Estamos peor

Estamos peor
Abundan los que se quejan porque el mundo está peor que en cualquier otro momento. Como hemos visto, esta queja es producto de la ignorancia y no de la realidad. Prácticamente cualquier indicador que usted revise le mostrará que las generaciones actuales son las más afortunadas en la historia de la humanidad: mortalidad infantil o materna, esperanza de vida, años o calidad de educación, ingresos, acceso a satisfactores de todo tipo, desde sanitarios hasta Internet, lo que usted quiera.

Incluso la desigualdad del ingreso y riqueza, que tanta alharaca producen, se han reducido en los últimos años. Al interior de algunos países, especialmente los anglosajones y China, la desigualdad ha crecido. En los demás, y entre ellos, la desigualdad se ha reducido. Y como eso ha ocurrido con un crecimiento global razonable, la pobreza también se ha reducido.

Con la caída del Muro de Berlín, el mundo occidental pudo ampliar su propuesta de desarrollo a otros países. La incorporación de Europa del Este, China e India implicó multiplicar el número de trabajadores disponibles. Por obligación, eso limitó el crecimiento de salarios, especialmente en niveles de habilidades similares a los que quienes se incorporaron. Que hoy las ventajas del crecimiento económico lleguen a casi todos los seres humanos (nos sigue faltando buena parte de África) no creo que deba ser motivo de enojo, pero sí se puede entender el impacto de esa ampliación en las oportunidades de millones de estadounidenses y europeos con bajos niveles de capacitación.

A menos que usted sea un religioso creyente al que la evidencia no le afecta, no podrá sino maravillarse por los avances logrados en este siglo. La pobreza global se ha reducido notoriamente, al grado de que menos del 10% vive hoy en pobreza extrema. Tampoco se podrá quejar de mayor desigualdad, si ve los datos globales: el 75% más pobre del mundo ha incrementado su ingreso en más del 60%, mientras que el resto lo ha hecho en alrededor del 20%. Si quiere quejarse, porque siempre puede uno encontrar cómo, el 0.01% del mundo sí ha incrementado su riqueza, aunque no tanto como los más pobres. Pero mídala en dólares, y ya podrá sufrir a gusto.

Como decíamos, a diferencia de lo que ahora se cree, en prácticamente cualquier indicador de bienestar hoy estamos mejor que en cualquier época pasada. Si gusta datos: ourworldindata.org tiene en abundancia. Libros, sobran, el más reciente es Enlightenment Now, de Steven Pinker, publicado hace un par de semanas. Al cierre del cuarto capítulo puede encontrar una amplia lista de libros en la misma dirección. Y si los datos duros de ingresos, educación, salud, vivienda no le son suficientes, considere entonces cuánto hemos mejorado en nuestro trato interpersonal: frente a las abundantes acusaciones de abuso y discriminación, ¿era mejor antes? ¿No es, incluso, la discusión abierta de estos temas un avance fundamental?

La causa del enojo no parece ser que estemos peor que nunca antes, e incluso menos bien que hace poco. Parece que no estamos como quisiéramos, y eso es imposible de resolver, porque cada quien quiere algo diferente. Y en ello, no debemos olvidarlo, la democracia liberal es determinante: puesto que cada uno quiere algo distinto, el mejor sistema político posible es ese que permite las expresiones diferentes, limitadas sólo en cuestiones determinantes para cada individuo, mejor conocidas como derechos humanos.

No es nada novedoso, ya lo expresaron, hace más de dos mil años, personajes como Buda, Platón o Epicuro: nuestro problema es un exceso de deseo, más que una falta de recursos. No es que estemos peor que antes, es que hoy tenemos tantas cosas disponibles, incluyendo tiempo libre, que podemos desear más que nunca antes, y decirlo. De México, hablamos mañana.

Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Publicado originalmente en El Financiero


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