La crisis de Marco Antonio

La crisis de Marco Antonio
A seis años te extraño igual, papá.

Las crisis muestran —sin lugar a dudas— de qué están hechos los equipos. Las prioridades de sus integrantes, su escala de valores, el orden de sus procesos, la eficiencia de sus decisiones, su vocación al riesgo y —sobre todo— el compromiso y la lealtad entre los miembros. Sólo en tiempo de crisis se conoce la calidad de las alianzas.

Alianzas que los acontecimientos ponen a prueba. Lo que, hasta hace unas semanas, parecía ser un acuerdo de unidad e intereses comunes entre las diferentes fuerzas y actores políticos que conforman la coalición Por México al Frente hoy se ha convertido, cuando los problemas aquejan a uno de sus integrantes, en un silencio más que ominoso; ni un solo mensaje en público, ni una expresión de confianza, ni una muestra de apoyo. Nada. Ni un mensaje de ayuda para resolver el caso de la desaparición de Marco Antonio Sánchez Flores, cuya clasificación como “forzada” ha sido requerida por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en México, y cuyo paradero sigue sin resolverse.

Marco Antonio desapareció después de que la policía lo detuviera —sin justificación alguna—, lo persiguiera, lo sometiera y lo forzara a abordar un vehículo oficial. Al momento de escribir estas líneas, el rumor era de que había sido visto por una cámara de seguridad en Tlalnepantla —ojalá—, mientras que el sentimiento era de indignación generalizada ante lo que se presumía como un claro abuso de la autoridad. Un abuso de autoridad cuyas consecuencias se magnifican por el momento político que vive el país: es lamentable que el caso de la desaparición de Marco Antonio se politice, pero también sería ingenuo pretender que las distintas fuerzas políticas no lo procuraran así. Y más en un momento como el que estamos viviendo, en el que los candidatos —todos— parecen no terminar de entender a una ciudadanía que no quiere discursos, sino acciones; que no quiere fotografías, sino acciones y —sobre todo— quiere sentir seguridad, y no temor, cuando sus hijos se encuentran con la policía. Ese es el reto que tiene que entender cualquiera de los políticos que pretenden gobernar este país: la gente está cansada de los discursos, y quiere resultados. La gente está cansada, sobre todo, de vivir con miedo.

Un miedo que parece no terminar jamás, un miedo que —para desolación general— alcanza a un Ejecutivo que tiene que cancelar visitas a zonas del país en las que él mismo no puede garantizar su propia seguridad. El Estado renuncia al territorio y al ejercicio del poder, mientras quienes aspiran a hacerlo en la próxima administración se pierden en sus propias vacuidades: los anuncios de un gabinete de oropel, las canciones —y guitarras— de quien no encuentra otro recurso, los anuncios anticorrupción de alguien al que nadie parece creerle.

El caso de Marco Antonio definirá un parteaguas que, aunque necesario, nadie estaba esperando en realidad. Marco Antonio nos recuerda que la lucha no es por un escaño o por llegar a Los Pinos, sino porque los ciudadanos sean capaces de tomarse las fotos que quieran, en cualquier lugar, sin temer que un policía llegue dispuesto a desaparecerlos: quien sea capaz de garantizarnos —al menos— esto, debería tener un papel preponderante en la próxima administración. Marco Antonio nos recuerda, también, el papel urgente —y necesario— de la sociedad civil para evitar y —en su caso— resolver casos en los que las autoridades abusen de la ciudadanía.

Las crisis muestran —como decíamos al principio— de qué están hechos los equipos. Las prioridades de sus integrantes, su escala de valores, el orden de sus procesos, la eficiencia de sus decisiones, su vocación al riesgo, el compromiso y la lealtad entre los miembros. Si lo que tenemos enfrente para los próximos seis años, con un posible Por México al Frente en el gobierno es lo que estamos viendo ahora, vale más abrocharse los cinturones.


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