[Kakos (κακός) es el término en griego para "malo" y su superlativo kákistos (κάκιστος) el "más malo" o "peor"; -cracia (-κρατία) es sufijo para “poder” o "gobierno"; clepto (o klepto: κλεπτο) es “robar”. Por ende, kakistocracia es “gobierno de los peores”, cleptocracia es “gobierno de ladrones” y, por ende, se colige mi neologismo cleptokakistocracia.]
Lo que voy a escribir hoy tiene mucho que ver con las esperanzas de los pueblos latinoamericanos, como las del de Venezuela en 1958, Cuba en 1959 y Nicaragua en 1979 al liberarse de las dictaduras —de derecha— que las oprimían y nuevamente Venezuela en 1999 mediante elecciones —democráticas burguesas— como también Bolivia y Ecuador en 2006 en busca de democratización y justicia social, fuentes de esperanza.
En 2004, proclamando la “integración de los países de América Latina y el Caribe, con solidaridad, complementariedad, justicia y cooperación” y bajo el impulso del presidente venezolano Hugo Chávez Frías, Cuba y Venezuela fundaron la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA, luego ALBA-TCP), a la que se sumarían Bolivia (2006), Nicaragua y San Vicente y las Granadinas (2007), Dominica (2008) —ese mismo año ingresó Honduras, suspendida al siguiente y autorretirada en 2010—, Antigua y Barbuda y Ecuador (2009), Surinam (2012), Santa Lucía (2013) y Granada y San Cristóbal y Nieves (2014). Descartando los países que la integraron por interés geopolíticos y económicos más que ideológicos (San Vicente y las Granadinas, Dominica, Antigua y Barbuda, Surinam, Santa Lucía, Granada y San Cristóbal y Nieves, también miembros de PETROCARIBE, el acuerdo venezolano para suministro de petróleo a precios y modalidades preferenciales que surgió en 2005, “casualmente” el mismo año que triunfara tras reiterados empates el candidato de Chávez Frías para la OEA), Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador conformaban el núcleo “duro” de los países que se adscribieron a partir de 2005 al socialismo del siglo xxi, el refrito ideológico —por sus múltiples insumos— conceptualizado por Heinz Dieterich Steffan en 1996.
Aunque todos los países del socialismo del siglo xxi —y sus afines: principalmente el Brasil de Lula da Silva y Rousseff y la Argentina de los Kirchner— recorrieron similares características: populismo, cooptación de poderes, antiimperialismo —por EEUU—, deificación de caudillos, nuevas constituciones “originarias” —en el sentido de “borrar” lo previo, incluida la historia no afín—, electoralismo por democracia, prorroguismo —dinástico en Nicaragua y frustrado en Argentina— y coacción a la expresión, entre otras, pero fue el manejo ideológico de la economía —con síndrome holandés en los que tuvieron commodities beneficiados por el boom temporal de precios: Venezuela, Ecuador, Brasil, Argentina y, aún menos, Bolivia— la que más los afectó, con corrupción y clientelismo consecuentes, siendo Venezuela paradigmática de una cleptokakistocracia que despilfarró —y robó— casi dos billones de dólares desde 1999, generando hiperinflación de cuatro dígitos, miseria —después de éxitos iniciales en reducir la pobreza, ésta se ha desbordado— y escasez generalizada con la práctica desaparición del aparato productivo, corrupción desenfrenada y violencia y narcotráfico campantes.
El fracaso del modelo socialista xxi y sus instituciones —UNASUR, CELAM, Foro de São Paulo y ALBA-TCP— es una alerta más de que caudillismo y populismo siempre serán vías erradas.
Lo que voy a escribir hoy tiene mucho que ver con las esperanzas de los pueblos latinoamericanos, como las del de Venezuela en 1958, Cuba en 1959 y Nicaragua en 1979 al liberarse de las dictaduras —de derecha— que las oprimían y nuevamente Venezuela en 1999 mediante elecciones —democráticas burguesas— como también Bolivia y Ecuador en 2006 en busca de democratización y justicia social, fuentes de esperanza.
En 2004, proclamando la “integración de los países de América Latina y el Caribe, con solidaridad, complementariedad, justicia y cooperación” y bajo el impulso del presidente venezolano Hugo Chávez Frías, Cuba y Venezuela fundaron la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA, luego ALBA-TCP), a la que se sumarían Bolivia (2006), Nicaragua y San Vicente y las Granadinas (2007), Dominica (2008) —ese mismo año ingresó Honduras, suspendida al siguiente y autorretirada en 2010—, Antigua y Barbuda y Ecuador (2009), Surinam (2012), Santa Lucía (2013) y Granada y San Cristóbal y Nieves (2014). Descartando los países que la integraron por interés geopolíticos y económicos más que ideológicos (San Vicente y las Granadinas, Dominica, Antigua y Barbuda, Surinam, Santa Lucía, Granada y San Cristóbal y Nieves, también miembros de PETROCARIBE, el acuerdo venezolano para suministro de petróleo a precios y modalidades preferenciales que surgió en 2005, “casualmente” el mismo año que triunfara tras reiterados empates el candidato de Chávez Frías para la OEA), Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador conformaban el núcleo “duro” de los países que se adscribieron a partir de 2005 al socialismo del siglo xxi, el refrito ideológico —por sus múltiples insumos— conceptualizado por Heinz Dieterich Steffan en 1996.
Aunque todos los países del socialismo del siglo xxi —y sus afines: principalmente el Brasil de Lula da Silva y Rousseff y la Argentina de los Kirchner— recorrieron similares características: populismo, cooptación de poderes, antiimperialismo —por EEUU—, deificación de caudillos, nuevas constituciones “originarias” —en el sentido de “borrar” lo previo, incluida la historia no afín—, electoralismo por democracia, prorroguismo —dinástico en Nicaragua y frustrado en Argentina— y coacción a la expresión, entre otras, pero fue el manejo ideológico de la economía —con síndrome holandés en los que tuvieron commodities beneficiados por el boom temporal de precios: Venezuela, Ecuador, Brasil, Argentina y, aún menos, Bolivia— la que más los afectó, con corrupción y clientelismo consecuentes, siendo Venezuela paradigmática de una cleptokakistocracia que despilfarró —y robó— casi dos billones de dólares desde 1999, generando hiperinflación de cuatro dígitos, miseria —después de éxitos iniciales en reducir la pobreza, ésta se ha desbordado— y escasez generalizada con la práctica desaparición del aparato productivo, corrupción desenfrenada y violencia y narcotráfico campantes.
El fracaso del modelo socialista xxi y sus instituciones —UNASUR, CELAM, Foro de São Paulo y ALBA-TCP— es una alerta más de que caudillismo y populismo siempre serán vías erradas.
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