perspectiva de que un populista impulsivo e intolerante se siente en la silla presidencial, a la hora de la hora ya no votaríamos por el candidato sin posibilidades sino que, en la práctica del llamado “voto útil”, le daríamos nuestro sufragio al que contara con más puntos. Y éste, aunque no concentrara la totalidad de las papeletas de quienes de ninguna manera van a votar por Obrador, terminaría por superarlo. O, por lo menos, eso es lo que esperamos millones de ciudadanos.

Ahora bien, ¿tiene alguna lógica que el futuro presidente de México llegue al poder con apenas un tercio de los votos? Ninguna, señoras y señores. No sólo resulta desaforadamente absurdo sino que significa un grosero atentado contra la voluntad de los votantes. Enrique Peña, en este sentido, exhibió una alarmante cortedad de miras al declarar, en octubre de 2016, que la “segunda vuelta construye mayorías de forma ficticia” (y que conste que esto lo apunta un escribidor al que le han llovido destemplados denuestos y toscos insultos por haber expresado, en algún momento, que el presidente de la República ha hecho simplemente lo que ha podido en “un país muy difícil de gobernar”).

A ver, señor presidente, ¿es “ficticia” esa mayoría de gente que, en estos mismísimos momentos, no votaría, por López Obrador? Somos, con el perdón de usted, millones y millones de mexicanos. Justamente, el 45 por cien de los posibles votantes. Ese número, 45, es más alto que el otro, 33. Y esto, lo de la aritmética, no es ficción: es, meramente, una forma de medir las cosas y de reflejar ciertas realidades. Lo repito: 45 es más que 33. O, dicho de otra manera, somos más personas. Nuestra voluntad, luego entonces, tendría que poder verse reflejada en las urnas, ¿o no?

Pero ¿qué pasa? Pues, que no. Ocurre que, el día de las elecciones, va a ganar un individuo que no representa más que a un tercio del electorado. Y, como no hay segunda vuelta, ya nos jodimos los demás. Así, de sencillo. Ya no vamos a poder hacer nada. Ya habrá sido elegido el mandamás, con apenas dos o tres o cuatro puntitos de ventaja sobre el segundo. Quienes no lo queramos tendremos que apechugar. Punto.

¿Esta es la idea que usted tiene de la democracia, señor presidente? ¿Para volver a escenificar parecido disparate republicano es que declaró usted, hace 17 meses, que no era el “momento más oportuno para pretender hacer un ajuste a las reglas que habrán de seguirse en la elección presidencial de 2018” y que era “inconveniente políticamente” impulsar nuevos cambios?

Pues, mire usted, ese cambio nos otorgaba la facultad de que se viera reflejada en las urnas nuestra condición de mayoría real y tangible a los votantes, justamente, mayoritarios. Insisto: real y tangiblemente, no ficticiamente, mayoritarios. En la primera vuelta, ganaba alguien, digamos, con el apoyo de 33 por cien del electorado. En la segunda, ganábamos nosotros, que somos 45 de cada 100, al votar por quien había obtenido antes el segundo lugar. Digo, justo así fue que no alcanzó la silla la siniestra Marine Le Pen en las pasadas presidenciales francesas. De otra manera, ahí la tendríamos ahora, compitiendo con Trump en zafiedad.

Pero, esa oportunidad nos fue negada. En el sexenio de los cambios y las reformas, hubiera usted podido promover una transformación tan sustancial. No sólo no lo hizo sino que se opuso directamente a que se instaurara un procedimiento electoral adoptado ya por muchas otras naciones porque consolida la esencia misma de la democracia, a saber, la representatividad.

Y lo peor, para todos nosotros, es que le ha abierto la puerta a un personaje que no sólo va a desmantelar todas y cada una de las acciones que usted implementó para modernizar a México —ya avisa de que va a echar para atrás las reformas educativa y energética— sino que, en su afán de reinventarlo todo y de marcar con su sello personalísimo cada posible resquicio de la realidad, terminará por llevarnos al abismo.

Y, bueno, de su candidato ya ni hablemos. Desafortunadamente, será el primerísimo en pagar también los platos rotos. Vaya responsabilidad histórica, la que se echó usted a cuestas.

revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.


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