Con la novedad de que Obrador va a acabar con la pobreza, oigan. ¿Cómo no se les ocurrió eso antes, a los otros gobernantes? ¿No podían? Digo, con lo sencillo que es: vendes el avión presidencial, recortas los sueldos de los funcionarios, acabas con la corrupción por decreto y, ya está, te sobra el dinero para repartirlo a manos llenas entre los desposeídos de este país. Vaya, ni siquiera tienes que subir los impuestos ni aplicar un IVA universal para agenciarte más recursos. Basta con instaurar una modélica austeridad republicana en el aparato de papá Gobierno. Sí señor.
Pero, entonces ¿será que los mentados otros mandamases sí podían pero que no querían? A lo mejor: es bastante probable que ni Fox ni Peña ni Calderón —el de los muertos— quisieran viajar en Aeroméxico cada vez que debieran emprender las giras por todo el país a las que los obliga su Estado Mayor. Y, bueno, hay algún ex mandatario por ahí —Zedillo, creo— que renunció a su cuantiosa pensión pero los demás siguen cobrando la paga sin mayores miramientos. ¿Cuántos son? ¿Cuatro o cinco? ¡No, bueno, estamos hablando de un quebranto monumental a las arcas de la nación!
Justamente, una cosa lleva a la otra: la necesidad de disponer de fondos para aplicarlos en políticas públicas y acciones de gobierno obliga a imaginar las estrategias para que te los puedas agenciar. Y, como vemos, el precandidato de Morena ya lo tiene muy claro todo: hay 50 millones de pobres en este país —o muchos más, según la muy personalísima visión de la realidad mexicana de cada quien— y los recursos para acabar con la miseria provendrán, en buena parte, de reducir los salarios de unos… 5 millones de servidores públicos que laboran en los tres Poderes del Estado, en el sector paraestatal y en los Gobiernos municipales. De todos esos, una minoría percibe sueldos altos. O, ¿se van a reducir también los salarios de los soldados, de los ingenieros de Pemex y de los gerentes de CFE? A mí no me quedan muy claras las cuentas, con perdón.
En cuanto a la flota aérea del Gobierno federal, carezco de los datos pero hay que saber que —en caso de que se decida que el Fiscal General de la República ya no vuelva a poner una pata en un helicóptero sino que viaje a Chilpancingo en su camioneta (obligadamente austera, digamos, una Chevrolet Trax blindada) y que tampoco vuelva a utilizar un Learjet para personarse en Tijuana (tendrá que apretujarse en la cabina de pasajeros de un Boeing de VivaAerobus)— los aparatos sólo se venderán una vez. No será una renta, o sea, sino un único remate de naves aéreas. Naturalmente, habrá ahorros al no tener ya que dar mantenimiento a los aviones. ¿Ya calcularon el monto, los economistas al servicio de Obrador?
Está probado que la corrupción le cuesta mucho al país: algunos estudios evalúan que se pierden en corruptelas 10 de cada 100 pesos de riqueza generada por la economía. Pero, los dinosaurios priistas que se han incrustado en el aparato de Morena y todos los politicastros que están chaqueteando ahora, ¿son modelos de honradez? Y, más allá de que se emprendiera una intensa cruzada gubernamental para transformar de raíz a los individuos corruptos —son cientos de miles de ellos, suponemos, puesto que las raterías y las estafas alcanzan tan morrocotudas proporciones—, ¿es tan evidente que ese 10 por cien del PIB que se pierde en corrupción sería directa y automáticamente transferido a los sectores más desfavorecidos cuando aconteciere el portentoso milagro de que nos transformáramos en una nación de usos insobornables y ejemplares transparencias?
Debemos saber de lo que estamos hablando, señoras y señores: simplemente, el dinero del Estado no alcanza para resolver los enormes problemas de este país. Pregunten ustedes a cualquier gobernador de una entidad federativa si no quisiera que le duplicaran o le cuadruplicaran el presupuesto para, entonces sí, equipar hospitales, construir autopistas, plantar árboles, pavimentar avenidas, mejorar el alumbrado público, elevar los salarios de sus policías, reforzar el aparato judicial o remozar las escuelas de todas sus localidades. Lo que ocurre, desafortunadamente, es que no hay recursos suficientes para satisfacer la inacabable lista de necesidades. ¿Por qué? Porque no se recaudan impuestos. Los candidatos en campaña prometen, cada uno de ellos, el mejor de los mundos: van a combatir la inseguridad, a acabar con la pobreza, a reducir la desigualdad, en fin. Lo que nunca explican es de dónde saldrá el dinero. Y lo que callan todavía mucho más es el tema, prohibido, de aplicar un IVA universal para, gravando el consumo, allegarse de los fondos que necesitan para que vivamos en el Edén que nos prometen. Mientras tanto, nosotros los votantes, bien engatusados que estamos por el canto de las sirenas: no podemos siquiera hacer sumas y restas para enterarnos de que las cifras no cuadran.
