Un paso atrás, por favor

Un paso atrás, por favor
La llegada de las redes sociales —y de los nuevos medios informativos— ha traído aparejada consigo una nueva manera de relacionamiento entre los políticos y los círculos que les rodean: la velocidad vertiginosa con que se desarrolla la conversación pública obliga a que quienes apoyan a un candidato, por lo que representa, terminen aceptando posiciones que retan su propia congruencia, defendiendo lo que a final de cuentas es indefendible.

Es así como se forman los núcleos duros. Lo hemos visto en Estados Unidos y lo estamos viendo en México: en este sentido, la similitud entre campañas y partidarios de Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador es escalofriante. No hace falta sino dar un paso atrás y tomar perspectiva: quienes hoy apoyan a Trump porque creen en la necesidad de incrementar la seguridad en la frontera, mejorar el sistema de salud, oponerse al aborto o, simplemente, to #makeamericagreatagain han dejado pasar conscientemente su racismo y misoginia expresos, la opacidad de sus recursos, la colusión con Rusia o su relación con los grupos más ultraconservadores. Las noticias son tan vertiginosas que no hay tiempo de sorprenderse, cuestionar, indignarse con un tema cuando ya ha surgido el siguiente: oponerse significaría renunciar a una causa, antes que clarificar ideas.

Lo mismo en nuestro país y, de nuevo, no hace falta sino dar un paso atrás para ganar perspectiva: quienes hoy apoyan a López Obrador porque creen en la necesidad de un cambio, quieren castigar al PRI o están hartos del sistema están dejando pasar, de manera consciente también, el odio que disfraza su república amorosa, la opacidad en sus recursos, la relación de su principal aliado con el régimen de Corea del Norte, la alianza con el partido más conservador o la inclusión de personajes como Chema Martínez, Elba Esther Gordillo, Germán Martínez o Napoleón Gómez Urrutia en un proyecto supuestamente de izquierdas. Las noticias aquí, también, son vertiginosas: quienes hoy trabajan —por ejemplo— para lograr la presidencia de López Obrador no sabían, hace un par de semanas, que también lo harían por los intereses de cualquiera de los Martínez o por los de quien lleva prófugo años en Vancouver. Todo corre a una velocidad tal que no hay tiempo de sorprenderse, cuestionar, indignarse con un tema cuando ya ha surgido el siguiente: quienes se enteraron por los medios de que ahora son aliados de la extrema derecha evangélica, y lo tuvieron que justificar, después tuvieron que hacer lo mismo con el resto de impresentables —y traidores— que en otros tiempos estuvieron dispuestos a perseguirlos.

Es así como se forman los núcleos duros, como las piedras de río por las que pasa tanta agua que terminan por deshacerse de las partes más blandas. Ése es el riesgo de la estridencia: los seguidores tanto de Trump como de López han dejado pasar tantas cosas de sus candidatos que ahora están dispuestos a dejar pasar cualquier cosa. A cualquier incongruencia. El nivel de debate ha cambiado, y Trump ahora habla de países de mierda sin mayores consecuencias mientras que López Obrador ha cambiado la supuesta tribuna de izquierdas por el púlpito, y renuncia al ejercicio del Estado de derecho cuando lo que la sociedad reclama es certidumbre, también sin consecuencia alguna.

Un paso atrás, por favor. No es posible defender lo indefendible: no es posible, tampoco, llamarse de izquierdas y defender los intereses del Partido Encuentro Social, de extrema derecha. No es posible llamarse progresista, y defender los intereses del Partido del Trabajo, simpatizante con Corea del Norte; no es posible llamarse intelectual, y estar dispuesto a cerrar los ojos: no es posible dejar el futuro de nuestro país a quien no ofrece soluciones sino expectativas. Congruencia, por favor. Un paso atrás.


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