Muchos observadores de la realidad real impugnan las alianzas entre contrarios porque les parece que meterse a la cama con un militante del otro bando político es una suerte de gran traición a los propios principios. En lo personal, a mí me gusta cuando la gente se entiende, cuando pacta, cuando cede, cuando sacrifica provechos propios por intereses mayores y cuando es capaz de llegar a acuerdos. Las coaliciones para gobernar no son otra cosa que eso, una gran negociación entre grupos que, hasta ayer, exhibían diferencias que parecían irremediables y que, llevados por un muy saludable pragmatismo, celebran hoy acuerdos muy puntuales y precisos.
¿Y la ideología, preguntarán ustedes? Pues, el mundo está totalmente rendido a los dogmas del liberalismo económico, para empezar, y casi todos los líderes de las naciones gobiernan prácticamente igual: algunos no terminan de ajustar el déficit de sus finanzas públicas, otros promueven tibiamente el Estado social, otros más se resisten a gastar en armamento mientras que sus vecinos se pertrechan hasta los dientes, en fin, es difícil —salvo cuando el Estado avasallador pretende inmiscuirse en el tema de los usos y costumbres porque los ultra conservadores han llegado al poder— advertir demasiadas diferencias.
Luego entonces, hablando ya de asuntos domésticos, no me parece que el maridaje entre la derecha mexicana y sus contrarios de la izquierda menos cavernaria sea un experimento contra natura sino, por el contrario, algo que deberíamos de celebrar grandemente los votantes. Y, encima, los representantes de los tres partidos fusionados como un solo marbete electoral (me pasa lo que a Jorge Castañeda, oigan, no termino de aprenderme el nombre de la mentada alianza por lo cual me voy a permitir bautizarlo, en lo que consulto fuentes fidedignas, como Frente Opositor), se han comportado de manera verdaderamente ejemplar: no han escenificado rabietas, han elegido a sus competidores apretando estoicamente la mandíbula, han guardado las formas y parecen estar razonablemente unidos en su empresa.
El mérito es de Miguel Ángel Mancera, según dicen, pero también Ricardo Anaya ha de tener algo que ver en su condición de político muy avezado y, diría yo, sorprendentemente colmilludo. Así las cosas, creo que tenemos delante a una muy eficaz maquinaria para ganar votos. Ya lo verán.
revueltas@mac.com
Esta columna es publicada con la autorización expresa de su autor.
¿Y la ideología, preguntarán ustedes? Pues, el mundo está totalmente rendido a los dogmas del liberalismo económico, para empezar, y casi todos los líderes de las naciones gobiernan prácticamente igual: algunos no terminan de ajustar el déficit de sus finanzas públicas, otros promueven tibiamente el Estado social, otros más se resisten a gastar en armamento mientras que sus vecinos se pertrechan hasta los dientes, en fin, es difícil —salvo cuando el Estado avasallador pretende inmiscuirse en el tema de los usos y costumbres porque los ultra conservadores han llegado al poder— advertir demasiadas diferencias.
Luego entonces, hablando ya de asuntos domésticos, no me parece que el maridaje entre la derecha mexicana y sus contrarios de la izquierda menos cavernaria sea un experimento contra natura sino, por el contrario, algo que deberíamos de celebrar grandemente los votantes. Y, encima, los representantes de los tres partidos fusionados como un solo marbete electoral (me pasa lo que a Jorge Castañeda, oigan, no termino de aprenderme el nombre de la mentada alianza por lo cual me voy a permitir bautizarlo, en lo que consulto fuentes fidedignas, como Frente Opositor), se han comportado de manera verdaderamente ejemplar: no han escenificado rabietas, han elegido a sus competidores apretando estoicamente la mandíbula, han guardado las formas y parecen estar razonablemente unidos en su empresa.
El mérito es de Miguel Ángel Mancera, según dicen, pero también Ricardo Anaya ha de tener algo que ver en su condición de político muy avezado y, diría yo, sorprendentemente colmilludo. Así las cosas, creo que tenemos delante a una muy eficaz maquinaria para ganar votos. Ya lo verán.
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