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
Pero, entonces ¿será que los mentados otros mandamases sí podían pero que no querían? A lo mejor: es bastante probable que ni Fox ni Peña ni Calderón —el de los muertos— quisieran viajar en Aeroméxico cada vez que debieran emprender las giras por todo el país a las que los obliga su Estado Mayor. Y, bueno, hay algún ex mandatario por ahí —Zedillo, creo— que renunció a su cuantiosa pensión pero los demás siguen cobrando la paga sin mayores miramientos. ¿Cuántos son? ¿Cuatro o cinco? ¡No, bueno, estamos hablando de un quebranto monumental a las arcas de la nación!
Justamente, una cosa lleva a la otra: la necesidad de disponer de fondos para aplicarlos en políticas públicas y acciones de gobierno obliga a imaginar las estrategias para que te los puedas agenciar. Y, como vemos, el precandidato de Morena ya lo tiene muy claro todo: hay 50 millones de pobres en este país —o muchos más, según la muy personalísima visión de la realidad mexicana de cada quien— y los recursos para acabar con la miseria provendrán, en buena parte, de reducir los salarios de unos… 5 millones de servidores públicos que laboran en los tres Poderes del Estado, en el sector paraestatal y en los Gobiernos municipales. De todos esos, una minoría percibe sueldos altos. O, ¿se van a reducir también los salarios de los soldados, de los ingenieros de Pemex y de los gerentes de CFE? A mí no me quedan muy claras las cuentas, con perdón.
En cuanto a la flota aérea del Gobierno federal, carezco de los datos pero hay que saber que —en caso de que se decida que el Fiscal General de la República ya no vuelva a poner una pata en un helicóptero sino que viaje a Chilpancingo en su camioneta (obligadamente austera, digamos, una Chevrolet Trax blindada) y que tampoco vuelva a utilizar un Learjet para personarse en Tijuana (tendrá que apretujarse en la cabina de pasajeros de un Boeing de VivaAerobus)— los aparatos sólo se venderán una vez. No será una renta, o sea, sino un único remate de naves aéreas. Naturalmente, habrá ahorros al no tener ya que dar mantenimiento a los aviones. ¿Ya calcularon el monto, los economistas al servicio de Obrador?
Está probado que la corrupción le cuesta mucho al país: algunos estudios evalúan que se pierden en corruptelas 10 de cada 100 pesos de riqueza generada por la economía. Pero, los dinosaurios priistas que se han incrustado en el aparato de Morena y todos los politicastros que están chaqueteando ahora, ¿son modelos de honradez? Y, más allá de que se emprendiera una intensa cruzada gubernamental para transformar de raíz a los individuos corruptos —son cientos de miles de ellos, suponemos, puesto que las raterías y las estafas alcanzan tan morrocotudas proporciones—, ¿es tan evidente que ese 10 por cien del PIB que se pierde en corrupción sería directa y automáticamente transferido a los sectores más desfavorecidos cuando aconteciere el portentoso milagro de que nos transformáramos en una nación de usos insobornables y ejemplares transparencias?
Debemos saber de lo que estamos hablando, señoras y señores: simplemente, el dinero del Estado no alcanza para resolver los enormes problemas de este país. Pregunten ustedes a cualquier gobernador de una entidad federativa si no quisiera que le duplicaran o le cuadruplicaran el presupuesto para, entonces sí, equipar hospitales, construir autopistas, plantar árboles, pavimentar avenidas, mejorar el alumbrado público, elevar los salarios de sus policías, reforzar el aparato judicial o remozar las escuelas de todas sus localidades. Lo que ocurre, desafortunadamente, es que no hay recursos suficientes para satisfacer la inacabable lista de necesidades. ¿Por qué? Porque no se recaudan impuestos. Los candidatos en campaña prometen, cada uno de ellos, el mejor de los mundos: van a combatir la inseguridad, a acabar con la pobreza, a reducir la desigualdad, en fin. Lo que nunca explican es de dónde saldrá el dinero. Y lo que callan todavía mucho más es el tema, prohibido, de aplicar un IVA universal para, gravando el consumo, allegarse de los fondos que necesitan para que vivamos en el Edén que nos prometen. Mientras tanto, nosotros los votantes, bien engatusados que estamos por el canto de las sirenas: no podemos siquiera hacer sumas y restas para enterarnos de que las cifras no cuadran.
revueltas@mac.com
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